La España soviética, alimentada por la URSS de Josef Stalin. La España fascista, apoyada en los regímenes de la Alemania de Adolf Hitler y la Italia de Benito Mussolini. La Guerra Civil española ha sido repetidamente planteada como el choque de dos bandos antitéticos que dirimían en suelo patrio un conflicto de dimensiones más extensas y que no tardarían en enfrentarse en el tablero internacional.
Así se explicaría que, una vez iniciado el conflicto, unos y otros se alinearan y colaboraran de forma activa con el bando que mejor se amoldaba a sus postulados.
Menos se ha profundizado, en cambio, en el papel que estas potencias internacionales representaron en los preparativos de la guerra española. Y eso que son conocidos desde fecha tan temprana como 1937. Fue entonces cuando medios de comunicación franceses, británicos y norteamericanos desvelaron la existencia de una nota que confirmaría que altas instancias de la Italia fascista habían llegado en 1934 a un acuerdo con un grupo de conspiradores españoles en el que se comprometían a dar apoyo a un golpe militar contra el régimen republicano español.
Este documento ha sido tradicionalmente menospreciado por la historiografía, como una mera declaración de intenciones de escaso efecto práctico. Sin embargo, el historiador Ángel Viñas defiende en su recién publicada ¿Quién quiso la Guerra Civil? Historia de una conspiración (Crítica, 2019), que aquel documento reflejaba un paso importante en una serie de contactos y acuerdos que acabarían siendo decisivos para el alzamiento del bando autodenominado nacional.
El acuerdo con Italia en 1934 abría el camino a un acercamiento creciente hacia el fascismo
"El acuerdo con Italia de 1934 fue un primer punto culminante en la evolución de las fuerzas antidemocráticas españolas para asegurar sus fines. Que de ello se desprendería un acercamiento creciente hacia el fascismo estaba en su propia naturaleza", asegura el autor en la obra.
Este acuerdo, firmado entre el 31 de marzo y el 1 de abril, establecía el compromiso del Gobierno de Italia de apoyar financieramente, con entrenamiento de personal y con la provisión de armamento al movimiento conspiratorio tendente a sustituir la República por una regencia que preparase la completa restauración de la monarquía.
Había sido negociado por el líder político monárquico Antonio Goicoechea, el general Emilio Barrera, Rafael Olázabal y Antonio de Lizarza, quienes tuvieron la ocasión de reunirse con el insigne líder fascista Italo Balbo y, de forma mucho más significativa, con el propio Mussolini.
"Que Mussolini se dignara a recibir a los emisarios es una ilustración del interés con el que contemplaba el asunto", sugiere Viñas. Ese interés habría sido alimentado a raíz de diversos encuentros con conspiradores españoles que se habrían iniciado, al menos, en fecha tan temprana como 1932, cuando el aviador Juan Antonio Ansaldo viajó hasta Roma para solicitar la ayuda italiana para el golpe -a la postre frustrado- del capitán general José Sanjurjo.
Para Italia, la intervención a favor de un cambio de régimen en España podía tener sentido por varios motivos, más allá de los ideológicos. Uno era el disgusto con el que Mussolini observaba la libertad con la que, con el advenimiento de la República, comenzaron a moverse en el territorio español elementos destacados del antifascismo italiano.
Para Mussolini, la República española suponía una amenaza a sus planes en el Mediterráneo
Más determinante resultaban, no obstante, a ojos de Viñas, las pretensiones hegemónicas del Duce sobre el Mediterráneo, y su preocupación porque la buena sintonía entre el régimen republicano español y el francés facilitase algún tipo de colaboración entre ambos que pusiera en riesgo sus objetivos (siempre estuvo presente el temor a que España diera a Francia libertad para hacerse fuerte en las Islas Baleares en el caso de una guerra internacional).
En cualquier caso, el apoyo de Italia a un golpe de Estado en un país europeo era algo que iba en contra de cualquier legislación internacional, por lo que las autoridades fascistas tuvieron cuidado de dejar el menor rastro posible, lo que dificulta la búsqueda de documentación que pruebe y aclare los resultados de las distintas gestiones.
Tampoco queda clara la participación del político más destacado de la derecha monárquica de la época, el exministro de Hacienda José Calvo Sotelo. Viñas defiende que el político gallego debió ser conocedor y muy probablemente promotor de la mayor parte de los encuentros con las autoridades italianas. De hecho, en su libro cita una serie de cartas enviadas al propio Mussolini en las que se le cita como impulsor de las mismas y queda abierta la posibilidad de que ambos líderes llegaran a encontrarse, al menos en octubre de 1935.
Parece claro, en todo caso, que Calvo Sotelo se cuidó mucho de mantener un papel secundario en estos contactos conspiratorios. "De haber salido su nombre a la luz, una pieza fundamental de su propaganda se hubiera venido abajo. La persona que denunciaba con harta ferocidad y demagógica prepotencia los manejos moscovitas se habría visto expuesta al bochorno de sus concomitancias con Mussolini", considera Viñas.
Planteaban el regreso a la monarquía a través de una regencia de Sanjurjo y con Calvo Sotelo en el Gobierno
Con todo, Calvo Sotelo parecía ocupar un lugar principal en el plan pergeñado por los conspiradores monárquicos españoles y que sería al que, finalmente, prestarían oído las autoridades italianas, por encima de otras alternativas, como las planteadas por el carlismo.
El grupo monárquico, activo en sus manejos conspiratorios desde el mismo día en que se instauró la República en España, planteó a Mussolini y sus hombres la restauración de la monarquía, con el nombramiento de un regente (el general Sanjurjo) y un gobierno fuerte, que promoviera una política de Estado de corte fascista, y que debía estar encabezado por el propio Calvo Sotelo (aunque en algún documento se mencionaría la posibilidad de que lo liderara Goicoechea).
Para sacar adelante sus planes, la trama cívico-militar que impulsaba los preparativos consideraba esencial crear un clima favorable al golpe tanto en el Ejército como en la sociedad. Para el primero, resultaría fundamental la creación de la denominada Unión Militar Española (UME), una asociación clandestina que se encargó de difundir todo tipo de propaganda subversiva entre el estamento militar.
La parte social sería abordada a través de una propaganda que, con frecuencia de modo exagerado, difundiría la imagen de una España al borde del colapso y la anarquía, a causa del terror revolucionario. En este aspecto serían vitales el papel de la prensa (el autor incide en el protagonismo del ABC, amén de varios periodistas que, en muchos casos, serían financiados por el propio Gobierno italiano) y los discursos políticos más alarmistas, entre los que descollarían los pronunciados por Calvo Sotelo, especialmente a raíz de la victoria del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936. En ellos aunaría la denuncia del peligro marxista con ciertos guiños favorables a las políticas fascistas.
Los conspiradores desconfiaban de la línea legalista y creían que sería necesario recurrir a las armas
Resulta significativo que el acuerdo de 1934 se firmara en un momento en que los partidos de izquierda habían sido desplazados del poder, tras las elecciones de noviembre de 1933, que propiciaron una coalición entre el Partido Radical de Alejandro Lerroux y la derechista CEDA, encabezada por José María Gil Robles.
Los conspiradores monárquicos nunca creyeron en la posibilidad de encauzar la República por medios legales y creían que tarde o temprano el intento de Gil Robles acabaría fracasando. El regreso de las izquierdas al poder haría inevitable el recurso a las armas.
Y a esta tarea se encomendarían de forma ya apresurada a partir de la victoria del Frente Popular. Por esas fechas se multiplicarían los contactos con el régimen italiano de Mussolini, que acabarían plasmándose en la firma de una serie de contratos el 1 de julio por los que los conspiradores lograban hacerse con un material indispensable en sus planes de sublevación: una flota de más de 40 aviones de transporte y combate.
El acuerdo, por un valor de 39,3 millones de libras (que Viñas equipara a 339 millones de euros, aunque advirtiendo de la artificiosidad de sus cálculos), sería refrendado por el profesor Pedro Sainz Rodríguez, que acordaría la adquisición con la empresa italiana Società Idrovolanti Alta Italia (SIAI), probablemente en una maniobra que trataba de ocultar la participación de las autoridades trasalpinas en las negociaciones.
El 1 de julio se firmó la venta de más de 40 aviones italianos a los conspiradores
Lógicamente, las posteriores muertes de Calvo Sotelo y Sanjurjo desbaratarían el plan monárquico y harían necesarias nuevas gestiones para asegurar unos contratos que garantizaban una determinante e insospechada ayuda a los militares sublevados.
Para el líder emergente, Francisco Franco, hasta entonces con un papel muy limitado en la conspiración, según el relato de Viñas, aquellos aviones pilotados por personal cualificado (también provisto por Italia) suponían un regalo inestimable para llevar al éxito sus planes.
Aquella conexión establecida por los conspiradores monárquicos se revelaría clave en los primeros logros de la sublevación. Aunque los frutos de la ayuda prestada por el régimen de Mussolini serían empleados para hacer triunfar un proyecto político distinto.
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