Joe Biden ha comunicado esta semana que la neoyorkina Avril Haines se convertirá, una vez que Trump termine con su particular proceso de aceptación de la derrota y abandone la Casa Blanca, en la primera mujer que dirija la Agencia Central de Inteligencia (CIA).
Se trata de un hito en la historia de este servicio secreto creado para garantizar la seguridad de Estados Unidos a través de, entre otras ocupaciones, un trabajo relacionado con la información, la diplomacia, el seguimiento o el espionaje. Pese a que su actividad está íntimamente relacionada con el silencio y la discreción, la CIA es hoy, también con la ayuda del cine, la agencia de inteligencia más reconocida a nivel mundial. No tan publicitados son sus primeros pasos que tienen, curiosamente, una vinculación con España bastante relevante.
La CIA nacía oficialmente en 1947, como continuación de la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS), el primer servicio secreto real de EEUU surgido durante la II Guerra Mundial por la necesidad de realizar labores de espionaje, incursiones en zona enemiga en busca de información, sabotajes, reparto de propaganda, labores de desmoralización… un tipo de acciones inéditas hasta ese instante para los americanos, y que fueron encomendadas a los estadounidenses que lucharon en la Guerra Civil como guerrilleros realizando, exactamente, esas mismas tareas en España.
Comunistas soviéticos entrenando a comunistas norteamericanos en España
Años antes de la creación de la OSS, a finales de 1936, llegaban a España 40.000 hombres y mujeres desde diferentes puntos del mundo para integrar las Brigadas Internacionales. De todos ellos, alrededor de 2.800 lo hicieron desde Estados Unidos. La mayoría de esos voluntarios pertenecían al Partido Comunista de EEUU, y aquí formaron parte de la brigada bautizada como Abraham Lincoln.
Según datos de ALBA (Abraham Lincoln Brigade Archives), hasta 800 de sus integrantes perdieron la vida en España durante la contienda. En nuestro país, esos hombres destacaron por enrolarse en las guerrillas y realizar un tipo de lucha diferente y realmente arriesgada. Durante el tiempo que pasaron aquí fueron entrenados, curiosamente, por comunistas soviéticos, en todo tipo de métodos de esa lucha irregular tan característica de los partisanos. De regreso a Norteamérica, en septiembre de 1938, y pese al estigma de su ideología, su experiencia en territorio español fue tan valorada por el Gobierno de Roosevelt que les reclutó para liderar relevantes puestos en inteligencia que marcaron la historia de los servicios secretos estadounidenses.
La OSS, el germen de la actual CIA
En ese punto histórico, con la Guerra Civil finalizada y la II Guerra Mundial dando los buenos días, Estados Unidos había unido su casi inexistente servicio de inteligencia a su política exterior. Eran los propios diplomáticos los que recogían información de los países donde trabajaban. El Gobierno y el ejército también tenían sus propios procesos de contrainteligencia, pero como reconoció el diplomático Robert Murphy, “en 1940 nuestra organización de inteligencia era primitiva e inadecuada. Tímida, casera y operaba estrictamente con los patrones existentes desde la guerra contra España a finales del s.XIX”.
No fue hasta el 11 de julio de 1941, con la Segunda Guerra Mundial ya avanzada, cuando el presidente Roosevelt creó una nueva organización con el experimentado general William Donovan como Coordinador de Información, y que dependería directamente de la Casa Blanca. Lo primero que hizo Donovan fue mirar y acercarse a Gran Bretaña, donde Churchill, ávido de sumar ayuda americana a la lucha contra el nazismo, le dio un acceso especial a todos los archivos clasificados y secretos.
Donovan entendió a la perfección, y le hizo saber a Roosevelt, que la guerra moderna necesitaba de esos servicios de inteligencia tan valiosos, de esa otra guerra que pudiera combatir a ese proyecto de pintor llamado Adolf Hitler desde sus entrañas, con voluntarios dispuestos a arriesgar sus vidas por conseguir información, entregar propaganda, o sabotear una línea férrea o una central eléctrica en campo enemigo.
Con la entrada de Estados Unidos en la guerra tras el bombardeo japonés de la base de Pearl Harbor, todo se precipitó. Ese hasta entonces casi irrelevante y desestructurado servicio de inteligencia dio un gran paso hacia la profesionalización el 13 de junio de 1942, y pasó a denominarse de forma oficial OSS, Oficina de Servicios Estratégicos.
España y su influencia en el orden mundial
Si hay un nombre que destaca en todo este proceso de creación y profesionalización de la actual CIA, es el del neoyorkino Milton Wolff, apodado en España como ‘El Lobo’. Fue el último comandante del Batallón Lincoln-Washington formado por los voluntarios norteamericanos en la Guerra Civil española. Según escribió Ernest Hemingway -con el que entabló gran amistad en Madrid y al que el escritor retrató en Por quién doblan las campanas-, “nueve hombres comandaron los Batallones Lincoln y Lincoln-Washington. Cuatro murieron, cuatro fueron heridos, y el noveno fue Milton Wolff, alto como Lincoln, flaco como Lincoln y tan valiente y tan buen soldado como cualquiera que comandara batallones en Gettysburg”.
Wolff fue nombrado comandante, el más joven de todas las Brigadas Internacionales en conseguirlo, y estuvo a punto de ser capturado por las tropas franquistas, pero condujo a sus hombres a salvo en una delicada y exitosa operación de guerra.
En este heroico episodio, el gigante Wolff -medía dos metros- pasó seis días en campo enemigo luchando como un guerrillero más, hasta que pudo cruzar a nado el Ebro. Cuando llegó al improvisado cuartel general del batallón tras seis días desaparecido y perdido a su suerte, se agachó para entrar en el pequeño refugio y dijo a sus hombres: “habéis construido un refugio bastante bajito. Supongo que no pensaban que iba a regresar”. Después, sin más reproches, comenzó a comer un plato de garbanzos.
Wolff asumió entonces la responsabilidad de reconstruir el batallón roto y consiguió cruzar el Ebro durante el verano de 1938. Mantuvo a su Batallón en las líneas de la famosa Colina 666 de la sierra de Pandols, punto clave para la defensa republicana. Para Wolff esta fue la peor experiencia en la Guerra Civil española porque “tuve que mandar a muchos amigos a la muerte por conquistar una roca”, justo en ese lugar donde, recordaba, podía escuchar al enemigo con nitidez decir “Lobo, te vamos a cortar las pelotas”.
Esta fue la última contribución de Wolff al servicio de la Segunda República, ya que en septiembre de 1938 el Gobierno dispuso la retirada de todas las tropas extranjeras.
Poco después, ya en su país, conoció a través del periodista Vincent Sheen a William Donovan, quien había sido elegido por el presidente Franklin D. Roosvelt para dirigir la recién creada Oficina de Servicios Estratégicos. Así, en la primavera de 1941, Donovan convocó a Wolff y le pidió ayuda para reclutar a veteranos de la Lincoln para trabajar al servicio de la inteligencia británica.
Cuando el bombardeo de Pearl Harbor abocó a Estados Unidos a la guerra, Wolff envió un telegrama al presidente Roosevelt ofreciendo los servicios de la Brigada Lincoln en el esfuerzo de guerra. También ayudó a la OSS de Donovan en el reclutamiento de veteranos de Lincoln para los proyectos especiales que darían más adelante fruto en las victorias de los Estados Unidos en el norte de África, Italia, y en la decisiva invasión de Normandía.
‘El Lobo’ escogió una tarea que lo llevó a Birmania, donde luchó a las órdenes del general Joseph Stillwell y donde contrajo la malaria. Poco después, la OSS convocó a Wolff a Italia, donde se unió a otros veteranos del Batallón Lincoln para establecer redes de inteligencia entre los partidarios comunistas. Durante estos años realizó tareas de resistencia y sabotaje de transportes nazis.
Poco antes de morir, en 2003, regresó a España donde fue recibido por excombatientes republicanos como un héroe. Echó claveles en el Ebro y afirmó con su característica sonrisa: “Si me vuelven a necesitar, llámenme”.
Pero Wolff no fue el único que utilizó su amplia experiencia en España para formar el nuevo servicio secreto estadounidense. A él se le unieron nombres como William Aalto, experto en explosivos durante la Guerra Civil y responsable de los campos de entrenamiento en la OSS; Irving Goff, guerrillero en España e instructor de en la OSS en guerra irregular, incursiones u orientación para desestabilizar a Hitler en el norte de África e Italia; Vicent Lossovsky, teniente de la Lincoln y responsable en la OSS de organizar la actividad guerrillera antinazi de los conocidos como ‘Hijos de la noche’, en alusión a los guerrilleros españoles; Mike Jiménez, experto en sabotear objetivos franquistas en España y posteriormente encargado de organizar en la inteligencia norteamericana las tareas de información, desinformación y sabotaje contra los nazis; Milton Felsner, experto ametrallador que destacó en la Batalla de Brunete y que también se enroló en ese embrión de la CIA, -más tarde, como curiosidad, Felsner fue productor de la famosa película Fiebre del Sábado Noche- o Alfred Leo Tanz, quien luchó en Brunete y Barcelona en España y después participó en el crucial desembarco de Normandía.
Pese a tantos servicios prestados para su país durante la IIGM, y como cabezas visibles de ese nuevo servicio secreto, todos ellos tuvieron muchos problemas durante la Guerra Fría por su vinculación con el Partido Comunista y pasaron años sintiendo la condena en forma de interrogatorios exhaustivos del FBI y otras agencias gubernamentales.
Es curioso que, después de ser entrenados por comunistas soviéticos, fueran ellos los mayores partícipes de la creación de ese germen de la CIA que más tarde se enfrentó a la KGB, o a regímenes como el de Fidel Castro que, a su vez, fue entrenado por el guerrillero español Alberto Bayo para derrocar a Batista. Todo ese nuevo orden mundial tenía en España su punto de partida.
Todavía hoy la CIA destaca en su web con orgullo las tareas desempeñadas desde la época de la OSS en todo el mundo a través de operaciones especiales, campañas de moral, unidades marítimas, proyectos especiales, unidades de campo y comandos, o de desarrollo de escuelas de entrenamiento. Todas ellas, creadas a imagen y semejanza de lo que una vez aprendieron sus hombres en aquella lejana guerra de España.
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