En los años 80, Javier Vallhonrat (Madrid, 1953) era uno de los fotógrafos comerciales más solicitados de España. Trabajaba para algunas de las mejores revistas y firmas de moda del mundo. Retrató a músicos icónicos de la época –Ana Belén, Miguel Bosé, Pecos, Olé Olé, Alaska y Dinarama, Annie Lennox– para las portadas de sus discos. Pero aquel éxito profesional, que se hizo enorme en muy poco tiempo, le distraía de su vocación artística. Desde 1985 trabajaba en series regulares que tardaba entre tres y cuatro años en sacar adelante, a un ritmo aún más lento del que le impone su temperamento creativo.
"Soy un artista de cocina lenta. Necesito que el vaso se vaya llenando hasta que esté a punto de desbordarse", explica por teléfono a El Independiente desde Sesué, un pequeño pueblo oscense en el valle de Benasque donde vive desde hace cerca de cinco años.
A comienzos de los 90, para evitar que su éxito como fotógrafo comercial le engullera, decidió dejarlo. Necesitaba tranquilidad y concentración para llevar a cabo sus proyectos artísticos sin interferencias. Desde entonces, Vallhonrat, que en 1995 ganó el Premio Nacional de Fotografía, ha labrado una rigurosa trayectoria como artista eminentemente fotográfico, aunque la instalación, el dibujo y el concepto representan un aspecto determinante de su trabajo. También la relación con la naturaleza.

Artista de naturaleza
"Estuve ocho años trabajando en torno a un glaciar muy querido", el de La Maladeta, que ha documentado e interpretado en proyectos como La sombra incisa. "Tan querido que me he venido a vivir lo más cerca que he podido de él". Fue después del Covid cuando él y su mujer se instalaron definitivamente a su vera, en Sesué.
Vallhonrat empezó a trabajar en los alrededores, tomando fotografías de un tipo de bosque mixto montano donde la vegetación espontánea y autóctona convive con zonas muy modificadas por el hombre para generar pastos que hoy, allí donde el acceso mecánico no es posible, han sido abandonados. Lugares expuestos a la vulnerabilidad, donde la tierra y la vegetación establecen una relación muy intensa con el agua.
Es el tipo de trabajo que estaba haciendo cuando la directora de PhotoEspaña, María Santoyo, le propuso un proyecto muy especial. Se trataba de inaugurar el programa Cuadernos de campo, una colaboración con Patrimonio Nacional y Acciona que busca una mirada distinta sobre los entornos naturales de los Reales Sitios a través del objetivo de fotógrafos españoles consagrados.
La Granja secreta
Vallhonrat no suele trabajar por encargo, y La Granja le sonaba al palacio, las fuentes y los jardines. "Tenía una idea un poco distorsionada del Real Sitio", reconoce. "Los monumentos y yo no tenemos mucho que ver, más bien nada". Pero no se trataba, ni mucho menos, de reincidir en una visión turística del lugar, sino de realizar una exploración artística del encuentro de la mano del hombre y la mente del ingeniero con el espacio natural. Coincidiendo, además, con el tercer centenario del Real Sitio en 2024.
La primera visita que hizo terminó de convencerle. Fue de la mano de Luis Vallejo, historiador del arte y fontanero mayor de La Granja, hijo y nieto a su vez de fontaneros reales, los responsables del mantenimiento de las fuentes y el aprovechamiento de las aguas del Real Sitio. "Yo conozco muy bien Guadarrama y el bosque de Valsaín, he vivido en San Lorenzo de El Escorial, así que nos entendimos muy bien, porque Vallejo es un señor de la montaña", explica Vallhonrat.
Vallejo le enseñó la parte secreta de la Granja, la que se extiende hasta la falda de la montaña. El visitante cree que El Mar, el gran estanque que se encuentra en lo alto de los jardines, es el confín último del Real Sitio. Pero en realidad se encuentra un poco por encima de la mitad del recinto.

Más allá hay una espesura de vegetación de montaña cada vez más autóctona que no se distingue del bosque extramuros de Valsaín. Hay una zona de encinas, y otra de transición de castaño de Indias que ya está plantado de manera desordenada, y que crece en convivencia con otras especies, dejando sitio a pequeños matorrales, jaras, alguna retama, de media montaña".
Agronomía sostenible antes de la sostenibilidad
Por ahí bajan sin canalizar los torrentes de la cara norte del Guadarrama. Al llegar al Real Sitio, dos recorren el perímetro del recinto y otras dos lo atraviesan en dirección al pueblo de La Granja. Uno alimenta El Mar y otro baja más libre, aprovechando los saltos naturales de agua a través de la roca granítica.
"Los pequeños arbustos que crecen en sus márgenes fijan la tierra para que los cursos de agua no se deterioren más de la cuenta. Quien diseñó aquello tuvo la lucidez, la intuición o la genialidad de aprovechar esos elementos que a ojos de cualquiera son invisibles o poco valiosos. Es evidente que hubo una sensibilidad más allá de las fuentes y esa visión versallesca, de escuadra y cartabón, de los jardines. Es un recinto real, pero no hay un sometimiento de la naturaleza. Esa parte no tocada me sorprendió y queda patente en mis fotos. No sé si tiene que ver con ese aspecto melancólico y anti corte que tenía Felipe V, qué relación podía haber con los aspectos psicológicos del rey", reflexiona Vallhonrat, delatando su formación complementaria en psicología y psicoterapia. "Después de 300 años, las construcciones humanas están tan integradas en el espacio natural y en los declives del terreno, se han ido mimetizando de tal manera, que esos elementos artificiales se integran de manera muy hermosa, muy armónica".
Después de aquella primera visita se quedó un día más para recorrer el lugar en solitario, haciendo un mapa personal de las zonas que le interesaban. A esas alturas pocas dudas le quedaban a Vallhonrat de que aquel encargo encajaba a la perfección en el tipo de exploración artística que venía desarrollando en los últimos años.
Entre lo salvaje y lo domesticado
Volvió en abril para hacer el trabajo. Se instaló en un apartamento del pueblo durante una semana larga acompañado de su hijo Pablo, ayudante y responsable del proyecto de vídeo que complementa el Cuaderno de campo de Vallhonrat. El primer día recorrieron el recinto en 4x4 con Luis Vallejo para descartar localizaciones entre las 20 seleccionadas en la primera visita. "Me quedé con las más relevantes desde el punto de vista de la sostenibilidad, aquellos lugares donde la parte manipulada por el hombre estaba más integrada en el espacio natural u ofrecía elementos visuales expresivos o relevantes".
Cada mañana salían caminando antes del amanecer y volvían a eso de las 11 de la mañana, cuando los turistas comenzaban a llegar al palacio. Vallhonrat trabaja con una cámara de gran formato de placas de 9x12, así que utilizaban la pausa del mediodía para descargar el material, vaciar los plaqueros, comer y echarse una siesta en las horas de más afluencia de visitantes. Después volvían al bosque para trabajar otras tres horas, entre las seis de la tarde y las nueve de la noche. "Aprovechábamos las horas brujas". Y de vuelta a casa a cenar y dormir. "Todos los días la misma rutina, como monjes".

El material de vídeo les iba dando una idea de lo que las placas estaban registrando. Un collage que reflejaba esa transición entre lo salvaje y lo domesticado. "De los torrentes que entraban por la parte norte y muy poco a poco de manera amable y orgánica iban calmándose en los azudes, y ese trabajo del granito calmando las aguas que luego volvían a excitarse para limpiarse y oxigenarse. Y otra vez los azudes, hasta que el agua llegaba a las enormes tuberías de plomo y estaño, que me recordaban al Necronomicón, a las tripas de un monstruo cuyo rostro me gustaba imaginar que era bello. Eso es lo último que yo fotografié, esas tuberías y el túnel de 300 años por donde pasa una conducción de hierro".
El agua como materia
El resultado dio lugar a una exposición que se pudo ver en Madrid y en La Granja, y a un hermoso libro. Ambos dan cuenta de la exploración de Vallhonrat, de su hondo conocimiento de la naturaleza y del comportamiento del agua, ya sea la congelada de La Maladeta o la del deshielo del Guadarrama.
Esa agua densa de la sierra madrileña se reveló como una materia prima camaleónica y generosa. Está el agua inasible y saltarina, la de los volúmenes espumosos de los torrentes. Están las aguas calmadas de los azudes, que pasan de una increíble transparencia a ser espejo en cuestión de un metro. "Y luego estaban esas otras corrientes, que son las que más me gustan, que generan volúmenes. A veces huecos, como si el agua la hubieran vaciado, y a veces muy llenos. Un agua escultórica y dinámica que da lugar a una paradoja que a mí como artista me parece fascinante. Me interesaba mostrar aspectos desconocidos del agua otras dimensiones y expresiones que me parecían muy sorprendentes".
Este 2025, Bleda y Rosa tomarán el relevo de Vallhonrat explorando el Monasterio de San Jerónimo de Yuste a través del sol, la astronomía y los ingenios mecánicos que marcaron los últimos días de Carlos V.
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