Frédéric Chaubin quería escribir un libro que diera cierta continuidad a su trabajo sobre arquitectura soviética brutalista y lo encontró en España. Concretamente a 90 kilómetros de Zaragoza, en el castillo de Sádaba. Empezó a hacerle fotos a este castillo y no paró hasta que reunió más de 200 monumentos de 21 países diferentes que ha reunido en el volumen Stone Age. Ancient Castles of Europe (Taschen). Un volumen que le ha llevado cinco años de trabajo y viajes por toda Europa.
Choubin se sintió atrapado por los castillos, por “su monumentalidad, el carácter anacrónico de esos edificios que son fascinantes y, al mismo tiempo, son una de esas cosas que compartimos en Europa. Es un elemento colectivo que tenemos y me pareció un buen marco geográfico para este trabajo, porque son el comienzo de nuestra historia común”.
En España Chaubin se ha centrado mucho en los castillos del norte de España, “lo que llamáis la España vaciada, son los más impresionantes, por razones de localización, topografía de contexto y el carácter primitivo de estos, el hecho de que están aislados y parecen abandonados", explica.
Castillo de Eltz (Alemania)
Los castillos europeos tuvieron destinos diferentes. «Perdieron su función defensiva desde el siglo XV y se fueron transformando introduciendo funciones más palaciegas, más como lugares para vivir con lujo, porque pertenecían a familias ricas. Castillos que eran militares, se mantuvieron habitados y eran el símbolo de poder de una familia», explica.
Castillo de Coca (Segovia)
Esa evolución de los castillos tuvo lugar en toda Europa, en España, sobre todo, con los beneficios que provenían de las colonias.
Castillo de Stalker (Escocia)
«Hay zonas Europa, como el norte de las isla británicas, en los que puedes encontrar castillos que parecen más viejos de lo que son porque se quedaron con esa función militar mucho más tiempo porque las condiciones económicas no fueron en esos siglos tan desarrolladas como en Francia o en España».
Castillo de Almourol (Portugal)
«España tiene una gran cantidad de castillos, pero también Francia e Inglaterra. Lo importante es la gestión, los ingleses han privatizado su gestión que pertenece al National Trust Heritage, son unas compañías enormes que producen beneficios y que invierten en su mantenimiento y han transformado esos castillos en una oportunidad comercial», explica Chaubin.
Rocca Calascio en los Apeninos (Italia)
La diferencia de los países del norte con España e Italia es que en estos últimos -según el fotógrafo- todavía se pueden encontrar «castillos en buenas condiciones que parecen abandonados o que no están tomados por esa histeria patrimonial que se puede ver en Francia». Este punto es el que cambia la experiencia de ver unos castillos a ver otros. «La impresión, el sentido estético y metafísico, si quieres, es mucho más fuerte cuando estás conectando con este tipo de castillos que son más auténticos».
Montecchio Vesponi (Italia)
«Los castillos de Zafra y de Peracense los puedes visitar, pero tienen este aislamiento fascinante, yo estaba solo, no había nadie más. Y eso es muy importante para conseguir una emoción fuerte y esas son las emociones que yo buscaba, o que yo quería vivir», afirma el fotógrafo.
Castillo de Manqueospese, Ávila
En ese listado de castillos españoles no falta el de Manqueospese, «abandonado en lo alto de un monte con unas piedra basálticas enormes».
Castillo de Graines, en el Valle de Aosta, norte de Italia
Este autor insiste en la vivencia del encuentro del visitante con estos edificios. «Te colocan con la experiencia del tiempo que pasa, y esto está muy relacionado con la experiencia fotográfica. Tiene mucho que ver con sacar fotos y perdurar. El hecho de compartir una emoción es lo que busco yo tengo una fascinación y trato de expresarla con la fotografía».
El castillo de La Calahorra (Granada)
La emoción es la principal motivación de sus fotos y de su trabajo. «Cuando los descubres para mí, es como enfrentarte a Machu Picchu. Es este tipo de emoción, pero estás solo, no estás rodeado de turistas. Es la fuerza tectónica y estética de estos monumentos. Es una teología monumental, son como catedrales, pero con una función distinta y da un placer muy fuerte», relata el autor con emoción. «Hay gente a la que le gustan los perros, a mí me gustan los castillos», concluye.