Cristina López Barrio acaba de publicar Rómpete, corazón (Planeta) una novela ambientada en El Escorial. La localidad madrileña posee una amplio legado de leyendas sobre el monasterio y sobre si la zona donde se asienta era una de las entradas al infierno. Usando estas leyendas ha escrito su libro López Barrio en la que una niña desaparece de su casa sin dejar ni rastro. En su novela ese suceso ya había ocurrido con anterioridad, una hermana desapareció una década antes sin dejar rastro de la casa familiar en el monte Abantos. Pero donde había ocurrido antes fue en El Escorial, y esto no es una leyenda. Es la historia de Pedrín que desapareció y lo encontraron muerto, también, en el monte Abantos.
El crimen de El Escorial, lo bautizó la prensa. El 25 de diciembre de 1892 los padres de Pedrín, un niño de tres años y medio, denunciaban su desaparición en El Escorial, según resume los hechos Heraldo de Madrid en mayo de 1894 -en la hemeroteca digital de la Biblioteca Nacional-, con motivo del juicio del principal acusado El Chato y su familia como cómplice.
El Chato secuestró, violó y después estranguló al menor, de cuyo cuerpo se deshizo en el conocido como Risco del Portacho en el monte Abantos con ayuda de un familiar. Allí lo encontraron los guardias forestales el 10 de febrero de 1893.
El padre de Pedrín, picapedrero de profesión, “construyó por sí mismo una preciosa cruz de piedra, sin permitir que nadie más que él extrayese el material de la cantera, y cuya cruz se ve colocada por su misma mano en una de las vertientes del risco donde fue hallado el cadáver, leyéndose en ella conmovedora inscripción, como recuerdo imperecedero del
brutal acto de salvajismo cometido con su desgraciado pequeñuelo”, se puede leer en El Heraldo de Madrid.
Se trata de la que hoy se conoce como la Cruz del niño Pedrín un lugar de peregrinaje de los amantes y aficionados al ocultismo. Donde de encuentra la cruz se graban, o intentan grabar, psicofonías. Las supuestas comunicaciones de los muertos desde el más allá. Las revistas especializadas y programas de radio y televisión dedicados a los misteriosos tienen a la cruz como un lugar de referencia.
El caso de Pedrín en la España de final de siglo XIX conmocionó a la opinión pública que devoraba todos los detalles del caso. El mismo Heraldo de Madrid que detalla el juicio, la autopsia e ilustra la primera página del diario con dibujos del Chato, los padres de Pedrín, la casa del asesino y la cruz que levantó el padre, se hace preguntas sobre la conveniencia o no de dar cobertura a un suceso tan atroz. “¿Es el público quien tiene la culpa de que la prensa llene columnas con las hazañas malditas y nauseabundas del Chato y sus horribles consortes, o es la prensa quien debe responder de esta insania colectiva? No es fácil que nadie conteste a nuestra pregunta, ni siquiera nosotros mismos, que podríamos estar interesados en hacerlo con cierta inclinación natural a la causa propia”, reflexiona la editorial del rotativo. Una pregunta que se hacen hoy los medios y los expertos en comunicación.
En El País del 13 de febrero de 1893, días después de la aparición del cuerpo, se ofrece un gran despliegue “iconográfico”, como lo llama el diario, con planos de la casa. El diario anuncia en su portada: “El País publicará en números sucesivos interesantes grabados y artículos referentes al CRIMEN DE EL ESCORIAL”, remataba en mayúsculas.
Pero las similitudes de este caso con los sucesos y crímenes mediáticos que vivimos hoy no termina ahí. Cuando salió la sentencia, la opinión pública no entendía nada. El Supremo condenó a muerte al cómplice por contar con antecedentes, su cuñado Crisanto que no mató ni violó al niño pero encubrió, y no al Chato, a quien el tribunal condena a cadena perpetua. Así lo refleja La Época del 16 de noviembre de 1995. “No es la sentencia de muerte de Crisanto lo que choca y desconcierta á la opinión, no versada en el Derecho; es la diferencia que se establece entre ambos reos, es la menor pena del Chato”, se puede leer en la editorial de La Época.
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