El día primero de marzo de 1939 fui llamado a Washington «para consultas» con el Departamento de Estado. Durante los dos años y medio de guerra no había sido convocado ni una sola vez, lo cual puede parecer bastante notable. La situación había sido tema de algunos comentarios en la prensa norteamericana. Puede que al Departamento no le pareciera de importancia, puesto que conocían exactamente mi interpretación sobre el significado de la guerra española.
Durante los dos años y medio, escribí con regularidad y envié voluminosos informes sobre todas las fases de la lucha (copias de los cuales tengo en este momento en mi poder), como el secretario Cordell Hull contó en una ocasión, en el transcurso de una conferencia de prensa. Estos despachos constituirían un grueso volumen. No había nada que hubiese podido decir de palabra que no hubiera expresado ya en ellos, y mi posición era perfectamente clara, como hace constar en sus memorias míster Cordell Hull. Mi opinión se resumía en los siguientes puntos:
- Que después de los primeros días de considerable confusión, fue demostrado claramente que se trataba de una guerra de los fascistas y las potencias del Eje contra las instituciones democráticas de España.
- Que la guerra española era el principio de un plan perfectamente meditado para el exterminio de la democracia en Europa y el comienzo de una Segunda Guerra Mundial.
- Que el Comité de No Intervención era un vergonzoso engaño cínicamente indigno, y que Alemania e Italia enviaban constantemente soldados, aviones, tanques, artillería y municiones a España, sin una interferencia o protesta verdadera de los firmantes del pacto.
- Que Alemania e Italia estaban utilizando las ciudades españolas y sus habitantes para fines de experimentación y ensayando sus nuevos métodos de destrucción y su nueva técnica de terrorismo.
- Que el Eje, preparándose para la batalla continental, estaba utilizando España para ver hasta dónde podía llegar con la silenciosa aquiescencia de las grandes democracias y poner a prueba su espíritu, valor y voluntad de luchar por sus ideales.
- Que las potencias del Eje creían que al convertirse España en un Estado fascista, podría y sería usado como una cuña contra América Central y del Sur. Informé a Washington de los alardes hechos por la prensa de Franco y la determinación de «liberar» Sudamérica de la «servidumbre yanqui y el ateísmo».
- Que este propósito figuraba en un libro preparado para la enseñanza en las escuelas, en el que se atacaba duramente a las democracias en general y a las de Inglaterra y los Estados Unidos en particular.
- Que los ataques, ridiculización e insultos dirigidos contra los Estados Unidos e Inglaterra por la prensa de Franco no dejaban lugar a dudas sobre la posición que sostenían.
- Que mientras las potencias del Eje mandaban ejércitos, aviones, tanques, artillería, técnicos e ingenieros a Franco, el Comité de No Intervención y nuestro embargo representaban una poderosa contribución al triunfo del Eje sobre la democracia en España, y que mientras la guerra contra China era sostenida solamente por Japón, contra Checoslovaquia solo por la Alemania nazi, contra Abisinia solamente por la Italia fascista, el primer país que era atacado por el Eje —Italia y Alemania juntas— era España.
- Que era mi opinión, mucho antes de Múnich, que el próximo ataque sería contra Checoslovaquia, debido a las injurias que, sin razón evidente, proferían contra ella los italianos y los alemanes que cruzaban la frontera española para proveerse de alimentos en San Juan de Luz y Biarritz.
- Yo había informado a Washington de que nuestros intereses, ideológica, comercial e industrialmente, estaban vinculados a los de la democracia en España, cuyo Gobierno era reconocido como constitucional y legal, y que la victoria de Franco sería un peligro para los Estados Unidos, especialmente en Sudamérica.
Nunca recibí comentario alguno del Departamento de Estado, al que constantemente, durante más de dos años, envié estas opiniones. Ahora sabemos que la división que en él existía alcanzaba hasta las capas más altas.
Claude G. Bowers, publicó en 1954 Mi misión en España y Arzalia lo ha reeditado con motivo del 80 aniversario del final de la Guerra Civil española.
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