En la Galicia de finales del siglo XVIII y principios del XIX surge una figura que 200 años más tarde llama la atención de los historiadores. Son las espontáneas, mujeres de clase baja (en su mayoría) que alegan haberse quedado embarazadas y su intención de ser madres solteras. Mujeres que acuden a un notario para contar que esperan un hijo y que o bien el padre de ese bebé no quiere hacerse cargo o bien que ellas desconocen quién es y quieren tenerlo solas.

Los hijos ilegítimos no son ni nuevos ni llamativos pero en el entonces Reyno de Galicia el número alcanzó cifras y una aceptación que no se dio en el resto de España. También una categoría legal que las alejaba de una mala reputación, de la pobreza, de las miradas y que las mantenía controladas.

Acudían al notario a "espontanearse" para poder tener a su hijo sin marido y no ser mal vistas aunque se ejercía un fuerte control sobre ellas desde ese momento

Ángel Barray, historiador, es el responsable de un estudio que pone cifras y nombres a estas mujeres. Y, lo mejor de todo, que descubre su voz. Porque para poder vivir tranquilas, para no ser repudiadas ni mal vistas, cuando sabían que se habían quedado embarazadas, o cuando ya era imposible ocultarlo, acudían a un notario para dar cuenta de ello. Para "espontanearse". Allí narraban como había ocurrido, algunas daban el nombre del padre de ese hijo que esperaban, otras lo desconocían o lo ocultaban; pero de esta forma quedaban liberadas de problemas aunque bajo un férreo control.

"Está figura limitó el número de irrupciones del embarazo, les dio cobijo legal, no las dejaba sin su trabajo y las "monitorizaba". Se fijaba un fiador (normalmente el padre de la mujer o en algunos casos el de el bebé que esperaban) que debería mantener económicamente a ese niño y asegurarse de que era educado correctamente. Además de la obligación de bautizarle, claro", explica Barray.

Lo que llamó la atención del historiador fueron dos cosas. El número de mujeres que se declaraban espontáneas y sus testimonios en primera persona guardados por los notarios. En total 555 madres solteras declaradas en tan solo un siglo y en una población bastante pequeña. "Llego a ellas de rebote, trabajando en el archivo notarial encontré una y me puse a leer y me interesó pero no fue hasta meses más tarde cuando en otro notario me topé con 75 mujeres que se habían espontaneado y eran todas de la villa de Neda, cerca de Ferrol. Batí todos los notarios de Pontedeume y Ferrol y vi que en Cederia volvía a pasar lo mismo pero a mayor escala: tenían 222 expedientes, es decir, casi una cuarta parte de las mujeres. En la villa de Neda, que es muy pequeña, 75, o en Meroi, una parroquia mínima, 33. Es decir, era algo bastante común", asegura.

Lo interesante ahora es tanto la figura como la voz de ellas, que nada tiene que ver con lo que imaginábamos de la mujer gallega del XVII"

ÁNGEL BARRAY

Tanto que en 1787 Vicente Vizcaíno Pérez, fiscal de la Real Audiencia de Galicia, aseguro que eran "demasiado frecuentes en este Reyno las causas que en él llaman de espontáneas, desconocidas en otras provincias". Algo que corrobora Barray, "la tasa de hijos ilegítimos era la más alta de España, muchos hijos de marineros o de curas. Eso ya lo sabíamos, pero lo interesante ahora es tanto la figura como la voz de ellas, que nada tiene que ver con lo que imaginábamos de la mujer gallega del XVII".

"En aquella época los testimonios en primera persona se dejaban a reinas o duquesas, aquí son mujeres pobres (sólo 8 sabían firmar lo que nos dice mucho del estrato social) las que narran qué ocurrió", continúa Barray. En la mayoría de los casos son mujeres que aseguran haber caído en la tentación carnal tras una promesa de matrimonio que se quedó sólo en eso, en palabras. Pero lo más llamativo son las historias de aquellas que no dudan en decir que tuvieron lo que hoy conocemos como una "noche loca" con un desconocido y que no conocen ni el nombre ni la profesión de aquel hombre. "Eso fue lo que más me llamó la atención. Esa libertad sexual que pensaba inexistente en la época. Nunca imaginé tremendo alboroto", comenta el historiador.

Eran marineros, peregrinos, eran vecinos a los que no querían nombrar para no causarles un problema, eran compañeros de trabajo (muchas eran sirvientas)... Y al final eran ellas las que daban la cara para que ese niño fuese visto con los mismos ojos que cualquiera.

"Hay que pensar que en aquella época la migración masculina era muy alta. Las mujeres tenían miedo a quedarse solas en su vejez, a no tener a nadie que cuidase de ellas y un hijo les procuraría ese cuidado", explica.

Cuando estas mujeres acudían al notario para contar que están esperando un hijo también hacían una promesa: mantenerse castas y respetadas el resto de su vida. "Las hubo que la cumplieron pero hay casos de mujeres que se declaran espontáneas hasta tres veces a lo largo de su vida, normalmente las de clase más alta".

También se sometían a un control. Con ellas al notario acudía un fiador, un hombre que debía velar por el niño que iba a nacer y por la honra de la mujer que lo iba a tener. Hay padres de las embarazadas, hay notarios, hay hermanos y hasta los propios padres de los bebés. "Así se aseguraban del bienestar del niño y de tener a su madre controlada. Al final era una figura positiva para ellas pero con coste de libertad", explica Barray.