Llegaron a Barcelona al terminar la II Guerra Mundial, portaban un cargamento de experiencias terribles. Fueron arrebatados de sus padres, la mayoría de los cuales fueron asesinados, después fueron conducidos a centros en los que les convirtieron en auténticos niños arios. Una vez concluía su “formación” eran trasladados a familias de alemanes. Más de 400.000 niños vivieron esta pesadilla impulsada por Heinrich Himmler. Se calcula que 200.000 eran polacos.
Bautizo ario
El Lebensborn nazi era un proyecto con dos patas, por un creo hogares para madres arias a los que sumaron niños secuestrado de Polonia, países escandinavos, bálticos y balcánicos, para aumentar el número de arios en la población.
El catálogo de atrocidades de los nazis que destrozó la vida de millones de europeos tiene una vertiente catalana dentro del capítulo de los niños secuestrados por Hitler. Al terminar la guerra un grupo de estos niños viajó hasta Barcelona para vivir en un orfanato a la espera de que aparecieran sus padres. “Ocurrió en el año 1946, cuando una serie de niños huérfanos polacos que estaban en un campo de refugiados en Salzburgo llegaron a Barcelona. Fue por mediación de la Cruz Roja Internacional y del Consulado polaco en Barcelona”, explica Gisela Pou, autora de Los tres nombres de Ludka (Planeta).
Pou ha novelado la vida de estos niños en Barcelona a través de Ludka, una niña polaca que llega a Barcelona traumatizada por haber sido separada de su familia alemana. “Estos niños llegaron totalmente germanizados, muchos de ellos habían sido robados y secuestrados por los nazis para formar parte del proyecto Lebensborn de Himmler, para aumentar la raza aria”, explica.
En los territorios ocupados por los nazis crearon un programa de secuestros de Estado de niños con rasgos arios de distintas nacionalidades, principalmente polacos, para educarlos en los valores del III Reich como miembros ejemplares de una raza superior.
“Llegaron a Barcelona a la espera de que los reclamase algún familiar. Muchos son reclamados en los primeros meses, pero algunos pocos llegan a estar diez años en Barcelona. Fueron en total 130 niños que poco a poco fueron yéndose o a la Polonia comunista o a otros lugares donde tenían a sus familiares que les reclamaban”, afirma Bou. En un primer momento se alojaron en una residencia infantil en la calle Anglí y semanas después en la residencia Vallcarca, en el barrio de la Bonanova.
El desarraigo
El encaje de los niños en la Barcelona de la posguerra fue difícil. Sus familias alemanas acababan de ser desestructuradas por la derrota de Hitler. Estaban traumatizados por lo que habían visto y los niños acumulaban comida por miedo a volver a pasar hambre. Adoctrinados durante años como nazis no se veían como víctimas del Reich sino de la derrota alemana. “Eran niños muy germanizados y muy orgullosos de ser alemanes. Lentamente van descubriendo sus verdaderos orígenes. Este es el principal asunto que aborda la novela: el tema del desarraigo. El desarraigo, según la Real Academia Española es cuando una planta la quitas del suelo y queda con las raíces al aire. Así es como lo describe Ludka en la novela, éramos como pequeños árboles con las raíces al viento”, asegura la autora.
Ludka no es su nombre, no se acuerda de él, sus padres alemanes, un capitán de las SS y su mujer, la llamaban Hedda, el nombre de la hija de la pareja que había fallecido. Ludka, en Barcelona, se hace amiga de Emma, la hija de una de las empleadas de la residencia, cuyo marido permanece en el exilio. Las niñas Emma y Ludka se hacen amigas y crecen en un mundo hecho añicos, en sociedades rotas por el odio y arrasadas por las guerras. La posguerra española con la represión franquista sobre el catalán se encuentra en el contexto de esta novela que Bou ha escrito originalmente en catalán.
La autora, Gisela Pou
Emma, la protagonista española de la novela, aprende el catalán a escondidas gracias a su abuelo, un profesor republicano que tiene prohibido ejercer. “Es una situación que yo misma he vivido en cierta forma. De pequeña yo estudié Ciencias Biológicas, yo siempre creo que es porque todos mis estudios fueron en castellano, obviamente porque la lengua no se le daba importancia y menos al catalán. Curiosamente, cuando descubrí el catalán dejé las ciencias para irme hacia las letras”, afirma la escritora.
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