Cuando España vivía sumergida en las políticas tradicionalistas de Francisco Franco, considerando a los homosexuales como "desviados y maleantes", un epitafio de luces neón abrió la veda para el colectivo LGTBIQ+ en Torremolinos (Málaga). La versión castizo-andaluza del strip de Las Vegas, en el que Elvis convirtió su movimiento de pelvis en marca registrada, se encontraba entre los bares y clubes que conformaban el Pasaje Begoña.
Separado del núcleo urbano, y compuesto por 100 apartamentos, el Edificio Begoña albergaba en sus entrañas el mencionado pasaje, al que se le añadían 55 locales comerciales en los que se promocionó todo tipo de oferta musical: flamenco, rock, jazz, folk y un ímpetu por probar las mieles de la independencia y de la apertura social.
La Sirena, La Boquilla, The Blue Note, Le Fiacre, Serafino... muchos de ellos regentados por extranjeros que viajaron a Torremolinos, otros tantos visitados por las celebridades de la época, entre ellas, Sara Montiel, Nati Abascal o la musa transexual de Salvador Dalí, Peki d’Oslo.
Con la libertad como bandera ondeante entre sus carteles, la ciudad pesquera fue un recurrente destino para aquellos homosexuales, turistas o ciudadanos que pedían vivir al margen de las restricciones de la dictadura. El contexto sociopolítico de la época hizo que Torremolinos fuera cuna del movimiento arcoíris en España al aunar, en una vía, numerosos bares donde el libre albedrío se despojaba de miradas furtivas y penas asociadas.
La diversidad cultural y sexual caracterizó a este pequeño rincón del municipio malagueño, al que muchos llegaron a equiparar con los cosmopolitas barrios de Pigalle en París o del Soho neoyorquino. "No es una calle. El pasaje Begoña es un minibarrio chino. El espacio se aprovecha al milímetro en una serie de pequeños antros de perdición en los que toda la juerga consiste en beber, en oír canciones mexicanas, aflamencadas, francesas, argentinas, inglesas, portuguesas, peruanas…", espetó de él Ángel Palomino en Torremolinos. Gran Hotel (1971, Alfaguara).
Conocida como "la calle del pecado" durante sus diez años de existencia, el Pasaje Begoña permitía a sus fieles vivir una realidad paralela, individualista y hecha a medida. Aunque al salir de su oasis la realidad era rematadamente diversa. A pesar de ser un mismo espacio, las preferencias sexuales y sociales de los visitantes conformaron un pasaje distinto para cada individuo. El pasado 24 de junio, el espacio cumplió su 50º aniversario desde la redada policial de 1971 que mermó su actividad y resplandor.
Torremolinos is different
Torremolinos fue el contrapunto de una España rodada en blanco y negro. El turismo aperturista había generado un escaparate completamente diverso en la Costa del Sol, que daba la bienvenida a las suecas, a sus bikinis y a una mentalidad que hacía tambalear el castillo de naipes que el franquismo había creado en torno a la sociedad española tras la Guerra Civil.
La dicotomía social de la dictadura en todo lo referente al turismo se balanceó entre la necesidad de recolectar capital y el ostracismo de renegar de los valores sociales de aquellos que llegaban a las ciudades españolas procedentes de países abiertamente democráticos. La necesidad de ganancias provoca un aperturismo sin precedentes, factor que favoreció el florecimiento de Torremolinos como centro neurálgico de la actividad turística europea a partir de los años 50.
Para muchos homosexuales, y no sólo de Andalucía, el municipio malagueño se convirtió, además de paraje turístico, en la primera parada exploratoria antes de emigrar a Barcelona u otras ciudades europeas; fue su primer contacto con los espacios sociales fuera de los cánones heterosexuales que dictaba el régimen. La permisividad y tolerancia que se respiraba en el paraíso pesquero favoreció la llegada de los denominados como "disidente sexuales".
Según la óptica con la que se interpretara, Torremolinos se presentaba como un lugar de modernidad o como un espacio de frivolidad y corrupción. Asimismo, y gracias a la proliferación del movimiento LGTBIQ+ en el Pasaje Begoña, el municipio no sólo fue un destino de acogida, también un escaparate laboral para los homosexuales y travestis que se desplazaban a ella durante la temporada estival en busca de empleo y diversión.
Leyes de represión y una redada infernal
A principios del siglo XX, España no recogía la homosexualidad como delito, pero con la llegada de Primo de Rivera a las altas esferas del estatuto político, se incluyó en el Código Penal como vulneración. Como sucediera con Primo de Rivera, la dictadura franquista se apoyó en los pilares de la Iglesia y el Ejército, pero Franco no adoptó leyes contra los homosexuales hasta 1954 (Ley del 15 de julio de 1954), a pesar de la persecución que el colectivo LGTBIQ+ sufrió durante la dictadura.
La Ley de Vagos y Maleantes del franquismo estuvo vigente hasta 1970, año
en que fue sustituida por la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social,
introduciendo un cambio sustancial: se dejó de considerar a los homosexuales como peligrosos, y comenzó a penarse el ejercicio de la homosexualidad. La versión remasterizada de la ley supuso la caída del Pasaje Begoña.
Aunque las redadas policiales se habían efectuado previamente y con asiduidad, fue el 24 de junio de 1971, durante la noche de San Juan, cuando el Pasaje Begoña se enfrentó a la noche más cruda de represión policial. En torno a 300 personas fueron identificadas, y más de un centenar detenidas y trasladadas a Málaga para su identificación. La redada de 1971 supuso un punto de inflexión en el Pasaje Begoña, evento que fue considerado como el Stonewall castizo.
Desde entonces, el Pasaje cayó en declive junto con la notoriedad turística de Torremolinos, que había pasado de centro de vacaciones a un destino democrático de mar, sol y playa. La crisis del petróleo acentuó la caída en ciernes del considerado como centro y cuna del movimiento arcoíris en España.
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