Niño herido durante la Batalla del Ebro”. Este es el pie de foto que cualquier periódico del mundo podría haber puesto a la imagen de Manuel Álvarez postrado en una cama en un hospital de campaña en julio de 1938. Pero detrás de esta foto hay mucha Historia y muchas historias.
La historia detrás de esta foto, tomada en la retaguardia de la batalla decisiva de la Guerra Civil española, es la historia de un niño y un brigadista; la historia del cuerpo de voluntarios de la Unidad Médica Británica; la historia de Corbera de Ebro o Corbera d’Ebre; la historia de Cataluña, de España, de Europa y del mundo.
A Manuel Álvarez le hirieron desde un avión nazi, le salvó un canadiense y le atendieron médicos británicos. Algunos historiadores, como Paul Preston, consideran a la Guerra Civil como el primer episodio bélico de la II Guerra Mundial. Eso es una discusión de los historiadores, aunque no cabe duda que la Batalla del Ebro, de la que se cumple el 25 de julio el 80 aniversario, fue el momento más internacional del conflicto y la despedida del mismo de las Brigadas Internacionales.
La foto es una de las muchas que Alec Wainman tomó los años que pasó en España con la Unidad Médica Británica, una organización civil en la que se alistó como conductor voluntario. En la imagen, aparece el pequeño Manuel Álvarez convaleciente en un hospital de campaña habilitado en una cueva en el frente republicano del río Ebro durante la Guerra Civil. Es la cueva de Santa Lucía en la localidad de La Bisbal de Falset adonde llegó porque un soldado canadiense le había rescatado de una muerte segura, durante un bombardeo de la Legión Cóndor -la fuerza aérea nazi del III Reich aliada de Franco- a finales de julio de 1938.
Manuel Álvarez no supo que había sido fotografiado en esa cueva por Wainman, tampoco supo quién le había salvado la vida y por eso dedicó toda su vida a buscarle
Manuel Álvarez no supo que había sido fotografiado en esa cueva por Wainman, tampoco supo quién le había salvado la vida y por eso dedicó toda su vida a buscarle entre los brigadistas veteranos del batallón Mackenzie-Pampideau que agrupaba a los canadienses que combatieron para el bando republicano.
Lo encontró en Canadá, el país que le acogió, ya de adulto, para emprender una vida próspera como vendedor de coches. Su salvador se llamaba Jimmy Higgins y era canadiense, el niño de la cueva pudo agradecer que le salvara la vida en 1978 cuando por fin dio con él.
Gracias a su foto de la cueva, y a otras de Wainman en la Batalla del Ebro, muchos británicos supieron cómo era la situación de la guerra en España. El mundo aprendió en España como eran las guerras con las armas más modernas. En el prefacio de la II Guerra Mundial se aprendieron cómo eran las heridas, cómo quedaban los cuerpos tras un bombardeo, cómo se perdían las vidas y cómo se podían organizar, logísticamente, para salvar el mayor número de vidas posible.
Algo que aprendieron en Unidad Médica Británica, a la que pertenecía Alec Wainman, en la que se pusieron en práctica métodos de transfusión de sangre que en aquellos tiempos eran muy innovadores.
Herido por la Legión Cóndor, salvado por un brigadista
A finales de julio de 1938 la guerra llegó a Corbera de Ebro. Llegó por el aire. Los habitantes ya sabían que esta forma de guerra existía. En la pequeña localidad había muchos refugiados de Tarragona donde ya estaban experimentados frente a las incursiones aéreas de los aviones alemanes e italianos que apoyaban al bando nacional. Pero en Corbera no había refugios aéreos. ¿Qué necesidad? ¿Por qué iban a bombardear esta pequeña localidad de apenas 2.000 habitantes?
Manuel Álvarez tenía 11 años era uno de los desplazados. Llevaba varios meses en el pueblo ocultándose de las bombas que, desde el comienzo del conflicto, le rondaron en la capital de la provincia. Sus padres le enviaron a Corbera con sus tíos para que estuviera seguro. Sin saberlo le habían enviado al corazón de uno de los frentes de batalla más importantes de la Guerra Civil.
La superioridad aérea del bando sublevado rompía las líneas republicanas sin distinguir entre civiles y militares.
La superioridad aérea del bando sublevado rompía las líneas republicanas sin distinguir entre civiles y militares. El pueblo fue tomado por los nacionales y después recuperado por los republicanos. Aquel día de julio Manuel se despertó con el sonido de los bombarderos decididos a revertir el avance de las tropas republicanas. Su tío Ramón preparaba unas salchichas para desayunar, el niño no tenía hambre pero su tío insistió en que comiera mucho porque iban a necesitarlo. “Presiento que hoy va a ser un día muy largo”, dijo Ramón.
Y así fue. Las bombas empezaron a borrar las casas de la localidad, una detrás de otra. Los vecinos se fueron congregando en la casa de sus tíos porque tenía unos muros muy robustos de piedra. Pero no resistieron. Manuel escapó de casa de sus tíos junto con Rosita, una joven de la localidad con la que compartió suerte durante el bombardeo. Tras varios escondites se pudieron alejar del pueblo, pero las bombas seguían cayendo. Se refugiaron en un caseta junto al depósito de agua de Corbera. Allí se escondieron entre los motores diésel de las bombas que servían para extraer agua de un pozo. “¡Nos están persiguiendo hasta aquí mismo!”, gritó Manuel. Y entonces la caseta de ladrillo se cayó sobre sus cabezas y Manuel sintió que estaba enterrado bajo los escombros. Pero todo empezó a moverse a su alrededor a gran velocidad. El depósito de agua del pueblo había sido destruido y ahora el agua le arrastraba en medio de un lodazal.
Lo siguiente que recuerda Manuel, y que refleja en su libro de memorias El soldado alto, es que un hombre le agarró, le sacó de la corriente y se lo llevó sobre sus hombros hacia el pueblo. El pequeño herido preguntaba por su amiga Rosita y el soldado sólo decía dos palabras en español: “Yo canadiense”. Era un brigadista del batallón Mackenzie-Papineau formado por voluntarios canadienses e integrado, junto con otras unidades de extranjeros como la Abraham Lincoln de brigadista estadunidenses, en el XV batallón de las Brigadas Internacionales.
Su nombre era Jimmy Higgins, pero eso Manuel no lo pudo saber hasta cuatro décadas después. De su rescate sólo recuerda que fue trasladado a una bodega de Corbera que se había convertido en centro de auxilio. Desde allí fue llevado a la cueva de Santa Lucía, en localidad de La Bisbal de Falset, donde los republicanos habían improvisado un hospital de campaña y al que eran trasladados los heridos de las localidades cercanas afectadas por la Batalla del Ebro. En su libro apenas refleja algunos detalles de paso por el hospital de campaña, que pasó varios días semiconsciente y que fue de nuevo trasladado. No supo que había sido fotografiado por Wainman.
Hemos de hacer todo lo posible por conocer el nombre del soldado que salvó tu vida”
El día que fue herido fue el más largo de su vida, como había vaticinado su tío. Y le marcó para siempre. Rosita murió y en su memoria quedó grabado para siempre que le había salvado la vida un hombre alto de Canadá. Cuando se reencontró con su familia, su padre empezó la búsqueda del canadiense. “Hemos de hacer todo lo posible por conocer el nombre del soldado que salvó tu vida”. Y el deseo de su padre se convirtió en la obsesión vital de Manuel Álvarez.
Manuel se alistó en la Armada Española donde se licenció en 1957. Con 25 años se incorporó a la marina mercante noruega y pasó siete años de su vida de puerto en puerto aprendiendo todo tipo de oficios con el objetivo, siempre presente, de obtener el permiso de entrada para vivir en Canadá.
Cuando lo consiguió buscó al soldado durante años, contactado con los grupos de ex combatientes. Vivió en Quebec y en Vancouver donde se instaló con su mujer Victoria y tuvo una hija, Vicky. Creó un próspero negocio de venta de coches y obtuvo la ciudadanía canadiense en 1963.
En enero de 1978 recibió una llamada de Lionel Edwards del grupo de veteranos del batallón Mackenzie-Pampideau.
- Manuelo (sic), creo que hemos encontrado a tu hombre.
El Mac-Pap que le había salvado la vida, Jimmy Higgins, vivía en Peterborough, localidad de Ontario. El 19 de mayo de 1978, treinta y nueve años, nueve meses y veintiún días después de que le salvara la vida, Manuel conoció a Higgins.
El bombardeo de Corbera de Ebro
Sobre cómo narra los hechos Manuel Álvarez a cómo suceden hay diferencias, bien sea por exceso de narrativa o por una memoria alterada por los años. Según Joan Antonio Montaña, presidente de la Asociación del Poble Vell de Corbera d'Ebre, las primeras bombas pudieron caer el primer día de la ofensiva del bando republicano, el día 25 de julio de 1938. “Desde ese mismo día, Corbera cae en poder republicano por la mañana y algunos testimonios de los vecinos aseguran que por la tarde caen las primeras bombas sobre el pueblo. Esto se repite en los días siguientes”, asegura.
De bombardeos el 27 de julio hay constancia gráfica según las imágenes del Archivo Histórico del Ejército del Aire consultadas por este periódico. Álvarez sitúa la acción del bombardeo el día 28, teniendo en cuenta podría ser el mismo momento según la imagen. No hay bombardeos aéreos registrados en la localidad ese día. Joan Antonio Montaña considera que es un fallo de memoria atribuible a su mal estado, porque según la documentación su traslado al hospital no pudo ser posible hasta el día 28 ya que las carreteras estaban bloqueadas.
La 35 División Internacional establece su lugar de mando en una cota 402 cercana al pueblo. Esos días hay una actividad frenética, porque el objetivo es conquistar Gandesa, que está a unos cuatro kilómetros aproximadamente y es un nudo importante de comunicaciones.
“La infantería republicana lleva esos días la iniciativa y donde hay una supremacía es en las acciones aéreas que no son solo sobre el pueblo sino sobre las zonas de paso en el río, que son los objetivos preferentes porque por allí se está produciendo la ofensiva republicana. A la hora de determinar exactamente las acciones no tenemos un detalle documental de todos los días. Se va combinando lo que recogemos a través de testimonios orales y los archivos”, explica Montaña.
Los bombardeos que afectaron a la localidad no eran cuantiosos en el número de bombas, eran oleadas de cuatro o cinco bombas. “Los primeros días creo que se pudieron descargar hasta 10 o 12 bombas, porque según las imágenes de la localidad en agosto se aprecian destrozos importantes, pero no son como Guernica. Pero al final de la Batalla del Ebro el pueblo sí que queda reducido a escombros porque completa la acción la artillería en los primeros días de septiembre, concretamente el cuatro”, configurándose la imagen fantasmal de pueblo arrasada por la que es conocida la localidad.
En la acción que describe Manuel, él y Rosita son víctimas colaterales del impacto de una bomba que tiene como objetivo el depósito de agua potable. “Con la explosión, el agua se convierte en un torrente que cae por la pendiente",- explica Montaña- "el depósito estaba ubicado donde ahora está la instalación más importante de Corbera como es el centro cultural y las piscinas. A un lado estaba una pequeña estación eléctrica y al otro lado estaba este depósito de agua que provenía del subsuelo y se bombeaba para el pueblo”.
La imagen aérea del 27 de julio podría haber sido tomada justo antes del impacto en el depósito donde murió Rosita y donde fue herido Manuel. “Por el trayecto que él describe me atrevería a decir que es la carga de un solo avión, por las huellas que se dejaron vistas desde el aire y por la imagen aérea”, explica Montaña.
Al final, de los días de julio, se puede dar una estimación de una veintena de muertos
No se puede dar una cifra exacta de cuánta gente murió en los primeros días de la Batalla del Ebro en Corbera. “En estos días 25, 26, 27 y 28 tenemos constancia de víctimas, gente mayor, mujeres y niños. Lo que sabemos es en base a la memoria oral de los vecinos, no hay un registro, ni civil ni militar, de lo que pasó esos días" explica el presidente de la Asociación del Poble Vell. "Al final, de los días de julio, se puede dar una estimación de una veintena de muertos, y estarían incluidos no sólo los vecinos muertos en el pueblo sino los que estaban refugiados en las masías cercanas en las que había gente escondida y que fueron también bombardeadas con resultado de muertes”.
Manuel Álvarez regresó a la localidad, ya de mayor, con su historia y libro completado. Joan Antonio Montaña habló con él, hablaron de lo que había plasmado en el libro. “No teníamos constancia de que había una foto de él. Ese fue un descubrimiento de Serge, el hijo de Alec Wainman”.
Un cuáquero en la Guerra Civil
En el momento en el que Alec Wainman tomó la foto de Manuel Álvarez en la cueva estaba en el Ebro trabajando para la República como secretario de Prensa. Pero ese no fue su primer cometido durante la contienda. A los 23 años, en agosto de 1936, se presentó como voluntario en laUnidad Médica Británica. Cargado de ideales y una cámara Leitz Leica cruzó la frontera española como conductor de ambulancia. Trabajo que desempeñó durante casi todo el conflicto, pero el hecho de que hablaba varios idiomas y su mirada documental, reflejada en sus fotos terminaron con él como secretario de prensa al servicio de la República.
Su hijo Alex ha compilado las fotos de Wainman en el volumen Almas vivas (Editorial Milenio) bajo el pseudónimo de Serge Alternês. Las imágenes llegaron a él a través de una amiga de su padre que había recuperado las fotografías de la casa de un editor jubilado y fallecido del Soho, quien las había guardado en un maletín. Alternês ha querido en este libro acercarse a la figura de su padre como un personaje, no como su progenitor.
Wainman estudió en Oxford ruso y varios idiomas, era un lingüista. Antes de su paso por España estuvo en Rusia y Alemania estudiando. “A él no le gustó Rusia, tuvo mucho miedo de Stalin y del comunismo. Después estuvo en casa de una familia alemana estudiando y conoció cómo era la Alemania del nacionalsocialismo.Tenía mucho miedo de las dos cosas que estaban cambiando el mundo. En especial de la política expansionista alemana, su persecución de los judíos, de los homosexuales y de los de los gitanos. Por ese miedo se movilizó a España”, explica a El Independiente su hijo Alternês. Wainman era cuáquero y sus poderosas convicciones religiosas orientadas a la acción cristiana fueron las que le empujaron a viajar a España.
Con la Unidad Médico Británica recorrió el país en guerra reflejando con su cámara cómo era la retaguardia del conflicto: Madrid, Albacete, Valencia, Aragón, Cataluña y País Vasco, fueron algunos de los lugares por los que pasó. En una carta destinada a su madre describe el trabajo de la unidad en septiembre de 1937:
“Acabo de volver de visitar el hospital de Valdeganga [localidad de la provincia de Albacete]. Está muy bien llevado. Actualmente tiene 70 pacientes convalecientes. Muchos de ellos aprenden a leer y a escribir por primera vez así como las chicas que se ocupan de las tareas domésticas . En breve, el personal del hospital abrirá una escuela para los niños que viven en las inmediaciones. De otro modo tendrían que andar varios kilómetros hasta el pueblo más próximo”.
Entre aquellos médicos idealistas que enseñaban a leer y a escribir a los pacientes a la vez que los sanaban se escribió un destacad capítulo de la historia de la medicina moderna entre el doctor Norman Bethune y su Unidad de Transfusión Sanguínea Canadiense y el doctor Reginald Saxton de la Unidad Médica Británica colaboran en la creación de un sistema se transfusión de sangre que trasladan en camiones frigoríficos y que acumulan de donaciones previas. Cuando Alec Wainman tomó la foto de Manuel Álvarez en la cueva de Santa Lucía también fotografió al doctor Reginald Saxton practicando una transfusión.
Un hospital en una cueva
“Es tan difícil crear a un hombre y tan fácil destruirlo con una explosión. Nunca olvidaré el Ebro. Si alguien salía de la cueva para dar un paseo, enseguida notaba el olor de la muerte. Alrededor de las camas, junto a los soldados, había mujeres y niños a quienes habían traído desde los pueblos después de algún ataque aéreo”.
Estas son las palabras de Nan Green recogidas en el libro Las mujeres británicas y la Guerra Civil Española, de Angela Jackson. Nan Green era administrativa de la Unidad Médica Británica. Green estando en la cueva de La Bisbal donó sangre a un británico que se moría.
Las imágenes de Wainman en el Ebro son sus últimas fotos en España. Abandonó el país el 8 de agosto de 1938 aquejado de una hepatitis. Pero no fue su último servicio a los españoles. Estando en Inglaterra ayudó, junto a su madre, a los niños vascos refugiados por Manning en el Habana. Consiguieron un edificio vacío para poder alojar a 30 de estos refugiados que no recibían ayudas públicas.
En 1939, antes de que estallara la II Guerra Mundial, el inglés viajó al sur de Francia a ayudar a los refugiados españoles que morían hacinados en las playas francesas e ignorados por Europa. De allí consiguió sacar a un grupo de intelectuales. Entre ellos estaba el alicantino Pepe Estruch, entonces un joven de 23 años que había trabajado en La Barraca con Federico García Lorca. Estruch desarrolló su carrera teatral en el exilio y en 1990 recibió el Premio Nacional de Teatro.
Un héroe desconocido de una guerra olvidada
“Recuerdo la circunstancia en la que salvé un muchachito cuando la retirada ocurrió en una de las muchas aldeas o pueblos por los que pasamos o permanecimos por breve tiempo en una de las localidades próximas al río Ebro
(...)
José y yo nos encontrábamos donde los del pueblo tenían un depósito de agua, fue aquí donde un avión hizo un impacto directo sobre dicho depósito. Justo después de la explosión fue cuando José advirtió que alguien estaba siendo arrastrado por la corriente originada por el depósito de agua destruido me saqué el capote dije a José que sostuviera las tres granadas de mano y tuviese a buen recaudo la ametralladora y me metí en la corriente de agua tratando de coger a un niño de unos 12 años de edad.
Al cabo de unos minutos logré arrastrarle hacia la orilla, como quiera que el muchachito no podía andar por las lesiones que había recibido en las piernas lo llevé a cuestas a la bodega mientras el muchachito recibía los primeros cuidados a fin de poder trasladarle a un hospital de la retaguardia”.
La historia cuadró: él era el soldado alto y el niño convertido en adulto iba a ir a verlo
Esta narración de Jimmy Higgins pertenece a un manuscrito inédito que recoge Manuel Álvarez en El soldado alto y que el brigadista compartió con otros voluntarios canadienses. El texto fue clave para que español diera con él. A través de una circular de la asociación de ex combatientes en la que se hablaba de la búsqueda de Álvarez varios brigadistas reconocieron haber leído el episodio en un escrito de Higgins.
Cuando Manuel Álvarez llamó al canadiense por teléfono la historia cuadró: él era el soldado alto y el niño convertido en adulto iba a ir a verlo. Jimmy Higgins tenía 71 años cuando recibió la visita de Manuel Alvárez. “No creía en los milagros, pero ahora sí”, dijo a la prensa canadiense cuando se produjo el encuentro el 19 de mayo de 1978 con Manuel Álvarez. Cuarenta años después de su paso por Corbera de Ebro, el ex brigadista se acordaba de haber sacado a un niño de un torrente de agua en el frente de la Batalla del Ebro, pero no tenía ni idea del nombre de la localidad.
Al fin y al cabo salvar a un niño no era más que una anécdota en medio de su experiencia traumática de una guerra que había quedado atrás y de la que sólo se acordaban unos ex combatientes que solo recibieron desprecio por parte del Gobierno canadiense.
Él era un de los cerca de 1.200 voluntarios brigadistas que se unieron a la República provenientes de Canadá. Lo hicieron primero metidos dentro del batallón Abraham Lincoln formado por brigadistas estadounidenses y después, cuando subieron en número, crearon el batallón canadiense Mackenzie-Papineau.
Los brigadistas canadienses fueron ignorados por gran parte de la opinión pública y por el Gobierno de Canadá
Higgins nació el en 1907 en Inglaterra y a los 26 años emigró a Canadá. Apenas cuatro años después llegaba a España para combatir del lado de la República. En Canadá estaba señalado por su actividad sindical. Según una base de datos de brigadistas canadienses de la Universidad de Dalhousie, en Nueva Escocia, Higgins estuvo herido durante el mes de abril de 1938 por un accidente de camión y combatió en Teruel y en el Ebro. En septiembre de 1938 fue hospitalizado por una enfermedad y regresó a Canadá en febrero de 1939. En noviembre de 1980 cuando Manuel Álvarez presentó su libro El soldado alto, Higgins contó a la prensa varios episodios de la guerra que había vivido. Antes de su participación en la Batalla del Ebro se perdió tras las líneas enemigas al separarse su batallón de manera caótica, probablemente en el frente de Aragón donde los brigadistas sufrieron importantes derrotas, tuvo que alimentarse de plantas silvestres durante días. También recordó a la prensa que fue detenido que pudo escapar, pero que su compañero de fuga murió o cómo quedó marcado por tener que retirar de los brazos de una mujer conmocionada del cuerpo muerto y destrozado de un niño. Entre todos aquellos recuerdos salvar a un niño herido era un recuerdo más.
Los brigadistas canadienses fueron ignorados por gran parte de la opinión pública y por el Gobierno de Canadá. Los soldados, muchos de ellos con secuelas físicas, se unieron para apoyarse, tanto psicológicamente como económicamente para poder sufragar sus gastos hospitalarios.
En el epílogo de su libro, Manuel Álvarez destaca la amargura de aquellos ex soldados ignorados a los que llegó a conocer bien en su búsqueda. El español se sentía muy agradecido a Canadá por abrirle sus puertas, “pero esta gratitud no disminuye mi repulsión a la actitud de los sucesivos gobiernos canadienses con respecto al batallón Mackenzie-Papineau”, señala. Álvarez ofrecía su libro y su persona como testimonio vivo de que la labor de los brigadistas había merecido la pena. Con la publicación de su libro, hoy descatalogado, había cumplido su parte, había cumplido la promesa de su padre y había seguido las emocionadas palabras que Dolores Ibarrurí dedicó en la multitudinaria despedida de las Brigadas Internacionales en Barcelona el 28 de octubre de 1938:
“Cuando los años pasen y las heridas de la guerra se vayan restañando; cuando el recuerdo de los días dolorosos y sangrientos se esfume en un presente de libertad, de paz y de bienestar; cuando los rencores se vayan atenuando y el orgullo de la patria libre sea igualmente sentido por todos los españoles, hablad a vuestros hijos; habladles de estos hombres de las Brigadas Internacionales“.
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