
“Ya hice museos para otros. Éste es mi museo. Aquí no hay que cambiar de exposiciones porque son ellos los que cambian solos”, dice Vicente Todolí mientras camina entre cítricos, desde cidras, limas y pomelos hasta mandarinas, bergamotas y naranjas sanguinas. Es su universo, el de las mutaciones, los injertos y las hibridaciones, desde que abandonara la dirección artística de la Tate Modern de Londres, el “huerto jardín” que él como representante de la quinta generación de una familia de citricultores salvó “in extremis” de la depredación urbanística que ha mutilado los paisajes del Levante español.
“Cuando vivía en Oporto y después en Londres, cada mes volvía unos días a Palmera. Necesito tocar tierra para no perderme en la ficción”, reconoce Todolí (Palmera, 1958), el curator de arte contemporáneo español más universal que cambió la Turbine Hall a orillas del Támesis por las acequias, los bancales y el olor a azahar de su pueblo natal, donde ahora cultiva más de 500 variedades de cítricos.
Misión: abortar una urbanización

Su huerta, bautizada como Todolí Citrus, está pegada al callejero urbano de Palmera, un municipio de un millar de habitantes plantado en la comarca de la Safor, en el límite de la provincia de Valencia con Alicante. “Yo me siento de este espacio más que de cualquier otro, el territorio que delimitan los montes Mondúber, la Safor y el Montgó, con el mar Mediterráneo al este, por donde sale el sol, y al oeste el monte Benicadell”, explica Todolí en Quisiera crear un jardín (y verlo crecer), el libro publicado por Espasa que reúne a la par su trayectoria profesional -de Valencia a Nueva York y su singladura por el IVAM o el Serralves- y su retorno a la tierra.
Una existencia “entre el arte y la tierra” que ha hallado en la geografía de Palmera su simbiosis definitiva. “Estamos en el jardín. Aquí podemos hacer lo que nos dé la gana. Aquí somos libres”, comenta Todolí en el arranque de la conversación con El Independiente. No oculta que éste es su “paraíso”, ese paerdís (cercado) en persa del que procede la palabra. Un oasis igual que lo fue para los Médici la colección citrícola que inauguraron en 1573. “Para mí, la ciudad es trabajo. Solo voy a las ciudades por eso, por trabajo. Pero el paraíso está aquí. La belleza extrema que alberga la Tate Modern de Londres y la que se encuentra en la finca de cítricos de Palmera, en pleno Mediterráneo, son equiparables”, desliza en su ensayo.
Quería protegerla de la voracidad urbanística. No tengo hijos, así que se trata de rendir homenaje a mi familia y de dejar una especie de legado
En realidad, su aventura comenzó hace más de tres lustros. En 2007, cuatro años después de la muerte de su padre, adquirió en un mercadillo de la isla de Isquia un limonero cidrado rubra. “En el aeropuerto, lo metí en la maleta más grande que pude comprar para poder traerlo. Así que ese fue el primer cítrico de la colección”. En 2000 había plantado las primeras palmeras, que hoy despuntan por el horizonte de naranjos y limoneros. Al huerto heredado sumó la compra de la finca de unos vecinos. Algo más de media hectárea que amplió cuando la amenaza de un plan urbanístico llegó a sus oídos. “Descubrí que en los terrenos aledaños estaban planeando una urbanización masiva que afectaba a las tierras de la familia y sus vecinos. Así que fui a ver al alcalde y le propuse una idea para detener ese proyecto: 'construir' un jardín citrícola. Recuperar la historia de ese territorio, nada más. Quería protegerla de la voracidad urbanística. No tengo hijos, así que se trata de rendir homenaje a mi familia y de dejar una especie de legado. Los árboles serán mi descendencia”.
- Dice que este jardín ha sido su salvación personal. “Porque la salvación necesariamente tiene que ver con la soledad. No creo en la salvación colectiva, sino en la suma de salvaciones individuales”, escribe…
- Exactamente. Es una salvación y espero que, como legado, sea también de salvación de otra gente. Que en tiempos de mar proceloso, éste sea un lugar donde sentirse seguro, un refugio contra la hostilidad del mundo. Eso son los jardínes y uno plantado por uno mismo ya es lo máximo. Cuando vivía en Valencia iba al Botánico y en Londres al St. James 's Park. Ahí me venían todas las ideas. El jardín propio es una forma de luchar contra la mortalidad. Es algo que trasciende el tiempo.
- En el libro, confiesa con admiración que “en la Toscana siempre han tenido claro que la conservación del territorio es su mejor herencia”. Usted apostilla: “Entre los valencianos, eso no ocurre”…
- También sucede en Sicilia y de Nápoles hacia abajo. A la gente solo le interesa el beneficio económico inmediato. La agricultura es también jardinería y tiene un componente estético. Igual que si naces y no te mueves, se te adormecen los sentidos; tal vez si naces aquí te hace tener piel de elefante. Yo no podría tener un huerto abandonado. Es una falta de cultura, una palabra, por cierto, que procede de cultivo. Durante mucho tiempo aquí en Valencia venía un agente urbanizador al ayuntamiento; presentaba un plan urbanístico con fincas que ni siquiera eran suyas. El ayuntamiento lo aceptaba y entonces entraban con maquinaria; ponían esas farolas y calles inmensas. Se usó una ley pensada para solares en la ciudad que estaban sin construir. Hecha la ley, hecha la trampa.

No hemos aprendido nada del urbanismo depredador. Seguimos en el cortoplacismo del 'que venga detrás que arree'
"Al idiota le enseñas la luna y te mira el dedo"
Dice Todolí que ni siquiera el estallido del boom del ladrillo modificó la epidemia que ha cementado la costa, ese Mediterráneo que se intuye desde Palmera. “No aprendemos nada. De repente, las industrias de la zona empezaron a cerrar porque ganaban más dinero haciéndose promotores inmobiliarios. Tras la crisis de 2008, estaban esperando a que cambiara de ciclo. A mí seguramente me tomarán por loco. Dirán: 'Cómo puede ser que este tío tenga una cosa que no es para sacar beneficio'. Yo creo que hay que predicar con el ejemplo. Ojalá hubiera más gente con su huerto de 800 metros”.
En las páginas de Quisiera crear un jardín, Todolí declara la guerra al “cortoplacismo” y al fantasma del mal entendido progreso. “Dame para hoy, que mañana no sé si estaré aquí. Toda la vida ha sido así. Espero que no sea eternamente así. Los partidarios de ese urbanismo depredador me decían que con su tierra hacían lo que querían, y no: heredas la tierra, no un solar, que es tierra obliterada, aniquilada; por tanto, tienes la obligación de transmitirla como tierra viva a las siguientes generaciones. Cada generación debe utilizar lo mínimo posible para que las que vengan después puedan tomar sus propias decisiones”, escribe.
- En esa disección de Valencia -abre el prólogo citando a Rafael Chirbes- dedica un capítulo a su paso por el Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM) y ese final amargo, enredado en el "politiqueo"….
- Valencia siempre ha sido un pasito para adelante y dos para atrás. Es el cortoplacismo, la miopía... Si tú aquí a alguien le dices si quiere 100 euros hoy o 500 en una semana, la respuesta será: 'Hoy que mañana igual estoy muerto'. También está el refrán del “que vinga al darrera, que arree” (El que venga detrás, que arree). Miran el beneficio inmediato. Al idiota le enseñas la luna y te mira el dedo. Es confundir valor y precio.
- Se marchó en la Valencia de Zaplana y vive hoy en la de Mazón…
- Creo que eran amigos ¿no? Me he desligado mucho. Ahora cuando voy a algún restaurante en Valencia, voy en taxi y con el botón en marcha. A la nueva directora del IVAM le deseo que tenga un buen presupuesto y que no haya interferencias políticas.

De resistencias y escapismo
Refugiado en su jardín, donde experimenta y se nutre de los silencios, Todolí sigue unido al arte contemporáneo. Desde 2013 es director artístico del museo Pirelli Hangar Bicocca, en las afueras de Milán. Aceptó el trabajo con la condición de desarrollarlo desde Palmera, con viajes fugaces a la ciudad italiana. Preside, además, la comisión asesora de artes plásticas de la fundación Botín y asesora a otros coleccionistas privados. “Nunca he asesorado a fondos de inversión en arte. El comercio no me interesa. Va en contra del espíritu del arte. Si una expresión del alma la conviertes en algo productivo, ya no es expresión del alma, sino del bolsillo”, matiza.
Admite que “viaja más que nunca”. Esta semana está en Milán; en breve partirá hacia Japón, “el país que mejor trata y respeta los cítricos”. “He ido mucho; allí no desaparece ninguna variedad antigua; por el contrario, las promueven para que se mantengan vivas. Aquí, en cambio, hay desprecio, desidia e ignorancia; solo despierta interés la variedad más novedosa y más comercial”, escribe.
Palmira es el principio y fin de todos los periplos. “Ésta es la base a partir del que hago incursiones en el mundo. Este sitio te pone en tu sitio. Lo que más enorgullece es haber salvado esta tierra. Durante la pandemia del covid me hacía entre 4 y 6 kilómetros caminando entre estos pasillos”, narra mientras se pierde entre los senderos orillados por las hierbas, entre árboles cargados de kumquats y ramas de las que cuelgan pesados pomelos, apuntaladas por cañas de bambú. En mitad de la finca que ha ido ampliando a golpe de adquisiciones existe un pequeño terreno vallado y comido por la maleza. Es una de las resistencias numantinas con las que se ha topado en su regreso a casa. “Esta señora no quiere venderlo. 'A mi me sobra el dinero', me dijo cuando fui a comprárselo. Hay gente que se reafirma impidiendo que otros hagan cosas”, lamenta Todolí. En su listado de resistencias figuran también una variedad cítrica australiana -que se resiste a crecer- y la importación de varios plantones nipones que tropezaron con la burocracia.

Hay gente que se reafirma impidiendo que otros hagan cosas
“Convertí lo que era un depósito de plantas del vivero de mis padres, lleno de pasillos de cemento que retiramos con una excavadora, en un jardín con múltiples variedades de palmeras. Planté palmeras más pequeñas. Al principio parecía todo muy vacío. Hoy, más de veinte años después, ya parece un oasis. Crear un jardín es un ejercicio de paciencia. Se dice que uno no planta para sí mismo sino para las generaciones futuras, que son las que realmente lo disfrutarán en todo su esplendor”, indica.
- ¿Cómo se define a sí mismo Vicente Todolí?
- Tengo tendencia a escapar, por dos motivos. Uno, cuando creo que ya sé cómo hacerlo, ¿por qué hacerlo? Entonces me escapo. Y dos, cuando encuentro una obstrucción. Esas obstrucciones realmente me han alimentado. Yo me veo como alguien muy curioso, un analista del mundo. Yo soy un lector, siempre he sido un lector. Un lector del mundo. Y eso es lo que a mí me interesa. Mi motor es la curiosidad y el objetivo tiene que ser el conocimiento y no el beneficio inmediato. Beneficio sí pero para mi alma, no material. De hecho, todo lo que gano está aquí.

Todolí acudió a un terapeuta en Dénia. Su diagnóstico resultó fulminante: “Tu pierna de Nueva York es muy larga y tu pierna de Palmera es muy corta, hay que equilibrarlas”
- No teme que, cuando ya no esté, alguien llegue y desempolve el proyecto de urbanización frustrada en estos terrenos…
- Mi esperanza es que no se atrevan a tocar una fundación, pero nunca se sabe. Sería un escándalo.
Reconoce que le producen urticaria las patrias y los nacionalismos. “Dicen que para los escritores la patria es el lenguaje. No me gusta la palabra. Yo no estoy orgulloso de ser de ningún sitio. Uno nace no donde pide, sino donde sucede. Ésta no es mi patria sino el lugar al que pienso que pertenezco. No corresponde con ninguna división administrativa”, responde cuando la entrevista va apurando sus últimos suspiros. Todolí cree que, si sus antepasados regresaran de la tumba y lo vieran pisar tierra y gozar entre cítricos, granados y chumberas, “estarían en el cielo”. “Mi tío murió con 97 años y vio todo esto. Siempre decía: ¡si lo viera tu abuelo y tu padre! Se emocionaba”.
Atrás, muy atrás, queda ya aquel estío de 1987 cuando -cuenta- se apoderaron de él “las imágenes, circulando ante sus ojos a una velocidad vertiginosa”. “Muchos fines de semana los pasaba en la casa familiar, en el campo, entre naranjos, pero iba siempre vestido de ciudad, con chaqueta, y recuerdo que cuando estaba allí evitaba que las ramas de los árboles me rozaran, como si mi cuerpo fuera de cristal y el mínimo contacto lo pudiera quebrar. Seguía siendo hiperurbano, dominado por la vorágine metropolitana”. En busca de cura, Todolí acudió a un terapeuta en la cercana Dénia. Su diagnóstico resultó fulminante: “Tu pierna de Nueva York es muy larga y tu pierna de Palmera es muy corta, hay que equilibrarlas”.
- ¿Qué diría hoy aquel terapeuta?
- Me diría: “Vicente, has conseguido el equilibrio perfecto”. La tierra te salva.
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