En el otoño de 1942 las bromas sobre “la espuma de judío” de las pastillas de jabón eran comunes después de los partidos de fútbol entre los adolescentes alemanes de las Juventudes Hitlerianas. El jefe de las SS, Heinrich Himmler, se quedó estupefacto cuando leyó un informe sobre “abono y jabón producido a partir de los cadáveres de los judíos” en la prensa estadounidense. Ordenó una investigación en todos los campos de concentración del Reich para averiguar de qué manera se habían utilizado los cadáveres de los judíos. Pidió que se castigara a los que transgrediesen las directrices sobre la incineración y la sepultura de los cuerpos.
La anécdota, recogida por el historiador inglés Nicholas Stargardt, en La guerra alemana (Galaxia Gutenberg), es un testimonio de lo cercana que puede estar a la realidad una noticia falsa. Nunca se fabricó jabón con las víctimas del Holocausto. La realidad era mucho peor. Fue un expediente con el que Occidente pudo salvar su mala conciencia por lo que no supo o no quiso ver.
Los Aliados siempre negaron tener conocimiento de los horrores de la Shoah antes del fin de la guerra. Sin embargo era imposible que no lo supieran. Como los alemanes que vivían al lado de las verjas los campos. Lo que ocurría en Dachau, Buchenwald, Ravensbrück era un secreto a voces.
Hitler tuvo siempre mucho cuidado de no dejarse manchar por los crímenes más horribles del Tercer Reich. Nunca firmó ninguna orden directa. Nunca visitó un campo de exterminio. Esperaba un armisticio con los Aliados y no quería comprometerse. Dejó todo en manos de Himmler. Fue él, en calidad de jefe de las SS, el que organizó la Solución Final: el genocidio de 6 millones de judíos europeos en las cámaras de gas.
“De Auschwitz y de los otros campos de exterminio se sabe mucho, en cambio del ensayo que precedió al Holocausto se habla muy poco. Sin embargo no se pueden entender los campos de exterminio sin saber cómo se llega este punto”. dice Jesús Hernández, autor de Grandes atrocidades de la Segunda Guerra Mundial (Almuzara).
Masacre a sangre fría
Desde el principio de la Segunda Guerra Mundial, con la invasión de Polonia en 1939, había una unidad de las SS, las Einsatzgruppen, cuya única función era la eliminación sistemática de todos los judíos de Europa Oriental. La violencia de la Einsatzgruppen se exacerbó aún más con la campaña de Rusia en 1942, alcanzando niveles de crueldad nunca antes vistos.
El macabro ritual consistía en reunir a toda la población judía en el centro de cada pueblo, llevarla en las afueras y obligarla a cavar una fosa. A todos les hacían desnudarse y alinearse a lo largo del hoyo. No había distinción entre hombres, mujeres, niños o ancianos: las Einsatzgruppen abrían el fuego hasta que el hoyo estaba lleno. Todos los vestidos y las posesiones de las víctimas se convertían en botín de guerra. "Después de la Guerra se habló poco de estos crímenes porque todos los centros de operaciones de las Einsatzgruppen se encontraban en estados del Pacto de Varsovia y a los Soviéticos no les interesaba remover el pasado ya que sus propios soldados habían cometido atrocidades parecidas durante la liberación del Este".
En la mentalidad de los nazis las cámaras de gas era la manera “más humana” para alcanzar un objetivo criminal
En la mentalidad de los nazis las cámaras de gas era la manera “más humana” para alcanzar un objetivo criminal: la exterminación del pueblo judío. “El régimen se dio cuenta de que era imposible proceder a una limpieza étnica a nivel europeo con las matanzas tradicionales. El asesinato a sangre fría también creaba problemas y tensiones incluso entre las fanáticas tropas del ejército nazi. Fue entonces que se estudió la “Solución final”. La creación de las cámaras de gas donde se podía matar a 2.500 personas a la vez”, explica Hernández.
El tesoro de Auschwitz
En total se crearon siete campos de la extermino pero solo uno en Alemania. Los nazis querían alejar todo lo posible el horror de su propia tierra. En Auschwitz mueren un millón de judíos. Al final de la guerra la mitad de la población judía europea había sido exterminada, seis millones de víctimas.
El museo del campo es uno de los monumentos de la II Guerra Mundial más visitados en el mundo. “Sabemos mucho pero no conocemos las historias individuales de todas las víctimas. Nuestro esfuerzo es intentar llenar este vacío a través de los objetos que los familiares de los supervivientes siguen donando”, explica a El Independiente Anna Odi, jefa de documentación del Museo. “Acabamos de recibir una cuchara de madera que perteneció a uno de los prisioneros o el bastón del director de la primera orquesta de los prisioneros”.
El antisemitismo, el preocupante resurgimiento de la xenofobia y de los sentimientos en contra de los inmigrantes representan un peligro para Europa
El papel del Museo, que ha recibido en 2018 más de dos millones de visitantes, es también luchar en contra del antisemitismo, que sigue estando vivo en Europa. “El negacionismo del Holocausto y las ideas neonazis han encontrado un refugio en las redes sociales. Nuestra labor es combatir estas mentiras enseñando las pruebas de lo que ocurrió”, dice a El Independiente, que ha visitado junto a Odi recientemente la exposición Auschwitz. No hace mucho, no muy lejos en el Centro de Arte del Canal. “No podemos hacer caso omiso al preocupante resurgimiento de la xenofobia y de los sentimientos en contra de los inmigrantes en gran parte de Europa”.
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