La verdadera historia de la tecnología en España todavía no se ha escrito. Hay en ella muchas lagunas; muchos genios desconocidos de los que no hablan los libros de texto. Como Mónico Sánchez, inventor del primer aparato de Rayos X portátil, o Julio Cervera, un castellonense segorbino que patentó en 1899 la radiotelefonía sin hilos (es decir, la transmisión de voz y sonido a través del aire, que hoy conocemos como radio). Marconi, inventor de la radiotelegrafía sin cables, recibió un Premio Nobel de Física y amasó una fortuna, mientras que Cervera, quizás por el proverbial desinterés del Estado Español por la ciencia, es hoy un perfecto desconocido para la mayoría de los mortales. En esta lista de inventores ignorados figura también un personaje visionario, cura en Segorbe para más señas, cuyas patentes le sitúan como uno de los pioneros de la música protoelectrónica.
Juan García Castillejo (1903-1985) desarrolló durante los años treinta una compleja máquina llamada “electrocompositor”, donde reunía las últimas aportaciones de la época en materia de telegrafía, teclados de teletipos y máquinas de escribir, para crear con ellas música sintética de forma aleatoria. El suyo era un artilugio que podríamos emparentar con otros grandes inventos protoelectrónicos como el theremín y las Ondas Martenot, con el aliciente añadido de que este religioso de espíritu inquisitivo se adelantó dos décadas al concepto de música del azar, en las que trabajaron a partir de los años cincuenta compositores como John Cage y Stockhausen. “Para mí lo más fascinante de todo es que no sabemos cómo logró estar tan al día de las investigaciones en torno a la tecnología inalámbrica que se estaban produciendo en otros países. Sobre todo teniendo en cuenta que él apenas salió del medio rural durante toda su vida, y que hablamos de la posguerra española, un periodo pobre y autárquico”, comenta Miguel A. Delgado, autor del libro Inventar en el desierto (Turner) en el que recupera las historias de innovadores españoles como la de Castillejo.
Se conoce muy poco sobre la vida personal de este peculiar inventor. Nació en Motilla del Palancar (Cuenca), pero ya de niño se trasladó a vivir a Valencia. Era un apasionado de la electricidad y el sonido, así como también un soñador empedernido. En su libro Telegrafía rápida y música eléctrica (1944), él mismo explica casi todos los detalles sobre la construcción del "electrocompositor", que estaba dotado de lámparas, transformadores, condensadores, resistencias, unas docenas de altavoces y con varios motores. “Pretendía que las perforaciones de la cinta de telegrafía fuesen seleccionadas automáticamente por diferentes motores, que hacían reproducir diferentes pistas sonoras grabadas, con el fin de que cada libro en cinta perforada se convirtiera en un libro sonoro, explica el catedrático de la Universidad Politécnica de València Miguel Molina, especialista en arte sonoro y vanguardias históricas.
En opinión de Miguel Ángel Delgado, Telegrafía rápida “es una maravillosa extravagancia, porque contiene ideas alucinantes. Habla, por ejemplo, de tender un cable en el fondo del océano por el que pasen altas frecuencias, capaces de detectar el paso de bancos de peces y transformar el movimiento en sonido. Habla de que la vida en el mar se convierta en melodía”. Otros de los innovadores aparatos imaginados por el eclesiástico fueron la 157869 y la 154105, máquinas que transmitían automáticamente el Morse, quedando sus combinaciones registradas óptica y fonéticamente por elección o al azar.
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El cura valenciano era precavido y temía la piratería. Entre 1939 y 1943 registró varias patentes de las que habla en el citado libro, pero sin mostrar nunca todos los detalles. Desafortunadamente, sus precauciones no eran tan necesarias. García Castillejo no logró dinero, reconocimiento ni prestigio en vida. “Al parecer, cuando vio que no le hacían caso dejó de lado sus invenciones y no las volvió a retomar hasta su muerte en los ochenta. Frustrado y decepcionado, guardó su máquina bajo llave y no volvió a hablar de ella. Se dedicó a ser un cura de pueblo común y corriente”. Tras su fallecimiento, su propia familia vació todos los extraños artilugios que guardaba en casa su peculiar tío y las enviaron al chatarrero. “Ellos debieron ser los más sorprendidos cuando se descubrió su historia”, opina Delgado.
Uno de los principales valedores de García Castillejo es el prestigioso teórico y compositor de arte sonoro Llorenç Barber, quien a finales de los años setenta encontró por casualidad el manual de Telegrafía Rápida en una librería de lance madrileña. Fascinado por la audacia intelectual y visionaria del viejo cura, Barber inició un proceso de recuperación de su memoria. Entre otras cosas, creó un Premio “Cura Castillejo” para reconocer cada año la labor de las figuras más relevantes en el ámbito del arte sonoro y las músicas experimentales en España. Entre los trabajos académicos que se han interesado por este precursor de la música electrónica, destacan los conducidos por el grupo de investigación del Laboratorio de Creaciones Intermedia de la UPV. Especialmente el software creado por Stefano Scarani para emular el funcionamiento real del aparato. Es inevitable preguntarse qué cara pondría este singular cura al descubrir que sus inventos han conseguido asombrar a la sociedad del siglo XXI.
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