Es bien conocida la quema de libros por parte de los nazis, dejaron una de las imágenes icónicas de la barbarie totalitaria, pero es menos conocido que los nazis robaban libros allí donde alcanzaba su expansión militar. Judíos de toda Europa enviados a campos de concentración y aniquilados sistemáticamente. Fueron previamente desposeídos de todos sus bienes. Había que quitarles toda su riqueza y los libros eran parte de ella.
Anders Rydell, autor sueco de libros de no ficción ha perseguido ejemplares robados por los nazis y ha profundizado durante años sobre las razones que albergaban los nazis para quedarse con las bibliotecas de particulares e instituciones como el pionero Instituto de Sexología de Magnus Hirschfeld.
“Tendemos a ver la cultura sólo como una fuerza para el bien. La cultura nos hace felices e inteligentes, nos hace civilizados. Algunos incluso dirían que nuestra vida cultural es una parte central de la democracia”, explica Rydell que acaba de publicar Ladrones de libros (Despertaferro ediciones) sobre el saqueo nazi de las bibliotecas europeas. “El arte, la literatura y la música pueden hacernos mejores personas, pero también puede ser al revés. La cultura puede ser un arma extremadamente poderosa, puede usarse para difundir el odio o ideas horribles. Y el problema es que se puede hacer con “buen” arte. No pocos de nuestros “grandes artistas”, escritores, pintores y músicos del siglo XX coquetearon con el fascismo de una forma u otra”, añade.
Tras sus investigaciones Rydell ha llegado a la conclusión que el robo sistemático de libros por parte de los nazis era un arma para “privar a sus enemigos de sus libros, sus bibliotecas, archivos y conocimientos es una forma de quebrantar su espíritu y privarlos de la civilización, en cierto sentido, de su humanidad”.
Para Rydell robar las bibliotecas era una forma de quebrar su resistencia intelectual. “Tanto los alemanes, la principal nación intelectual antes de 1933, como los judíos eran conocidos como el “pueblo del libro”. Los libros y la educación eran capitales en ambas culturas, por lo que también se convirtió en un campo de batalla. El saqueo de libros también tenía un propósito mayor para los nazis. Con el tiempo, querían reescribir la historia, cambiar la narrativa global: cómo vemos la historia occidental desde Roma hasta hoy. Para ellos la historia era una lucha entre razas, especialmente entre alemanes y judíos. Si eres dueño de las palabras de tus enemigos, de sus libros y de sus archivos, también tienes el poder de reescribir su historia”, asegura.
La eliminación de los considerados enemigos no podía ser sólo física, debía ser intelectual para borrar todo rastro y forma alternativa de ver la realidad que no fuera la suya para imponer su cosmovisión.
Disputa por los libros
Un aspecto destacable de la historia vergonzosa del expolio de libros es la competición entre Himmler y Rosenberg por hacerse con los libros de la Europa por expoliar. Heinrich Himmler atraído por los temas místicos buscaba en este tipo de literatura fuentes de poder para el nazismo. Himmler creó una biblioteca de sus enemigos, “con el objetivo de estudiarlos y comprenderlos”, asegura Rydell.
Por su parte las razones de Alfred Rosemberg respondían a una ambición de acumular conocimiento: “Tenía la idea de que para construir un imperio que durara mil años necesitaban crear instituciones: universidades, escuelas e institutos que se erigieran alrededor de su ideología rígida. Quería crear un nuevo orden mundial y vio la educación y la investigación como elementos clave para conseguirlo”.
Rydell ha viajado por Europa investigando y buscando libros y bibliotecas. “Las bibliotecas todavía estaban allí, pero las personas que las construyeron, las cuidaron y las visitaron hace mucho que desaparecieron, y con ellas su idioma. En algunos lugares, los libros eran lo único que quedaba de estas culturas y civilizaciones perdidas y, a menudo, exterminadas. Pero en algunos lugares, como Tesalónica, fue aún peor. Donde hace menos de un siglo existía una antigua y fantástica cultura sefardí, ahora no queda casi nada, ni siquiera las palabras”, afirma.
No podemos cambiar lo que pasó, no podemos reconstruir todo lo que se perdió, pero podemos devolver algunas cosas".
Anders Rydell
Uno de los objetivos del autor sueco era poder devolver los libros a los descendientes de los propietarios, algo que pudo hace con Christine Ellse, la heredera de un hombre asesinado en el Holocausto, Richard Kobrak. “Para mí fue el final de una búsqueda de varios años, para ella fue un momento extremadamente importante. No tenía nada de su abuelo, que murió en el Holocausto. Ni siquiera una tumba a la que ir. Para ella, en cierto modo, su abuelo era solo una historia del pasado. Este pequeño libro que le entregué le mostró por primera vez que él era real: tocó algo que había sido suyo. El libro se convirtió en una especie de tótem que la transportó en el tiempo y le permitió hacer las paces con su pasado”, relata.
Con este gesto tan pequeño Rydell demuestra que la restitución no es algo que solo se pueda hacer por la vía económica sino que la compensación moral es tan importante o más. “No podemos cambiar lo que pasó, no podemos reconstruir todo lo que se perdió, pero podemos devolver algunas cosas. Y un solo libro puede tener un valor tremendo para una comunidad, una familia, un pariente”, asevera.
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