La nueva exposición del Museo Nacional de Arte Contemporáneo de Catalunya, La guerra infinita, brinda un enfoque nunca visto del fotógrafo Antoni Campañà (Arbúcies, 1906-Sant Cugat del Vallès, 1989). Todo gracias a un conjunto de instantáneas que descubrió su familia por azar el pasado año 2018. Estaban escondidas en una caja y permanecieron allí por más de setenta años. Gracias a su hallazgo, el trabajo de uno de los fotógrafos más conocidos de Cataluña se podrá disfrutar hasta el próximo 18 de julio en la ciudad condal.
La exhibición está en línea con el programa 'Guerra Civil. Arte, conflicto y memoria', que tendrá lugar hasta el próximo mes de septiembre en el MNAC. Reúne un total de más de 300 imágenes inéditas, ya que no fueron positivadas por el propio autor en su momento. Junto con las capturas del conflicto bélico, la mayoría de las piezas de la exposición proceden del fondo de la familia del artista, que ha decidido incluir 63 fotografías de esta etapa pictorialista, anterior a la guerra.
Su trabajo destaca por los contrastes, en línea con las vanguardias estéticas de la Europa de la época. Con planos como diagonales, picados y encuadres atrevidos, el artista aportará esta peculiar mirada a la Guerra Civil. Durante el conflicto bélico, Campañà realiza más de 5.000 fotografías de todo lo que se cruza en su camino. Ve en la fotografía, sin autocensura ni concesiones, un intento para canalizar el trauma colectivo que iba a suponer este suceso tan fatídico de nuestra historia.
Una visión costumbrista
Las milicianas, los refugiados que llegan de Andalucía, las ruinas de los edificios, los comedores populares, el entierro de Durruti o la exposición pública de las momias de las monjas de las Salesas en el paseo de Sant Joan estuvieron dentro de su encuadre. Todo conjuga así una mirada costumbrista, diluyendo la frontera entre lo cotidiano y la violencia explícita.
"Me considero obligado a producir fotografías con puntos de vista originales y creo un deber mostrar al mundo la naturaleza, bien resuelta por la mano divina", confesó Antoni Campañà en una ocasión. Con una actitud más que vocacional, se puso una cámara entre las manos con tan solo 10 años de edad. Todo a base de retratos en el balneario de Sant Hilari Sacalm, fotografiando competiciones deportivas amateurs y acontecimientos sociales en el barrio barcelonés de Sarrià.
Su ascenso al estrellato fue más que vertiginoso. De la Casa Fernández y Carbonell (Cosmos Fotográfico) en la rambla de Canaletes de Barcelona hasta entrar en contacto con la Agrupación Fotográfica de Cataluña. Su sensibilidad artística lo empujó a inmortalizar con belleza el mundo que cambiaba a su alrededor. Tanto la modernidad mecánica del nuevo mundo, como el tradicional mundo rural y agrario, camino de desvanecerse. Esta vorágine documental y experimental hizo que siguiera persiguiendo más y más momentos.
Influenciado por las vanguardias
Cuando contrajo matrimonio en 1933, aprovechó su viaje de novios para asistir a un curso de fotografía en la Escuela de Fotografía del Estado de Baviera, en Múnich. Este lo impartía Willy Zielke, quien impregnó las instantáneas de Campañà de encuadres atrevidos y líneas de composición en diagonal marcadamente influidas por las nuevas corrientes estéticas surgidas en Alemania.
Muy en línea con la pintura pictoralista, empezó a perfilar su estilo personal a la vez que se empapaba de numerosos salones internacionales de fotografía artística de todo el mundo a los que acudía. En aquel caos que fue la Europa de entreguerras, Campañà retrató la Cataluña y la España republicanas en un momento muy lúgubre. Universos que se desvanecían. Ciertamente, lo que retrataba no tenía por qué presagiar nada, pero acabaría siendo un testigo más de un mundo que llegaba a su final.
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