Todo el mundo recuerda qué estaba haciendo el fatídico 11 de marzo de 2004 en el que todo cambió para siempre. El atentado más salvaje jamás realizado en territorio europeo quedó grabado en la memoria individual y colectiva de todos los españoles como uno de los momentos más negros de nuestra historia reciente. 20 años después, las imágenes que quedan son el testimonio manifiesto de lo que allí ocurrió.
Con motivo de este triste aniversario, El Independiente ha hablado con algunos de los fotógrafos que vivieron en primera persona aquella cobertura informativa. Ellos fueron los primeros en dar fe del horror, cuando todavía no éramos conscientes de todo lo que podía significar esa palabra. La crónica de avanzadilla que se convirtió en el principal testimonio gráfico de lo ocurrido aquella mañana de marzo, que aún hoy tantas heridas ha dejado sin cerrar. Sus lentes capturaron las imágenes que todavía nos acompañan como un doloroso y necesario recuerdo, pero sus ojos vieron más de lo que cualquier cámara pudo registrar.
"Veníamos de cubrir atentados de ETA, los fotógrafos ya estábamos muy acostumbrados, igual que los periodistas, a que sonase el teléfono y salir corriendo a ver qué te encontrabas. Pero nadie imaginaba la dimensión de lo que estaba ocurriendo, aquello fue una situación en la que nadie sabía qué pasaba, ni cuándo iba a terminar, ni de qué manera. Fue para todos un punto de inflexión", cuenta a este periódico Jorge París, responsable de Multimedia del periódico 20Minutos. París trabajaba como fotógrafo, pero la primera parte de los atentados le tocó vivirla desde un punto de vista muy distinto, como sanitario en el cuerpo de voluntarios de Protección Civil.
"Esa mañana cogí la ambulancia con mis dos compañeros de dotación y nos tocó estar atendiendo víctimas, luego ya por la tarde es cuando cojo la cámara y empiezo a documentar toda esa parte posterior del 11-M, cuando se improvisaron los centros de transfusión de sangre a los que acudió tanta gente", recuerda el fotógrafo.
Mientras atendía a los heridos, hubo varios compañeros que le reconocieron, uno de ellos fue Jon Barandica, que entonces era el editor jefe de fotografía de El Periódico de Cataluña en Madrid. "Llegamos hasta la calle Téllez, que era donde estaban sacando heridos y fallecidos. Ahí es donde me encontré con París empujando una camilla vestido de sanitario, no me acuerdo qué explicación me dio, apenas hablamos 15 segundos, lo único que me dijo fue: 'Vete para allí', señalando hacia un polideportivo (Daoiz y Velarde), convertido en un hospital de campaña", relata Barandica a este periódico.
"Tenía la foto delante, pero no la hice y nunca me arrepentiré"
"Fui con mi mujer (Mavi Doñate), que también estaba cubriéndolo para Televisión Española, los dos nos encontramos con que el polideportivo estaba lleno de gente en el suelo, muertos y heridos, algunos estaban tapados y otros no. Yo iba con mi cámara en ese momento, pero los dos dijimos: 'Vámonos de aquí'. Nos quedamos alucinados con lo que vimos. Tenía la foto delante, pero no la hice y nunca me arrepentiré, no me pareció ético. Creo que es la única foto en toda mi carrera que he tenido delante de mis ojos y conscientemente he decidido no hacerla", rememora el fotógrafo de El Periódico.
Mientras tanto, un poco más al sur, en la estación de El Pozo de Vallecas, el fotoperiodista Pedro Armestre, que entonces trabajaba para la agencia France Press, había ido a cubrir otra de las explosiones de la mañana. "Como profesional tienes que hacer un poco de tripas corazón y cumplir con lo que te corresponde, que en este caso era cubrir aquella catástrofe. Yo trabajé concretamente en El Pozo, cuando llegué me encontré con una persona de la agencia que tenía allí para mí un teleobjetivo muy largo y duplicadores. Conseguí trabajar desde la azotea de un edificio y entre el sol y los duplicadores apenas veía. Trabajaba un poco por intuición, observando a la gente que se movía por allí. Pero luego cuando vi las fotos me di cuenta que la mitad de aquel material no se podía enseñar por la brutalidad de lo que había en ellas, aquello fue tan salvaje que tuvimos que autocensurarnos. Pero tenía que haber muertos, porque los hubo y muchos, no podíamos ocultar una realidad", explica Armestre.
Una de sus fotos fue publicada en el periódico El Mundo. En ella, salía el cuerpo ya inerte de una mujer apoyado sobre el cartel de la estación. "Al día siguiente me paso por la oficina y me dicen que que hay una persona que se quiere poner en contacto conmigo. Le llamé, esperando que estuviera molesto o enfadado, y se pone un hombre que me habla con algo de vergüenza y mucha educación, pidiéndome que le enviase la foto. Entonces le pregunté cuál era su interés y me dijo que creía que era su mujer. Le respondí que buscaría la forma de enviársela. Me puse a revisar y encontré una imagen que se le veía un poco mejor la cara y empecé a ampliar el máximo que me permitía para que pudiera reconocerla. Le envié la imagen, pero nunca supe más de aquella persona...", recuerda el fotoperiodista.
Las anécdotas de aquellos que documentaron la masacre se amontonan entre una mezcla de pesar y consternación, con la confusión de los recuerdos difíciles de encajar. "Aquellas fotos duelen, pero sin hacer daño", subraya París.
Barandica se acuerda aún con incredulidad del silencio sepulcral que reinaba en un Madrid en el que solo se oía el coro sordo del ir y venir de las sirenas. "Todas las teles de los bares estaban encendidas y era muy curioso ver cómo nadie decía una palabra, solo se oía el conteo de muertos y heridos. Nosotros los fotógrafos nos comunicábamos en voz baja para no quebrar el gran silencio que había. Mientras tanto, el cuentagotas de muertos y heridos se te metía en el estómago como una sensación de desesperación y decepción. Era como estar viviendo en un mal sueño", detalla.
"La cobertura duró meses y hubo mucha falta de información"
Las consecuencias del 11-M se alargaron más de la cuenta y acabó pasando factura a todo el mundo, entre ellos los que tenían que cubrir la última hora. "El atentado fue un día, pero la cobertura duró meses y hubo mucha falta de información desde la administración y desde la política, que acabó enrareciendo mucho el ambiente. Estábamos a muy pocos días de las elecciones y se empezó a hacer campaña desde prácticamente el primer momento. Eso generó en la sociedad una rabia o una decepción, y esa pesadumbre de la gente empezó a calar también en nosotros, según iban pasando los días nos empezamos a convertir en los malos, ibas a cualquier cobertura y te echaban de los sitios, te trataban fatal. Aquel período fue muy complicado", lamenta Armestre.
Las manifestaciones, homenajes y velatorios improvisados, por supuesto las elecciones, y la posterior investigación policial. Todos los fotógrafos consultados coinciden en el frenetismo de aquellas jornadas interminables que apenas dejaron espacio para la reflexión. Por eso sus fotografías son el testimonio más valioso de un momento histórico marcado por la tristeza y la conmoción.
La foto imposible de conseguir de Pedro Armestre
Pero no había tiempo para parar, la actualidad mandaba y el trabajo tenía que seguir adelante. El 3 de abril, la policía localizó a varios miembros del comando terrorista en Leganés. Un artefacto explotó y los terroristas se inmolaron asesinando también a uno de los GEO, que se convirtió en la víctima número 193. La zona quedó acordonada y nadie podía acceder para documentar gráficamente lo ocurrido.
"Yo sabía que el cambio de guardia de la policía a las 08:00 y que, tras lo que había ocurrido, los que habían hecho la noche iban a estar muy cansados y con ganas de relevo. Era domingo y suponía que a partir de las primeras horas de la mañana iban a aparecer muchos profesionales y también curiosos del barrio. Entonces madrugué para ir como a las 06:30 para el lugar y aproveché esa calma de primera hora de la mañana. La policía estaba tranquilamente en sus furgones y me fui al edificio opuesto a la explosión, de donde salía un señor a pasear su perrillo y le pedí permiso para para poder entrar al portal y hacer alguna foto desde la ventana de la escalera. Me dijo que si esperaba un momento a que el perro hiciera sus cositas, me dejaba entrar en su casa".
"Él quería abrirme la terraza, pero yo le dije: 'No lo abras, que en cuanto me vean me echan'. Yo entendía perfectamente que yo no debía estar allí, pero, por otro lado, el fotógrafo tiene que ser un poco 'culebro' y buscar las fórmulas para conseguir lo que necesita. Me quedé tras las cortinas trabajando a través de los cristales e hice las fotos de los destrozos con restos con los restos de los terroristas en la piscina, mientras la policía científica analizaba los restos y recogía los cuerpos. Cuando salí del portal, la policía me localizó, pero yo previamente ya había llamado a mi jefe para informarle y que vinieran a recoger el material, porque yo sabía que me iban a detener. A mí me tuvieron allí retenido un montón de tiempo, pero apareció un compañero de la agencia que había venido a recoger el material. Le pedí al policía si me daba un minuto a salir a comentarle una cosa al compañero y lo que hice fue darle discretamente la tarjeta y se la llevó para la oficina", cuenta con todo lujo de detalles Pedro Armestre a este periódico.
"Es algo que hemos preferido guardar en la carpeta del olvido"
El 11-M dejó una herida muy complicada de cerrar y más aún de reparar. Muchos de los que documentaron con sus imágenes el horror han preferido guardar una especie de silencio consensuado. En el caso de Armestre, reconoce no haber tenido nunca intención de volver a abrir el material. "No es necesario revivir ese dolor", insiste.
"La verdad es que no he hablado nunca con otros compañeros de lo que ocurrió, creo que sin darnos cuenta nos ha afectado a todos y hemos preferido guardarlo en la carpeta del olvido para seguir viviendo con cierta normalidad. Pero yo soy abiertamente partidario de recordar estas cosas, porque debemos un respeto a las víctimas, no solo a los que murieron, sino a sus familiares. Por eso debemos recordarlo", reflexiona Barandica.
'Madrid in Memoriam', un homenaje para recordar lo que las palabras no pueden contar
Una de las mejores iniciativas para que lo que ocurrió aquel jueves 11 de marzo jamás cayera en el olvido fue el homenaje que le dedicaron dos hermanos anónimos con el libro Madrid in Memoriam, un libro y exposición inspirados en Here is New York del 11-S. Los hermanos Burgos no tenían nada que ver con la fotografía, pero se pusieron en contacto con todo tipo de fotógrafos profesionales y aficionados para construir una especie de crisol que fuera capaz de contener todas las emociones y sentimientos inenarrables que se amontonaron en el imaginario colectivo de todos los que lo vivieron.
"Quizás en aquel momento me movió el deseo de contribuir con algo que ayudara a toda esa gente que aún lloraba por su familiares; o quizás se debido a lo cerca que estuve esa mañana de todas esas ambulancias, esas lágrimas de pánico y miedo, o simplemente a lo perdido que me encontré ese jueves vagando por la ciudad sin creerme lo que había pasado... Quizás fuera por todo eso... A lo mejor no fue por nada, pero lo que tuve claro es que lo que yo vi no se podía olvidar: y que lo que yo vi no se podía repetir", escribe Adán R. Burgos en el prólogo de Madrid in Memoriam.
En él, colaboraron fotógrafos profesionales como el propio Jorge París, quien señala que este libro marca "un antes y un después para el documentalismo reciente en España". Pero también fotoaficionados como Alejandro Muñiz, que en aquel entonces era estudiante de 3º de periodismo y, en sus palabras, "testigo obligado" del acontecimiento. Un proyecto común construido a través de la mirada de todos aquellos que han sido capaces de contar con imágenes, una historia que no cabe en palabras. Su legado es la certeza de que, mientras lo sigamos teniendo presente, aquello que ocurrió no será olvidado.
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