Sylvia Rivera tiene 18 años. Está bailando en una discoteca con sus amigas, cuando unos policías irrumpen en el lugar. Obligan a los asistentes a mostrar su documentación, y, cuando le llega el turno a Sylvia, el agente le pregunta si es hombre o mujer. Ella lo tiene claro. Se siente molesta e intenta agredir al agente. Ella y el resto de sus amigas son arrestadas por no llevar tres prendas de ropa de hombre acorde a su identificación, algo que dicta la ley. Esto fue la chispa que inició los disturbios de Stonewall, una revolución que lucha contra los prejuicios, leyes, gobiernos, partidos políticos y religiones.
El Stonewall Inn había sido un restaurante y club nocturno que frecuentaban personas heterosexuales durante la década de los cincuenta. Sin embargo, el local fue adquirido en 1966 por tres miembros de la Mafia que lo reabrieron como un bar gay, una práctica muy común. Los socios de este nuevo negocio decidieron reabrirlo como un “club de bebidas” privado, lo que les eximía de la prohibición de servir alcohol sin licencia. Aun así, el apodado "Tony el Gordo", gestor principal del local, pagaba alrededor de 2.000 dólares en sobornos semanales al Sexto Recinto de la Policía de Nueva York.
Una vez inaugurado el local, sus asistentes podían refrescarse con una bebida –normalmente adulterada con agua- servida por una drag queen llamada Maggie Jiggs. Dejando la barra a un lado, el principal lugar de reunión de los asistentes era la pista de baile, iluminada con luces oscuras. Aunque pueda sorprender a más de uno, la iluminación jugaba un papel principal, puesto que “en el caso de que llegara inesperadamente la policía o un hombre sospechoso con ropas de secreta, unos focos alumbraban instantáneamente la zona de baile, indicando a todo el mundo que dejara de bailar o se los llevarían”, tal y como detalla en Stonewall: El Origen de una revuelta el historiador estadounidense Martin Duberman.
Las personas que frecuentaban el Stonewall eran transexuales, travestis, negros y jóvenes que se dedicaban al trabajo sexual. Su gran mayoría eran adolescentes a los que su familia había echado de casa debido a su condición. Estos miembros del colectivo solían acampar en un parque emplazado frente al Stonewall. Sin embargo, había figuras como Bob Kohler, que sería más tarde un referente en el Frente de Liberación Gay, que solía ayudar a mujeres trans y afroamericanas. Según Loren González, Secretario de Organización de la Federación Española de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales, las mujeres trans y racializadas eran el “grupo más vulnerable”.
Sylvia Rivera tenía 18 años cuando se iniciaron los famosos disturbios de Stonewall. De ascendencia portorriqueña y venezolana se convertiría posteriormente en una de las activistas más reconocidas del colectivo trans. Esta adolescente había abandonado su vida de trabajadora sexual para convertirse en reponedora, lo que para ella era “un buen trabajo con un buen jefe que le permitía llevar maquillaje si así se sentía bien”, apunta Martin Duberman. Pese a su reticencia, Sylvia acudió a la fiesta en el Stonewall de su amiga Marsha P. Johnson la madrugada del sábado 28 de junio de 1969.
La acción policial sorprendió a la administración del Stonewall, que normalmente recibía un aviso de la policía a la que sobornaba
La Policía irrumpió en el local de forma inesperada, pidiendo a los clientes que formaran una fila y sacaran su documentación. Parecía una redada basada en el patrón habitual, por lo que solo serían arrestados quienes fueran sin documentación. Uno de los policías se acercó a Sylvia y le preguntó si era hombre o mujer. Ella, molesta, casi agrede al agente, pero el novio de esta la detuvo. Sin embargo, un policía se la llevó a la fuerza hasta la puerta del local. Otras mujeres fueron arrestadas por no llevar el mínimo de tres prendas de su “género” por ley.
La acción policial sorprendió a la administración del Stonewall, que normalmente recibía un aviso de la policía a la que sobornaba en caso de redada. Pero, en esta ocasión, la redada estaba protagonizada por federales. La Oficina de Alcohol, Tabaco y Armas de Fuego (BATF por sus siglas en inglés) había averiguado que las botellas de alcohol que utilizaban en el club carecían de sellos federales, y “al poner bajo vigilancia al Stonewall, la BAFT había descubierto la alianza corrupta del bar con la comisaría del Distrito Sexto”, según puntualiza Martín Duberman.
Y empezaron a devolver los golpes
Algunos de los clientes que estaban siendo registrados en esta redada profirieron abucheos hacia la policía al ver que detenían a gente a remolque y las llevaban a la furgoneta. Cuando ese grupo de clientes se convirtió en una muchedumbre considerable a su retaguardia, los policías comenzaron a golpear a diestro y siniestro. Esta situación sorprendió a los agentes, ya que el colectivo LGTBI estaba respondiendo a la represión policial burlándose de ellos y arrojándoles al cuerpo lo primero que cogían. Tal y como apunta el estudioso del cine y escritor español, Alberto Mira: “Estaban acostumbrados a que la gente se callara, pero estos devolvían los golpes. Gente gay, trans y latina respondió a algo a lo que normalmente no se respondía”.
Las trans comenzaron a entonar una canción y a alzar sus piernas, a lo que los antidisturbios respondieron lanzando sus porras sobre las costillas
Como resultado de esta reyerta que se alargó hasta altas horas de la madrugada, cuatro agentes acabaron heridos y una treintena de personas ingresó en los calabozos de la comisaría del Distrito Sexto, de las cuales, siete eran empleados del Stonewall. Los detenidos tenían cargos que iban desde persecución por resistirse al arresto hasta la desobediencia.
Al día siguiente, los antidisturbios estaban colocados en línea a lo largo de la Christopher Street desde el Stonewall. Las trans que protagonizaron la velada anterior comenzaron a entonar una canción y a alzar sus piernas, a lo que los antidisturbios respondieron lanzando sus porras sobre las costillas. Sin embargo, a diferencia de la noche anterior, el gentío había crecido considerablemente y era más difícil de controlar. Aun así, “los policías venían determinados desde el principio a sofocar la rebelión, a aporrear cabezas y romper huesos”, apunta Duberman.
La tranquilidad inundó la ciudad de Nueva York las dos noches siguientes, en gran parte debido a la lluvia. El colectivo aprovechó estos momentos para organizarse, para “hablar, reflexionar o hacer estrategia”, señala Loren González. Después de este tiempo de relativa calma, llegó la noche del miércoles, momento en que tuvieron lugar una serie de sucesos que recordaban a lo ocurrido durante el pasado fin de semana: se prendió fuego a contenedores y se lanzaron botellas a los agentes.
La del miércoles fue la última noche de disturbios, pero cuando llegó la manifestación frente al Independence Hall solo dos días después, el cambio resultaba evidente. Se palpaba algo distinto. De entre las setenta y cinco personas que se manifestaban, surgieron dos mujeres que comenzaron a caminar juntas de la mano, esto significó que “los acontecimientos de Stonewall habían tenido su efecto”, indica Duberman. Aun así, Frank Kameny, el que fuera organizador de la manifestación, hizo que ambas soltaran sus manos.
Lo ocurrido en las calles de Nueva York en 1969 ha pasado a la historia por diversos motivos: la ubicación, las calles estrechas de la ciudad que favorecían a los manifestantes y la movilización de personas queer. Ya había habido disturbios antes, pero lo más representativo de estos es que, a día de hoy, se siguen rememorando en el marco de la celebración del Día Internacional del orgullo LGTBI. Tal y como apunta Alberto Mira, “Stonewall es un momento crítico, es muy importante porque, desde entonces, el colectivo sale a la calle porque tiene algo que celebrar. Antes se hacía todo en secreto”.
Cincuenta años después, personas como Sylvia tienen que seguir respondiendo a preguntas sobre su género.
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