En un primer momento la intención fue secuestrarle y pedir a cambio la excarcelación de 150 etarras. Pero cuando Luis Carrero Blanco (Santoña, 1904-Madrid, 1973) se convirtió en la mano derecha de Francisco Franco los escoltas lo complicaron todo y decidieron asesinarle. Acababa de convertirse en presidente del Gobierno cuando empezaron a excavar. Habían alquilado un local en el número 104 de la calle Claudio Coello, por donde el teniente pasaba cada mañana al salir de misa. Justo debajo del asfalto colocaron la dinamita y el día 20 de diciembre de 1973, hace exactamente 50 años, apretaron el botón y todo saltó por los aires. Llevaba seis meses en el cargo.
El atentado contra Carrero Blanco supuso el mayor ataque contra el franquismo desde la instauración del régimen. También el gran hito en el auge de ETA, como organización terrorista para unos y como símbolo antifascista para otros, para todos como actor de una futura transición en la que la sangre corrió por todo el país.
La explosión tuvo lugar a las nueve y veintiocho. El presidente del Gobierno volvía a desayunar a su casa, en la calle de Hermanos Bécquer, después de su tradicional misa matutina en la iglesia San Francisco de Borja cuando una explosión hizo volar por los aires el coche en el que viajaba, un Dodge Dart, junto con su chófer, José Luis Pérez, y Juan Antonio Bueno, su escolta. Los 50 kilos de dinamita enterrados bajo el asfalto provocaron un inmenso socavón de 20 metros de ancho y más de tres de profundidad. El coche voló más de 30 metros y aterrizó en la azotea de un edificio contiguo propiedad de los jesuitas. Carrero Blanco murió en el actual hospital Gregorio Marañón y los dos policías no consiguieron sobrevivir más que unos minutos.
A plena luz del día
En una escalera apoyada en el edificio desde donde se había realizado la excavación se encontraban dos supuestos electricistas. Eran los etarras José Miguel Beñarán, conocido como Argala, y Jesús Zugarramurdi, de apodo Kiskur. Desde allí habían apretado el botón para la detonación, antes de bajarse para montarse en un coche con Javier Larreategi, Atxulo, que estaba parado en la calle Lagasca y en el que huyeron hacia su refugio en Alcorcón. Eran el comando Txikia, y habían realizado con éxito la que denominaron como Operación Ogro y que cambiaría el curso de la historia de un país.
Al principio, por el olor tan fuerte que desprendía el agujero en el suelo, se pensó que se había tratado de un escape de gas pero esa misma noche ETA, a través de Radio París, reivindicó el atentado asegurando que era "la justa respuesta revolucionaria de la clase trabajadora y de todo nuestro pueblo vasco a las muertes de nuestros nueve compañeros de ETA".
Al día siguiente, un inmenso cortejo fúnebre llenó el Paseo de la Castellana. Tras el cuerpo de Carrero Blanco iba caminando Juan Carlos de Borbón, heredero de Franco a título de rey desde 1969. También el cardenal Tarancón, al que miembros del búnker franquista gritaron rojo por considerarlo aperturista. Carrero fue enterrado en el cementerio de El Pardo y muchos dicen que olvidado demasiado rápido. "No hay mal que por bien no venga", dijo Franco en su discurso de Fin de Año –como cuatro años antes, tras el juramento de Juan Carlos como príncipe de España, había dicho que todo había quedado "atado y bien atado"–.
Más fácil de lo esperado
Al poco tiempo, y gracias a la colaboración de Eva Forest, una disidente del Partido Comunista, los tres etarras huyeron al sur de Francia. Les había resultado más fácil de lo esperado: tanto la preparación del atentado como su ejecución y la huida posterior. El cómo fue más sencillo porque nadie lo esperó. En Madrid no había habido atentados terroristas ni grandes amenazas por lo que el coche de Carrero Blanco no era blindado.
Mientras estuvieron excavando aquel túnel de seis metros de largo ni la Policía ni la Guardia Civil ni los servicios de inteligencia vieron nada sospechoso. Luego llegó la amnistía de 1977. A los etarras jamás les encarcelaron, su caso se archivó como si no se tratará de la muerte de un presidente. "Para mí la muerte de Carrero es el inicio de la Transición. Nadie quiso esclarecer adecuadamente el atentado porque interesó a todos. Alguien dejó hacer y alguien tapó lo que dejaron hacer. Nadie investigó, ni siquiera los propios colaboradores de Carrero Blanco en su servicio secreto, el SECED, y no digamos su sucesor, Arias Navarro. Y después, con la amnistía, se olvidó todo", explicaba recientemente en este periódico Manuel Cerdán, periodista de investigación y autor del libro Carrero.
Pero las consecuencias se vieron pronto. Carrero Blanco era el hombre fuerte de un dictador ya muy envejecido y en declive. Mientras muchos veían en él a alguien demasiado suave para aquel momento, para otros era la viva imagen de Franco. El atentado, aunque hoy parezca impensable, fue alabado por buena parte del antifranquismo. También por los sectores más duros del régimen. ETA se convirtió para algunos en una rama de la lucha antifranquista. El éxito de la muerte del presidente del Gobierno provocó que el brazo armado se impusiese sobre los que buscaban en la política una solución pacífica.
"El atentado de Carrero beneficia a todos, pero yo creo que los que estuvieron detrás querían dar un golpe de Estado y colocar a alguien del ala más rancia del franquismo. La dictadura no era ese bloque pétreo de poder omnímodo que muchas veces se describe, había muchas divisiones y guerras familiares, incluso en el asunto de la sucesión. Carrero apoyaba al príncipe Juan Carlos, pero había un ala integrista en El Pardo que no renunciaba a colocar a Alfonso de Borbón, casado con la nieta de Franco", apunta Cerdán.
La impunidad con la que los etarras prepararon durante meses el atentado a escasos metros de la embajada norteamericana, que culminó con la explosión coincidiendo con la visita a Madrid del secretario de Estado Henry Kissinger, ha alimentado todo tipo de teorías a lo largo de este medio siglo. Es probable que los etarras se vieran favorecidos por los movimientos sucesorios que tenían lugar en el seno del régimen. El shock del magnicidio provocó un endurecimiento final del régimen. Pero no impidió que a la muerte de Franco tuviera lugar el desmantelamiento del franquismo y el paso de la ley a la ley diseñado por Torcuato Fernández Miranda.
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