Hubo un tiempo en el que en la casa de Sabino Arana colgaban yugos y flechas de su fachada. En sus estancias no había ikurriñas, sólo banderas españolas exhibidas con generosidad. En sus salones y habitaciones, las mismas que había mandado construir el padre del fundador del PNV, no se hablaba euskera, ni se ansiaba ninguna patria vasca. Existió un ‘Sabin Etxea’ que defendió la unidad de España y reprobó el nacionalismo vasco. En el mismo lugar en el que el ideólogo del nacionalismo vasco asentó las bases del que sería su partido, las tropas franquistas idearon años más tarde el modo de aplastar y erradicar esas ideas. El palacio de los Arana Goiri fue del PNV, pero también de la Falange española.
Hacía años que ambos mundos no se cruzaban. Hace sólo unos días, apenas dos semanas después de exhumar a Franco del Valle de los Caídos, han vuelto a mirarse. Quienes reivindican la patria española por encima de todo amenazaban con ilegalizar a quienes llevan más de un siglo soñando con una patria vasca. Ahora son ‘disparos’ dialécticos, sin dictaduras ni exilios, y se arrojan en modernos platós de televisión y en horarios de máxima audiencia.
La historia reciente demuestra que ambos extremos tuvieron puntos de encuentro, forzosos y no deseados. La Falange y el PNV compartieron sede. La toma de Bilbao en plena Guerra Civil, en 1937, marcó la conexión entre ambos mundos. Sabino Arana jamás lo vio, el fundador del PNV que despreció a los españoles para elevar a los vascos, había fallecido casi tres décadas y media antes, en 1903.
¿Franco en 'Sabin Etxea'?
Cuando las tropas franquistas tomaron la capital vizcaína sabían que aquel palacio en pleno centro de Bilbao era algo más que un imponente inmueble. La casa familiar de los Arana, que el empresario naviero Santiago Arana Ansotegi había ordenado construir en 1857 como residencia familiar, era un símbolo y una oportunidad para castigar y humillar a los vascos ‘rebeldes’.
La Falange se instaló en la casa de Sabino Arana, convertido para entonces en la primera sede del PNV. Allí instaló su sede durante los primeros años de la posguerra. Algunas crónicas de la época apuntan a que incluso Franco pasó por ella durante su primera visita a Bilbao en junio de 1939. No constan imágenes del dictador accediendo a la casa del fundador del nacionalismo, pero sí de la fachada del edificio con el yugo y las flechas. Adornaban el acceso al centro de alimentación infantil que promovía la sección femenina de la Falange y que también se ubicó allí.
Las tropas franquistas instalaron su sede en la casa de la familia Arana Goiri tras tomar Bilbao en 1937
Años antes, con la proclamación de la Segunda República, la familia de Sabino Arana, el menor de ocho hijos, abandonó el inmueble y lo puso en alquiler. Uno de sus inquilinos fue el partido que el propio Sabino, junto a su hermano Luis, había fundado décadas atrás, en 1895. Entre los años 1932 y 1937, aquel palacete de estilo “neovasco”, -lo definieron los expertos-, se convirtió en el primer ‘batzoki’ -sede social- y sede oficial del partido.
Durante el asedio a Bilbao, algunas de las bombas que cayeron en sus inmediaciones lo dañaron, pero su robustez logró que se mantuviera en uso un largo periodo más.
Demolido y reconstruido
El inmueble donde comenzaron a ponerse las bases del ideario nacionalista, de la ikurriña, del discurso que segregaba a españoles y vascos o incluso de algunos de los discursos más polémicos de su fundador, podrían haberse comenzado a escribir en la que ahora era la sede de la Falange. La dictadura no procuró cuidados a aquel dañado edificio, no en vano seguía siendo un símbolo para el nacionalismo que había combatido en la guerra. El tiempo hizo el resto. En 1960, el régimen ordenó su demolición. La casa de los Arana, en el número 10 de la calle Ibáñez de Bilbao, se convirtió en un solar olvidado las tres próximas décadas. Hace justo 40 años que el PNV lo recuperó gracias aportaciones de simpatizantes.
En 2019 el pasado ha regresado de forma inesperada a puertas de unas elecciones. Sobre las previsiones electorales no figuraba que ambos ‘bandos’ políticos volvieran a cruzarse. Pero lo han hecho, el cruce de acusaciones de Vox, recordando los mensajes más cuestionados de Sabino Arana -contenido racista, machista o xenófobo-, y que el PNV siempre ha situado dentro del “contexto” del tiempo en el que vivió, ha obligado a volver a mirar a la historia. La amenaza de ilegalizar al PNV ya se cumplió en el pasado, cuando la dictadura lo prohibió, como al resto de formaciones que no fueran afines al Régimen.
En 1979 el PNV compró el solar y años después, en 1992, inauguró un moderno edificio que lleva el nombre de su fundador
Los reproches de la derecha española más extrema al nacionalismo más histórico han sido en realidad un revulsivo. Para unos y para otros. A quienes los sacaron del baúl del recuerdo les ha permitido reforzar sus tesis contra las autonomías y los discursos identitarios, y para los nacionalistas que lidera Andoni Ortuzar, para desempolvar con contundencia su artillería, casi olvidada, contra los la ideología que representa Vox, y movilizar a los suyos en una desmotivadora repetición electoral.
Hoy, la casa que compartieron la Falange y los nacionalistas ‘sabinianos’, es un moderno edificio de cinco plantas. Aquel solar que el PNV adquirió en 1979, cuando la recuperación de la democracia volvió a legalizar el partido, recuperó la memoria y reparó lo que siempre ha considerado una afrenta del franquismo: “La ocupación de la casa de Sabino Arana había que enmarcarla dentro de la una estrategia represiva destinada a depurar todo indicio, todo elemento del nacionalismo vasco”, asegura la Fundación Sabino Arana que promueve el PNV. Y añade, “se pretendía sustituir nuestra cultura autóctona por la fóranea españolista”.
Devoción y 'reliquias'
En la hoy moderna sede jeltzale se puede observar algunos de los elementos de la vivienda original que el PNV preservó durante años y que ahora exhibe cual reliquias de un santo. Así, la mesa del despacho o la silla en la que trabajó Sabino Arana se muestran en uno de los hall del edificio. También uno de los balcones originales que un contratista afin al nacionalismo logró salvar de los sótanos del edificio cuando aún estaba en manos de la Falange. La devoción que se respira hacia Arana incluye objetos personales o incluso viejos cascotes de la casa familiar recuperadas tras ser derruida por el Franquismo y que, según recuerda el PNV, arrojó al mar como muestra de despreció.
Aquella sede provisional de la Falange es hoy un lugar de culto a la personalidad de Sabino Arana. Lo es incluso antes de llegar al inmueble. En el parque que existe frente a él, una escultura lo recuerda. Ante ella lo honra cada año el PNV coincidiendo con el 31 de julio, fecha de fundación del partido, con flores, goras a Euskadi e ikurriñas, las mismas que también deposita cada mes de noviembre ante su tumba en la localidad de Sukarrieta.
La primera piedra de la nueva casa de Sabino Arana se colocó el 13 de marzo de 1991, con Xabier Arzalluz al frente del partido. Un año y medio más tarde, en el otoño de 1992, cuando España se vanagloriaba de las olimpiadas, el nacionalismo jeltzale cerraba su ‘herida falangista’. Hoy Sabin Etxea es un símbolo de los “valores” del PNV moderno, muy alejado del que propugnaba Sabino en sus discursos contra ‘maketos’ o contra España. Tampoco queda mucho de sus mensajes impregnados de un catolicismo extremo. El PNV del siglo XXI ha ignorado el pasado más incómodo y ha concentrado en algunos de los “valores” de Arana la simbología de su causa. Hoy, el hijo pequeño de Santiago Arana y Paulina Goiri es probable que no reconociera ni su casa, ni su partido.
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