Fueron 140. O más. Porque «contar muertos es difícil». Pero sí, fueron simbólicamente ciento cuarenta vidas abatidas a tiros. Ida Siekmann fue la primera víctima. Günter Liftin vino después, desalentado a balazos cuando intentaba huir a Berlín occidental. Chris Gueffroy murió a disparos por los guardias del Muro el 6 de febrero de 1989, nueve meses antes de la caída. Winfried Freudenberg fue la última. Que se conozca.
También hubo mujeres, como Dorit Schmiel, a la que dispararon en el estómago después de cruzar -o intentarlo- la franja de la muerte que separaba las dos Alemanias. Y recién nacidos, como Holger H., de 15 meses. A él no le disparó nadie, murió asfixiado al ser escondido por sus padres durante una revisión de papeles en el puesto de control.
Todo lo que se respiraba era miedo. Desolación. Y comunismo. El mismo aún vigente a palabras de Sergio Campos para El Independiente: «la caída del muro de Berlín no supuso el fin del comunismo. La prueba la tenemos en España, donde el Partido Comunista de España (PCE) tiene ministros en el gobierno junto a otros partidos que llegaron al poder enarbolando banderas con la efigie de Lenin. La caída del Muro ni siquiera supuso terminar con la fascinación con la que muchos miran a los partidos comunistas».
La caída del muro de Berlín no supuso el fin del comunismo. La prueba la tenemos en España»
SERGIO CAMPOS
Sergio Campos (Soria, 1976) ha recogido la biografía e historia de esas 140 vidas que dejó «la ciudad secuestrada» entre 1961 y 1989, momento en el que el hombre pudo pisar la Luna, pero no cruzar de Berlín-Este a Berlín-Oeste, como bien dijo el periodista judío Arthur Koestler.
Porque esa es la única manera, dice Campos, de conocer la intrahistoria de una historia aparentemente sencilla: «La historia del Muro es aparentemente muy sencilla si se observa con el gran angular de la Historia. El Muro fue construido en una noche, duró veintiocho años de tensiones peligrosísimas entre los dos bloques, y cayó en una tarde. Pero cuando te empiezas a hacer preguntas básicas y abres el foco a los aspectos intrahistóricos, surgen las historias que te hacen comprender la importancia del Muro en todos sus aspectos. ¿Quién lo levantó, quiénes fueron los que murieron allí, quiénes fueron los verdugos, cómo ocurrió todo eso?».
En el Muro de Berlín: la ciudad secuestrada (1961-1989), es el ensayo en el que Campos recoge todas las respuestas y repasa la construcción de la divisoria de hormigón y acero que marcó el hito histórico, social y político de Alemania: «Se levantó para impedir la fuga de los miles de alemanes que cruzaban a diario la frontera para abandonar un país que solo les ofrecía la libertad de empobrecerse. Todo lo demás estaba prohibido: la propiedad privada, el tránsito, el pensamiento, las propias ideas», sostiene.
Sergio es bibliotecario, documentalista y curioso. Trabaja en Alemania desde hace veinte años y siempre ha vivido junto a la icónica Bernauer Strasse. Un paseo por el Memorial del Muro junto al pintor Carlos García-Alix, de quien dice, es un conversador fabuloso y «espoleado» por sus preguntas, le llevaron a escribir el libro con el objetivo de informarse a sí mismo: «Pese a vivir al lado durante casi quince años me di cuenta de lo poco que en realidad sabía del Muro. Escribí el libro para informarme a mí mismo».
Confiesa que escribir le ha sido difícil, que Berlín es una ciudad llena de vestigios históricos y que cada una de las 140 víctimas del Muro tiene una historia desgarradora detrás. Y quizá, las que más, las menores: «Unos murieron asesinados y otros ahogados al intentar cruzar la frontera por el río o por los canales de la ciudad. Otros se suicidaron. Algunos se mataron entre ellos y otros murieron por error, porque pasaban por allí. De todos, el caso de los niños es quizá el más desgarrador. Hubo cuatro que murieron ahogados porque cayeron al río desde el lado Oeste -que era de territorio oriental-. Nadie se tiró al agua para salvarlos porque los guardas podían dispararles con la excusa de que intentaban pasar de lado. Solo dos niños murieron al tratar de cruzar el Muro conscientemente. Fueron Jörg Hartmann y Lothar Schleusener. Les dispararon. Tenían diez y trece años, y cuando lees su historia te parece una aventura, pero la realidad es durísima. Las autoridades comunistas mintieron a sus familias para ocultar la verdad».
«Berlín es una enorme fosa común llena de cuerpos que no se pudieron reconocer»
sergio campos
Redactado sin adornos y acompañado por una exhaustiva documentación que incluye mapas, cronologías, imágenes e incluso correspondencia de la época, En el Muro de Berlín: la ciudad secuestrada (1961-1989) se divide en tres partes que reconstruyen la historia del Muro, el plan que desarrollaron los dirigentes comunistas de la República Democrática Alemana (RDA) para controlar la libertad de sus ciudadanos, o el eterno conflicto de ambas sociedades que hace de la historia del Muro, la ventana del recuerdo o la vergüenza.
«Berlín es una ciudad llena de vestigios históricos. Cuando ves un descampado en pleno centro, sabes que allí cayó una bomba durante la Segunda guerra mundial. Te tropiezas constantemente con placas que recuerdan a los judíos que vivieron en ese punto y que fueron deportados y asesinados en campos de concentración. El trazado del Muro, construido con adoquines en las calles y el asfalto, es una línea que vas a ver vayas donde vayas por la ciudad. Y no solo eso: Berlín es una enorme fosa común llena de cuerpos que no se pudieron reconocer. Cada cementerio tiene su espacio dedicado a ellos. La división fue tan fuerte que hasta ahora todavía hay berlineses que se reconocen de un lado u otro por cómo visten o por el corte de pelo. El reencuentro entre Ossies y Wessies (alemanes del Este y del Oeste) en muchos momentos no fue muy amistoso. He oído verdaderas barbaridades a algunos Wessies cuando me han hablado de los Ossies. Xenofobia pura y dura».
Pregunta. -En España el franquismo es el más grande de los vestigios y parece vigente a voz de algunos discursos políticos o manifestaciones sociales. ¿Pasa lo mismo en Alemania?
Respuesta. -El proceso de la mal llamada «memoria histórica» en España no tiene nada que ver con lo que se ha hecho en Alemania. En Alemania las discusiones al respecto han sido públicas, con organismos creados específicamente para ello, con un ánimo de superación y de crítica absoluta; la prensa ha sido también un espacio fundamental de debate. Creo que no siempre han acertado con las conclusiones, pero impresiona mucho la maquinaria que pusieron en marcha. Y en conjunto, es admirable. Yo nací en 1976, cuando Franco ya había muerto. Quienes me recuerdan continuamente su existencia son aquellos que lo enarbolan como un espantajo para llamar fascista a quienes no piensan como ellos. Ese es todo el espíritu de las leyes de «memoria histórica» o de «memoria democrática». La política Alemana todavía guarda las formas.
Como no lo hicieron los medios de comunicación, explica, siempre bajo una sobria comprensión comunista que titulaba «Vida normal en Berlín»: «He leído cientos de artículos de prensa de los años sesenta, sobre todo, de periódicos de todo el mundo. Las mentiras más obscenas venían del lado oriental, evidentemente, y también las columnas de opinión más asquerosas, en las que se insultaba de una manera soez a las víctimas. Hubo periodistas occidentales que tampoco escapaban a la propaganda, claro».
«Quienes recuerdan a continuamente a Franco son aquellos que lo enarbolan para llamar fascista a quienes no piensan como ellos»
En el Muro de Berlín: la ciudad secuestrada (1961-1989) se ha publicado a pocas semanas del 60º aniversario de la construcción de la linde convertida en símbolo global y en medio de un discurso político mundial que aboga por la libertad. ¿Equivocadamente?
«Uno de los problemas fundamentales en España, por ejemplo, es que los políticos usan el lenguaje como las cartas de un tahúr. Yo soy un defensor de la libertad, pero me preocupa que el político que la enarbola como lema ni siquiera sepa definirla. En la primera parte del libro hablo de un grupo de intelectuales que batalló con la idea de la libertad contra el agit-prop comunista, que trataba de lobotomizar a la población con la idea de la «paz», esa palabra que no se les cae de la boca a los nacionalistas en España, curiosamente. Crearon un congreso fundamental, a mi modo de ver, en pro de la unidad europea, el Congreso por la Libertad de la Cultura. Necesitamos uno nuevo, sin lugar a dudas».
El Memorial del Muro de Berlín
El Memorial del Muro de Berlín es a su vez esa ventana del recuerdo que conmemora la división alemana. Se encuentra en el centro de la capital, en la estación que fue fantasma durante los veintiocho años en que Berlín quedó dividida, Bernauer Straße.
Se extiende a lo largo de 1,4 km en la antigua franja fronteriza. Lo que queda del Berlín Oriental ahora es la exposición que cuenta su historia; la de las víctimas de la dictadura comunista. Al otro lado, Berlín occidental, donde se han erigido los nuevos centros de visitantes y de documentación con una torre de vigilancia y una exposición sobre la construcción del muro en agosto de 1961.
«Es el sitio conmemorativo más grande y más importante sobre la historia de la división de Alemania, y no solo de Berlín. La memoria necesita lugares originales que nos ayuden a entender lo sucedido. Es un sitio que nos enseña la diferencia entre la dictadura y la libertad. El Memorial es importante para recordar que la democracia no es algo obvio. Recibimos aquí a muchos invitados de todo el mundo que desean entender mejor lo sucedido», señalaba Axel Klausmeier, director del Memorial, en una entrevista para deutschland.de en 2014.
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