"Y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino". Con este escueto versículo se pierde todo rastro de los magos de Oriente que, según detalla el Evangelio de San Mateo, acudieron a Belén a adorar al niño Jesús poco después de su nacimiento. A partir de entonces, e incluso antes, todo en torno a ellos se torna misterio.
¿Quiénes fueron? ¿De dónde provenían? ¿Qué fue la "estrella" que los condujo hasta Belén? ¿Cuántos eran realmente? Éstas son solo algunas de las cuestiones que a lo largo de los siglos han tratado de desgranar muy diversos autores que, con una base más o menos científica, más o menos sólida o, al menos, conocida han tratado de abordar distintos aspectos de estos misteriosos hombres que habrían acudido a territorio judío para adorar al Mesías y agasajarlo con una serie de regalos: oro, incienso y mirra.
La escasez de fuentes fiables no ha sido, en cualquier caso, óbice para la abundancia de leyendas en torno a estos magos, concebidos como reyes con el paso de los años (pese a que nada al respecto afirma el evangelista) y que la tradición ha acabado convirtiendo en tres (entre otras cosas por adecuación al número de presentes mencionados), aunque autores como Andrew Edward Breen han manifestado sus dudas sobre la posibilidad de que una caravana tan reducida protagonizara un viaje de este tipo.
Bautizados por el apóstol Tomás, los Reyes Magos habrían dedicado el resto de sus días a la extensión del Evangelio de Jesús
Hoy es común denominar a estos supuestos soberanos orientales con los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar, considerarlos provenientes de Persia, Arabia o hasta (al menos en el caso de Baltasar) Etiopía, representar a este último como de tez negra, e incluso imaginarlos guiados por un fenómeno astronómico como la conjunción de Saturno y Júpiter que, según diversos estudios, se produjo hasta en tres ocasiones a lo largo del año 7 después de Cristo, arrojando un brillo especial que la haría fácilmente distinguible desde la Tierra.
Si todas estas cuestiones son aún hoy objeto de debate, más dudas ofrecen aún las historias que tratan de abordar qué fue de los hoy denominados Reyes Magos tras el encuentro de Belén. Y, sin embargo, son varias las versiones que, a lo largo de los siglos han ido circulando sobre el destino que les esperaría a los adoradores de Jesús de los que da referencia Mateo. Y algunas de ellas les deparan un trágico final a "sus majestades" orientales.
Según un relato legado por el afamado viajero veneciano Marco Polo en el siglo XIII -y que bebía de crónicas anteriores- tras presentar sus regalos a Jesús, los magos abandonaron Belén portando un regalo que éste les había entregado en una caja cerrada. A mitad de camino decidieron abrir la caja y al descubrir que se trataba de una piedra la arrojaron a un pozo. "Arrojada la piedra al pozo, un fuego descendió del cielo ardiendo y cayó dentro del pozo. Cuando los reyes vieron esta maravilla, se arrepintieron de lo que habían hecho; tomaron aquel fuego y lo llevaron a su tierra y lo pusieron en una de sus iglesias. Y de continuo lo hacen arder y oran a ese fuego como a un dios", señala el relato.
La mayor parte de los textos que tratan de recrear la vida de los magos tras su encuentro con Jesús relatan la conversión de éstos a la fe cristiana, un proceso que generalmente se atribuye al esfuerzo evangelizador del apóstol Tomás, que habría sido el encargado de bautizarlos. Así, los magos se dedicarían al apostolado y llevarían a cabo diversas obras para la extensión del Evangelio en aquellas tierras orientales hasta su muerte. Una muerte que, según el relato de Juan de Hildesheim (siglo XIV), fue "dulce y feliz".
Distintas versiones
Tal y como parafrasea Franco Cardini en Los Reyes Magos. Historia y leyenda (Ediciones Península, 2001), tras recibir la señal divina de su próxima muerte -que se suele fechar en torno al año 70, cuando ya superaban el siglo de vida-, "mandaron preparar en Seuva un sepulcro de forma real y murieron a breve distancia uno de otro. Los enterraron en pie, como corresponde a los reyes, y juntos, como habían vivido; antes de su fallecimiento apareció una estrella que permaneció en el lugar de su sepultura hasta su traslado".
Esta versión de la muerte de los magos de Oriente se vio, sin embargo, eclipsada por las que planteaban un fallecimiento mucho más cruento. Entre éstas está la relatada por el jesuita toledano Jerónimo Román de la Higuera, que, bajo el título de Chronicon Omnimodae Historiae, trató de pasar su texto -escrito en pleno siglo XVI- como una obra de Flavio Lucio Dextro, obispo de Barcelona en el siglo V. Según la versión recogida en su escrito por De la Higuera los magos fallecieron tras sufrir martirio en la localidad arábiga de Sessania de Andruneti.
Uno de los relatos sobre el martirio de los magos es debida al jesuita toledano Román de la Higuera
La obra de Román de la Higuera, catalogado como uno de los mayores farsantes de la historia de España, caería en el descrédito varios siglos después, cuando se descubrió que buena parte de las referencias utilizadas en su relato, supuestamente histórico, habían sido falseadas. Sin embargo, la historia de la tortura de los Reyes Magos no fue -al menos no en exclusiva- fruto de su imaginación, sino que también fue incluida en otras recreaciones de su vida. Así, tal y como relata Andre Edward Breen en su Exposición armonizada de los cuatro evangelios, "existía la tradición de que los magos fueron martirizados por la fe". De este modo, sus esfuerzos por trasladar su creencia en la divinidad de aquel niño al que habían adorado en Belén les habría acabado costando una trágica muerte como a otros muchos apóstoles de Cristo en los primeros siglos de la era moderna.
Su muerte no supondría, en cualquier caso, el punto final de los relatos en torno a los misteriosos magos de Oriente. La leyenda cuenta que la emperatriz Elena de Constantinopla (proclamada posteriormente como Santa Elena), tras su célebre viaje a Jerusalén en torno al año 300 -durante el cual se hallaría también la reliquia de la Vera Cruz-, trasladaría los cuerpos y las reliquias de los magos desde un impreciso Oriente hasta Constantinopla, donde serían objeto de adoración. Tiempo después, un obispo de Milán llamado Eustorgio se encargaría de llevarlos hasta la ciudad italiana.
Habría que esperar hasta el siglo XII para encontrar nuevas noticias sobre las reliquias de los magos, que en 1164 serían nuevamente trasladados hasta la ciudad germana de Colonia, tras el asedio de Milán por parte del emperador Federico I, Barbarroja. El arzobispo de Colonia, Reinaldo de Dassell, sería el responsable de aquella nueva mudanza. Depositados en la iglesia de San Pedro -posteriormente transformada en catedral-, los responsables de los restos de los reyes impulsarían la construcción de un arca de plata dorada para el reposo de los mismos.
La importancia que adquirirían aquellos restos en los años posteriores queda probada por el hecho de que, desde finales del siglo XII es posible determinar un flujo constante de peregrinos hacia la ciudad germánica con el fin de venerar las reliquias de los magos, de lo que quedan evidencias como insignias o amuletos que llevaban escritos los nombres de los tres magos. La relevancia de la que gozaría motivaría que, por ejemplo, durante las invasiones mongolas dirigidas por Bathu Khan, el nieto de Genghis Khan, a mediados del siglo XIII, se llegaría a extender "la noticia de que los mongoles se dirigían a Colonia para recuperar los despojos de sus antepasados, los reyes magos", apunta Cardini.
Es cierto, no obstante, que desde entonces han sido varias las ciudades que han discutido a Colonia la autenticidad de aquellos restos y el propio Marco Polo relataría cómo durante su travesía por territorio de Persia se le mostró un lugar donde, presuntamente, descansaban los restos de los Reyes Magos. "En Persia se encuentra la ciudad de Saba, desde donde partieron los Tres Magos cuando fueron a adorar a Jesucristo; y en esta ciudad están enterrados, en tres monumentos muy grandes y hermosos, uno al lado del otro. Y sobre ellos hay un edificio cuadrado, cuidadosamente cuidado. Los cuerpos aún están completos, manteniendo el pelo y la barba", observa el relato del viajero.
Así pues, incluso el lugar de su enterramiento como casi cada paso de su vida permanece envuelto en el misterio. Pero sea en un punto u otro, tras una muerte "dulce y feliz" o tras padecer la tortura por sus creencias, lo cierto es que la leyenda de los misteriosos magos de Oriente ha sido capaz de sobrevivir al paso de los siglos para convertirse en una tradición navideña que rebasa con mucho toda la liturgia cristiana.
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