Un titular de prensa resumía con contundencia la conmoción que se apoderó del país: "La fiesta se acabó". El 18 de febrero de 1983, el gobierno de Luis Herrera Campins anunció una serie de medidas severas destinadas a aliviar la situación de una Venezuela que se ahogaba económicamente. "Ese día se anuncia el cierre de la venta de divisas, en los días siguientes se devalúa el bolívar, que se había sostenido sin variaciones en 4,30 por dólar durante más de 20 años y se crea un sistema de control de cambios, lo cual tendrá un fuerte impacto en la inflación y en la capacidad adquisitiva de los venezolanos", se subraya en Historia mínima de Venezuela, obra coordinada por el profesor Elías Pino Iturrieta y recientemente editada por Turner.
Ese día, que pasará a la posteridad como "Viernes negro", representa la primera clara manifestación de la crisis que se cernía sobre un Estado que apenas unos años antes se erigía ante el mundo y, especialmente, entre sus vecinos latinoamericanos como un modelo a seguir. En la década de 1970, la economía venezolana se expandió de forma exponencial, impulsada por unos crecientes flujos petroleros que sostenían la ilusión de un país rico por naturaleza en el que la única tarea de los gobernantes era distribuir las ganancias.
La abundancia de recursos favoreció el afianzamiento del régimen democrático instaurado desde 1958, el sistema conocido como del "Punto Fijo", y que permite acabar con una larga tradición de autoritarismo en el país. Mientras Latinoamérica se tambaleaba entre el descontento popular, las intentonas revolucionarias y las dictaduras militares, Venezuela era señalada incluso por el presidente estadounidense John Fitzgerald Kennedy como una democracia ejemplar.
Apoyada en el crecimiento de las rentas petroleras la democracia venezolana se convierte en modelo a seguir en las décadas de 1960 y 1970
Los gobiernos que se suceden en el poder articulan, especialmente a partir de los años 70, una extensa red de programas sociales para favorecer a los más necesitados, que, en combinación con una sucesión de proyectos faraónicos (el objetivo de construir la Gran Venezuela guía la primera presidencia de Carlos Andrés Pérez) y una galopante corrupción -aun por entonces eclipsada tras la sensación de bonanza- multiplicaron la dependencia de la iniciativa del Estado, consumieron los ingresos excepcionales y sumieron, además, a Venezuela bajo el peso de una creciente deuda. Pronto quedaría en evidencia que aquel esquema no era sostenible.
Aquella situación, en la que muchos fundaron sus esperanzas de un enriquecimiento generalizado, "sirvió más bien para todo lo contrario: un empobrecimiento de la población que se evidenció en la caída del salario real y el crecimiento del empleo informal. Más estatismo, más centralismo, más partidismo (menos pluralismo) y más ofertas de paternalismo del Estado [...] era muy difícil para las mayorías aceptar que el gobierno fuese cada vez más rico mientras los habitantes se hacían cada vez más pobres", explica el sociólogo venezolano José Antonio Gil Yepes en Venezuela: del pacto de Punto Fijo al Chavismo (Los Libros de El Nacional, 2007).
Cuando los precios del petróleo comenzaron a caer las grietas económicas de Venezuela quedaron a la vista y la necesidad de efectuar reformas dejó a buena parte de la sociedad en una posición muy delicada. La prolongada debilidad de los precios del crudo, la inconsistencia y superficialidad de las reformas aprobadas por los grandes partidos del país, AD y Copei; su incapacidad -o desinterés- para promover una reestructuración del Estado que permitiera una mayor descentralización y menor burocratización de la Administración hicieron inútiles los intentos de reconducir la crisis.
"Luego de sesenta años de crecimiento (1918 a 1978) del Producto Interior Bruto superior al 6 por ciento anual, y de ascenso social, el país entró en descenso hace 25 años y empezó a crecer la pobreza de manera sostenida y alarmante", señala un informe sobre la pobreza en el país publicado en 2004 por la Asociación Civil para la Promoción de Estudios Sociales y la Universidad Católica Andrés Bello.
La desesperación fue ganando terreno entre la población venezolana conforme las esperanzas del pasado tornaban en una realidad de miseria, más dolorosa si cabe ante la sucesión de escándalos de corrupción que empezaron a arreciar en el Gobierno. La sensación de descrédito de la política se acrecentaba con la visible influencia que las amantes de algunos líderes políticos -Jaime Lusinchi y Carlos Andrés Pérez-, las vituperadas como "las Barraganas" parecen ejercer sobre la acción de los poderes públicos.
"Si antes del Viernes Negro la posición de los pobres de las ciudades era precaria, después de éste fue catastrófica. Las filas de los pobres engrosaron y sus condiciones empeoraron, el deterioro de los sueldos empujó hacia la pobreza a innumerables miembros de la clase media baja, mientras que los pobres ya existentes bajaron hasta que llegaron a la pobreza extrema", señala Damarys Canache.
La situación tornaría crítica a inicios de 1989, cuando al comenzar su segundo mandato Pérez pone en marcha una serie de medidas que se traducen en un brusco encarecimiento de la gasolina y el transporte. La virulenta reacción de la población dio lugar a los episodios conocidos como el Caracazo, que supusieron en la opinión de Pino Iturrieta el punto de inflexión que marcó la ruptura de gran parte de la sociedad con el régimen democrático. "Se produjeron saqueos, actos de pillaje y violentos disturbios en Caracas y sus alrededores, los cuales se propagaron a otras ciudades del país".
La violenta reacción del Gobierno, que reprimió las protestas por medio del Ejército y la Guardia Nacional se tradujo en al menos 300 muertos. "Hubo violación de los derechos humanos y numerosos destrozos, generando una enorme intranquilidad e incertidumbre, más allá de la perplejidad y preocupación que el impacto de tales hechos produjo en la sociedad venezolana", escribe el profesor en la Historia mínima de Venezuela.
Un libertador para Venezuela
Es en ese convulso escenario en el que aparece la escena la figura de Hugo Chávez. Después de varios lustros de conspiraciones, en la madrugada del 4 de febrero de 1992, aquel comandante, desconocido hasta entonces para la gran mayoría de los venezolanos, se lanza junto a otros compañeros a un intento de derrocar a Pérez y su gobierno. La operación, ampliamente preparada, es un éxito en diversas zonas del país, pero no en la capital, precisamente la que tenía encomendada el propio Chávez. Sin embargo, ese fracaso lo lanzará al estrellato.
Aquella misma mañana del 4 de febrero, Chávez es instado por miembros del gobierno a solicitar a sus compañeros de intentona que se rindan. Frente a las cámaras de las principales televisiones del país, el militar golpista convertirá aquella declaración en la palanca que lo convertirá en un símbolo para los desengañados del país. Como observan Cristina Marcano y Alberto Barrera Tyszka en su obra Hugo Chávez sin uniforme, dos elementos de su mensaje marcarán su éxito: "asumo la responsabilidad" y "por ahora". "El primero es una rareza en un país donde no parece haber un solo político que asuma responsabilidades. El segundo, casi una amenaza, es deslizado como una promesa o un final de película de suspenso. Es un continuará... Las televisoras repiten el mensaje una y otra vez, sin saber que se convertirá en una auténtica y eficaz promoción del comandante Chávez", apuntan.
Chávez y sus compañeros de golpe permanecerán en prisión apenas dos años, hasta que son puestos en libertad por decisión del nuevo presidente, Rafael Caldera. Para entonces ya es un símbolo, un personaje mitificado por quienes desean una ruptura con el sistema de 1958. Tras su detención se producen protestas que piden su puesta en libertad y largas colas de gente empiezan a formarse frente a la cárcel para ir a conocerlo. "La simpatía que despertaba Chávez no solo provenía de su carisma personal. También ahí estaba hablando el hartazgo del país ante sus élites, la necesidad de una reacción frente a la escandalosa corrupción reinante".
Cuando Caldera puso a Chávez en la calle pensaba que, con ese paso, estaba contribuyendo a desinflar el mito del comandante. No tardaría en darse cuenta de su error. Apartado del Ejército, Chávez se sumiría de lleno en la batalla política. Y la descomposición cada vez más evidente del sistema del Punto Fijo no hacía sino alimentar sus opciones. Cuando una nueva caída de los precios del petróleo en 1997 detuvo en seco la débil recuperación económica que registraba el país la suerte del régimen instaurado cuatro décadas antes pareció echada.
Su mensaje tras el fracasado golpe de estado de febrero de 1992 le catapultaría a la fama
La candidatura de Chávez, que hasta entonces apenas agregaba el apoyo de los desheredados -en enero las encuestas le atribuían el 9% de los apoyos-, comenzó a elevar su popularidad y a posicionarse como favorita a la victoria electoral desde la primera mitad de 1998. "Su firme rechazo al sistema democrático que los venezolanos se habían dado en la constitución de 1961 y su oferta de sustituirlo por uno participativo que acabara con los vicios del pasado atrajo las simpatías de muchos excluidos que por largos años habían cultivado una conducta antisistema, pero también sectores medios inconformes y radicales que pedían un cambio como diera lugar, sin importarle el coste político de esta decisión", comenta Fredy E. Rincón Noriega en Crónica de una victoria: 1998-2001 (Instituto de Altos Estudios Sindicales, 2005).
De repente sectores de las clases medias, medios de comunicación e, incluso, grandes empresarios -es sonado el apoyo que el banco español BBV dio por entonces al candidato del Movimiento V República- hicieron suya la batalla de Chávez, pese al discurso revolucionario que le acompañaba. En opinión de Pino Iturrieta a su favor jugaba el hecho de ser un outsider, un jugador externo a un sistema francamente desacreditado, y el hecho de vestir uniforme militar. "En la tradición venezolana está el buscar en los cuarteles el salvavidas que necesita el país", asegura el autor de Historia mínima de Venezuela. Además, entre las clases empresariales primaba la confianza en que, una vez en la presidencia, agradecería su apoyo compartiendo los frutos del poder.
A través de una inteligente campaña, en la que consigue conectar con la gente llana, valiéndose de su brillante oratoria y su carisma personal, Chávez va aumentando su base de apoyos según avanza el año. Con la lucha contra la corrupción, la desigualdad y la injusticia por bandera consigue erigirse en el líder del pueblo, "el que les habla directamente de sus necesidades y sus anhelos. En los barrios de toda Venezuela es fácil escuchar frases como le importa la gente como yo, me representa", indican Marcano y Tyszka. Los responsables de su campaña tratan de suavizar su imagen, para lo que no dudan en incorporar a la campaña a su entonces mujer, Marisabel Rodríguez, que "es una mujer preparada, pero además es hermosa, simpática, espontánea", señalan los autores de Hugo Chávez sin uniforme.
Los errores de sus rivales, incapaces siquiera de aunar fuerzas en torno a un candidato común para frenar el ascenso del comandante golpista, no hace sino allanarle el camino hacia el Palacio de Miraflores. A pocos días para los comicios presidenciales, tanto AD como Copei acaban por renunciar a sus respectivas candidaturas y dar su apoyo a Henrique Salas Römer, el único candidato que por entonces parecía capaz de plantar algo de batalla a Chávez. Pero los esfuerzos de éste por aparecer como ajeno a la casta política tradicional contribuyeron a aumentar la confusión de los votantes.
En cualquier caso, como observa Rincón Noriega, "era tarde para tapar los efectos que producía el gradual empobrecimiento de los venezolanos en los últimos años. No había tiempo para que los electores se interesaran por programas de gobierno. La campaña ya estaba inmersa en una rutina en la que prevalecían otras motivaciones, fundamentalmente de carácter emocional y simbólico, por cierto, hábilmente explotadas por el candidato que mejor manejaba sus cualidades histriónicas".
Chávez se convertiría en el símbolo de los que rechazaban los resultados del sistema político instaurado en 1958
Escudado en el culto al padre de la patria, Simón Bolívar, Chávez había logrado convencer a las masas de que la solución a sus problemas pasaba por expulsar del poder a los partidos políticos tradicionales y elaborar una nueva constitución que debía ser la antesala de un reparto mucho más justo de las riquezas del país. Como el mismo se había encargado de repetir durante la campaña, "en Venezuela está en marcha una verdadera revolución social. Nada ni nadie podrá evitar el triunfo de la revolución democrática".
El 6 de diciembre de 1998, hace ahora veinte años, Venezuela daba un giro a su historia con la victoria de Hugo Chávez, que concentró un 56,44% de los votos. Los venezolanos habían decidido que la fiesta que había finalizado 15 años antes debía reiniciarse. "Con Chávez se buscaba reanudar la fiesta y se logró. La clase media estuvo durante mucho tiempo enamorada de Chávez porque dio muchos recursos, unas posibilidades de dispendio que se habían perdido", comenta Pino Iturrieta. El nuevo presidente era, a ojo de sus electores el que, esta vez sí, iba a repartir entre las masas las riquezas que los políticos habían acaparado para sí.
"Queridos amigos, sencillamente hoy ocurrió lo que tenía que ocurrir. Como dijo Jesús: Todo está consumado. Se ha consumado lo que tenía que consumarse", señalaría el nuevo presidente. Venezuela ya tenía el mesías que debía librarle de décadas de opresión. Aquella noche se volvió a respirar un ambiente festivo en las calles de Caracas. "Hacia demasiados años que tantos venezolanos no se juntaban alrededor de un solo motivo". Venezuela volvía a bailar. Por ahora.
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