En 1969 un hombre daba varias vueltas con su coche por las calles del barrio neoyorkino de Bronx en busca de un sitio para estacionar su deteriorado vehículo. Una vez que quedó convenientemente aparcado, nunca nadie regresó para volver a arrancar aquel coche con la ventana rota, la matrícula caída y los cierres de las puertas abiertos.
Al mismo tiempo que aquel hombre se alejaba en Nueva York del automóvil para siempre, otra persona conducía otro vehículo, a muchos kilómetros de allí, pero dispuesta a realizar la misma operación. Esta vez ocurría en Palo Alto, un acomodado barrio de California. El coche, al igual que el del Bronx, también quedó abandonado a su suerte durante semanas, pero esta vez en un aparente perfecto estado de conservación.
¿Qué ocurrió entonces? Los vecinos del humilde Bronx no tardaron mucho en fijarse en aquel vetusto coche, que acabaron por desvalijar por completo, además de destrozar la carrocería y romper el resto de las ventanas que quedaban sin daños.
Los adinerados vecinos de Palo Alto destrozaron y desvalijaron por el coche
Mientras, en aquel barrio pijo de California nadie se atrevió, pese al abandono, a acercarse al automóvil. Pero algo cambió. El mismo personaje que había aparcado semanas atrás, al fin se aproximaba de nuevo, no con la intención de llevárselo, sino para dar varios martillazos a la carrocería y alejarse de nuevo a pie. Ahora sí parecía un coche de verdad abandonado y con evidentes signos de deterioro exterior. ¿Qué pasó los días posteriores? Exactamente lo mismo que en el Bronx. Los adinerados vecinos de Palo Alto, al percatarse del ya evidente desamparo sobre esas cuatro ruedas, no tardaron en destrozar y desvalijar por completo el coche.
Estos hechos tenían un porqué. Se trataba de un experimento social llevado a cabo por el psicólogo Phillip Zimbardo, que concluyó que el deterioro llama al deterioro, y que es independiente a la clase social. Tiempo después, James Wilson y George Kelling, ahondaban en aquel experimento inicial de Zimbardo para elaborar con más profundidad la bautizada como Teoría de las ventanas rotas.
Esta teoría confirmaba lo que Zimbardo observó. Si dejamos una ventana rota en un coche, en un edificio de viviendas u oficinas, poco a poco irán apareciendo los demás cristales con el mismo aspecto. Si un comercio con la pared recién pintada de blanco aparece una mañana con feo graffiti, solo habrá que esperar horas para que, ese antes impoluto muro, quede completamente pintado con diferentes garabatos, sin arte de por medio. Y es que, efectivamente, la desatención también llama a la desatención.
España, zona catastrófica
Esta semana el Gobierno ha declarado Madrid y otros lugares de Castilla La-Mancha afectadas por la espectacular nevada que dejó el temporal Filomena, como zonas catastróficas. La ciudad de Madrid quedó seriamente dañada tras la caída de numerosos árboles, con zonas aisladas y desprendimiento de numerosos tejados, un hecho que se agravó con las heladas posteriores que acabaron por inutilizar una gran capital europea como no se había visto en muchos años.
Durante esos caóticos días, se pudieron observar algunos hechos que reflejan perfectamente el inicio de la famosa Teoría de los cristales rotos. Entre los vehículos abandonados a su suerte en la autopista se encontraban algunos camiones cargados de comida y materiales destinados inicialmente a abastecer grandes superficies. En algunos casos, pudimos observar cómo los vecinos aprovecharon la situación para destrozar las puertas y robar todo lo que había dentro, huyendo a la carrera como podían entre la nieve.
Además, el servicio de recogida de basuras, al paralizarse como el resto de la ciudad, convirtió Madrid en una extraña mezcla de Siberia más estercolero, un gigantesco vertedero potenciado por muchos ciudadanos que, viendo que la suciedad se acumulaba, no dudaban en seguir arrojando basura de todo tipo sin control en cualquier calle. De nuevo, el caos y el deterioro inicial conllevaban más deterioro y más caos.
La teoría llevada al extremo de la guerra y el exterminio
El mundo ha sido testigo en innumerables ocasiones de hechos dramáticos que solamente han podido producirse con la necesaria connivencia de una gran parte de la sociedad. Hoy pocos pueden entender cómo Alemania pudo arrastrar a tantos millones de personas a apoyar a Hitler y el nazismo, y a mirar hacia otro lado en esa atrocidad llamada holocausto. Ese intento de exterminio hacia los judíos tuvo su inicio el 9 de noviembre de 1938, cuando se produjo un estallido de violencia contra ellos, con el pretexto de que un joven judío había asesinado a un funcionario alemán. Curiosamente a ese hecho se le denominó La noche de los cristales rotos. Coincide en algo el nombre con las ventanas de Zimbardo, pero sobre todo es el fondo del asunto el que tiene mucho que ver. Una vez que se rompe esa primera ventana moral, comienzan a producirse hechos en cadena que acaban por destrozar, desde un coche, hasta la humanidad si no se hubiese puesto freno a Hitler través de las armas. Y es que, una vez rota esa ventana, no había vuelta atrás.
En España esas ventanas primeras se han roto en muchas ocasiones a lo largo de la historia. De hecho, también hoy, nos preguntamos cómo fue posible llegar a una guerra civil entre hermanos. Antes del golpe militar, la sociedad española se encontraba totalmente polarizada entre izquierdas y derechas, un preludio inequívoco del inminente deterioro de esa ventana inicial. España convivía esos días entre la conocida amenaza de un golpe militar, con discusiones ciudadanas, un parlamento tremendamente beligerante… y dos asesinatos que hicieron saltar por los aires todos y cada uno de los pedazos de la ventana de la concordia.
Y ahí, en esas sangres derramadas ya no hubo punto de retorno
El asesinato del teniente Castillo, el 12 de julio de 1936, vino acompañado horas después, al igual que en aquel coche del Bronx, de una respuesta en forma de asesinato. En este caso fueron izquierdistas los que asesinaron al político derechista José Calvo Sotelo. Y ahí, en esas sangres derramadas ya no hubo punto de retorno. España entraba en una espiral de deterioro físico y moral que duró casi tres años de atrocidades, bombardeos, ciudades saqueadas, violaciones o torturas. Franco decidió, una vez vencedor, no reconstruir y mantener el pueblo de Belchite completamente destrozado, como símbolo de la atrocidad roja. Pero, en realidad, ese pueblo que hoy mantiene las ruinas de lo que fuimos, es más bien un símbolo de lo que puede llegar a ser un país en su conjunto si la espiral de ventanas rotas se desata.
Las ventanas rotas del siglo XXI
La situación actual no es ni mucho menos comparable a la de aquel sangriento siglo XX, pero sí se atisban ciertas reminiscencias preocupantes. En momentos complicados como son los que atraviesa el mundo con la pandemia, se vuelve mucho más sencillo perder el control sobre la moral y el cuidado de las instituciones. La reciente imagen de esos asaltantes al Capitolio de Washington ha quedado en un hecho menor comparado con lo que podría haber sido. Allí hubo alguien que decidió romper un cristal y al que se unieron cientos. Pero en realidad el primer cristal no lo destrozaron esos hombres disfrazados que asaltaron el Senado. Ese cristal ya había sido destrozado días antes, ellos solo ayudaban a consolidar el deterioro. Esa primera ventana la había destrozado el presidente Donald Trump poniendo en tela de juicio sin prueba alguna, no las elecciones, sino todo un sistema forjado en años de lucha por mantenerlo en pie, intacto y sin ralladuras.
La teoría de las ventanas rotas es, por tanto, mucho más que un experimento sobre el deterioro del aspecto exterior. Es un ensayo real de lo que ocurre en las instituciones cuando sus representantes, aquellos que deben dar ejemplo, son los que deciden romper esa primera ventana. Hoy el rey emérito es otro ejemplo de ello. No está imputado y seguramente no responda judicialmente por sus supuestos delitos fiscales del pasado. Pero sí es el responsable, al menos moral, de destrozar la primera ventana de la ejemplaridad. Porque detrás de él, en su espejo, se reflejaron muchos más que hicieron los mismo.
Esa degradación moral también aparece de forma evidente en el ámbito político cuando, con la llegada de las primeras vacunas, son algunos consejeros de sanidad o alcaldes los que aprovechan para vacunarse antes que la población vulnerable. Se vacunan ellos y ordenan vacunar a sus familias y, una vez que alguien lo denuncia, no consideran que sea un hecho lo suficientemente grave o insolidario como para dimitir. Hoy también, desde el mismo Gobierno, se atisban algunos hechos inquietantes como son el tratar de no rendir cuentas en materia de transparencia.
La ejemplaridad, la transparencia, la honorabilidad, el respeto al servicio público, la honestidad política o el respeto a la ley son los elementos que mantienen intacto ese coche, ese edificio, ese parlamento, esa casa real, ese gobierno o ese país que, una vez que aparece con una ventana rota, tiene difícil vuelta atrás.
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