Los extranjeros destacan de España, por encima de todo, su alegre estilo de vida y la gran variedad de opciones de ocio y entretenimiento que oferta. En el plano humano resaltan la amabilidad, simpatía, educación y confianza que transmiten sus ciudadanos. Esta afirmación no es una repetición más de ese estereotipo de sol, siesta, playa y fiesta que nos acompaña desde hace tiempo, son las conclusiones del reciente estudio internacional publicado por el Real Instituto Elcano, que deja bastante bien situado a nuestro país en términos de reputación.
Pero, ¿qué ocurre con nuestros valores en tiempos de crisis? ¿Seguimos siendo tan amables, hospitalarios y divertidos? Para analizar con más perspectiva este aspecto, El Independiente ha rescatado diferentes diarios, memorias o entrevistas que descansan en los archivos de la Brigada Abraham Lincoln, en la Universidad de Nueva York, de estadounidenses que formaron parte de las Brigadas Internacionales durante la Guerra Civil española. Se trata de testimonios desconocidos de algunos de esos más de 3000 norteamericanos que descubrieron España en 1937 y que, además de describir aspectos bélicos, ofrecen una curiosa visión sobre nuestra forma de ser.
Irving Goff y su recuerdo de las largas horas de flamenco, fútbol y coñac
Irving Goff se ganaba la vida en Nueva York como bailarín hasta que decidió presentarse como voluntario para luchar contra Franco en España. Llegó a nuestro país el 4 de abril de 1937. En los primeros meses trabajó en las Brigadas Internacionales como conductor, pero a finales de ese año quiso dar un giro a su participación en la guerra española para representar un papel mucho más activo. “No he venido aquí para conducir un camión. Quiero luchar”, afirmó. De esta manera comenzó su periplo como guerrillero. De su paso por España sobresalen recuerdos mezclados con coñac, flamenco y fútbol:
“Cuando estás en un grupo de guerrilleros detrás de las líneas del enemigo, tienes que pasar diez horas durante el día escondido en las trincheras, y es en ese momento cuando aprovechas para adiestrar a los demás. Recuerdo cómo algunos de ellos cantaban flamenco en voz baja para no ser escuchados por el enemigo. Aún amo el flamenco.
Estaba, en el momento de la retirada, en una brigada de emergencia en las montañas. Hacía mucho frío y por eso bebíamos mucho coñac para mantenernos calientes. La comida era casi siempre garbanzos y solíamos dar la mitad para alimentar a los niños. En ese momento estábamos expuestos a un continuo bombardeo aéreo y ya no teníamos artillería ni planes, por lo que había bastantes discusiones. Es que los españoles son muy proclives a pelearse entre ellos, por eso, incluso siendo yo comunista, no me gustaban muchos de mis compañeros comunistas. Y los anarquistas… esos eran terribles si no estaban entusiasmados. Cuando no iban a entrar en batalla siempre estaban jugando al fútbol. También recuerdo que durante nuestras cortas estancias en Madrid, Valencia y Teruel bebíamos mucho, especialmente un vino dulce de Málaga”.
Al productor de Fiebre del sábado noche le cautivaron las fiestas y la comida
Nacido en la ciudad de Nueva York, Milton Felsen dejó la Universidad de Iowa en su último año para ir a España en mayo de 1937. Sirvió como ametrallador en el Batallón Lincoln y fue herido en Brunete. Tras abandonar el hospital, pasó el resto de la guerra como conductor de ambulancia. Es curioso porque después de combatir tanto (también lo hizo en la II Guerra Mundial), y a su regreso a Estados Unidos, Felsen produjo la famosa película Fiebre del sábado noche. De su paso por España destaca con cariño en su diario un estilo de vida alegre:
“Recuerdo que cuando no combatíamos siempre montábamos grandes fiestas con compañeros que cantaban flamenco, las tardes de fútbol… ¡Siempre había alcohol! y las comidas, pese a la precariedad, eran variadas: sardinas, bacalao, lentejas, patatas, garbanzos…”
“Los españoles te adoptaban como uno más de la familia”
David Miller (Ohio), otro de los integrantes de la Lincoln, dejó en sus memorias A letter from Spain, algunos pasajes curiosos que reflejan cómo de acogedoras podían ser las familias españolas incluso cuando el hambre más acechaba:
“En nuestro paso por Villanueva de la Jara, Madrigueras de la Mancha o Tarazona de la Mancha era frecuente tener contacto con sus vecinos, en su mayoría campesinos. Si eras medianamente agradable los niños te adoptaban como su hermano mayor. Cada niño elegía a su amigo extranjero, hablaban con sus padres y nos pedían que nos refugiásemos en sus hogares durante los bombardeos con un ¡a mi casa, a mi casa! También nos avisaban para comer al grito de: ¡A cenar, a cenar! Una vez allí pasábamos, de ser sus amigos, a convertirnos en uno más de la familia”.
“Sentía admiración por los españoles. Eran pobres y orgullosos”
Otro de los voluntarios, el afroamericano Vaughan Home, dejó escrito en sus memorias una historia de asombro por la honestidad de las familias españolas:
“Sentía admiración por los españoles. Eran pobres pero orgullosos y, a pesar de todo lo que estaban sufriendo eran muy generosos y considerados con todo el mundo. Además, honrados, ya que mi experiencia en otros países me había demostrado que siempre, antes o después, acababan robándome los cigarrillos americanos, algo que no ocurría en España. Es curioso porque muchos de los campesinos nunca habían visto a un hombre negro antes y en una ocasión sorprendí a un grupo de mujeres que chismoseaban sobre mi color de piel. Incluso rascaron mi cara para comprobar si el color se iba al frotar. Al final concluyeron que mi tono se debía a que había estado mucho tiempo tomando el sol. Les expliqué que no, que era negro de Estados Unidos y recuerdo la reacción de una mujer gritando: ¡Los esclavos! Fue increíble comprobar en ese pequeño pueblo tanta simpatía de sus habitantes y, además, que gente que no había salido de ahí en su vida supiera acerca del problema de la esclavitud en mi país. Tiempo después regresamos a Tarazona de la Mancha, la tierra de Don Quijote, y mi impresión fue mejor incluso que la primera vez. Los españoles me marcaron, me dejaron una impresión, una huella buenísima y, además, nos abrieron sus casas y sus corazones.
La última vez que regresamos a Tarazona antes de volver a nuestro país, rápidamente fui a ver a todas esas familias españolas tan amables. Estar con ellos era la mejor terapia posible después de ver tanta sangre derramada en Brunete. En ese pequeño pueblo, las voces y las risas de los niños eran las que me devolvían del infierno a la tierra de nuevo”.
Enamorados de las mujeres y de los paisajes
No son pocos los que recurren a rescatar recuerdos de las mujeres españolas. Entre ellos destaca Alexander Kuntslich, un hombre educado y también vinculado a la ideología comunista antes de llegar a España. Una vez en nuestro país, en febrero de 1937, Kuntslich y otros voluntarios fueron entrenados por instructores rusos en un riguroso curso de demoliciones y explosivos en Jaén.
Kuntslich no era un hombre muy robusto, pero sí valiente, por ello se enroló de forma activa en diferentes misiones de bastante peligrosidad. Esta proactividad le llevó a resultar herido durante una misión y quedar aislado y perdido a su suerte… hasta que una familia española le rescató y le ocultó. Allí Alex se enamoró perdidamente de la hija del matrimonio, Conchita, e incluso convenció al hermano de Conchita para dar el paso y unirse a las guerrillas. Su historia de amor no pudo seguir más allá de la guerra puesto que Kuntslich fue ejecutado poco después en Sierra Nevada.
“Denia, una localidad fascinantemente acogedora”
Otro de los norteamericanos que pasaron por España, Ben Lubovsky, destacaba un lugar por encima del resto, Denia. “No podía haber sitio mejor. Es una pequeña localidad del este de España a orillas del Mediterráneo donde el agua es azul y clara, cristalina. Era fascinantemente acogedora. El clima, perfecto, y el cielo, siempre azul también. Podía pasar horas sentado a la orilla del mar”.
En cuanto a los paisajes, no siempre las palabras fueron tan buenas con otros destinos de España ya que Albacete, sede de las Brigadas Internacionales, fue descrita de forma recurrente como un lugar “bastante feo”. Tampoco cabe esperar que regresaran de vacaciones a “Teruel y sus -19º en invierno”.
Parece evidente, a tenor de los testimonios, que los clichés de una España alegre, siempre dispuesta a la fiesta, al canto, al fútbol, al alcohol, y repleta de gente divertida, amable y acogedora tienen una base sólida labrada en los mejores y peores momentos de nuestra historia. España luce incluso en la sombra.
Aunque siendo del todo honestos, y viendo el horario de formación teórica que realizaban los guerrilleros durante la guerra (ver foto) parece que, aunque este aspecto sea más incómodo, también esa fama de no perdonar una siesta nos la hemos ganado a pulso. De 13 h a 14 h la guerra podía esperar…
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