Ni el más rígido de los sistemas totalitarios puede acabar con su respectiva respuesta contracultural, por primitiva o minoritaria que esta pueda ser. Esto es lo que pasó con Curt Bloch, un judío alemán que se dedicó a producir, en plena ocupación nazi, su propio fanzine satírico desde su escondite en el sótano de una casa neerlandesa ubicada en Enschede, muy cerca de la frontera con Alemania. Allí Bloch editó un total 95 ejemplares de Het Onderwater Cabaret (El cabaret submarino) entre agosto de 1943 y abril de 1945, una revista semanal que incluía secciones de arte, poesía o canciones dirigidas a los nazis y a sus colaboradores neerlandeses.
Durante ese tiempo, Bloch, logró sobrevivir en los Países Bajos ocupados por los nazis gracias a una red de personas que le proporcionaban alimentos y lo custodiaban en secreto, junto a otros dos judíos con los que convivía. Su historia fue muy parecida a la de al menos 10.000 judíos que se escondieron en suelo neerlandés y lograron sobrevivir. En la otra cara de la moneda, hubo otros 104.000 que fueron descubiertos y terminaron siendo enviados a morir en los campos de concentración.
En el caso de Bloch, aparte de recibir sustento y cuidados, la gente que lo ayudaba también le proporcionaba rotuladores, pegamento, periódicos y otros materiales impresos que podía utilizar para producir su sorprendente e ingeniosa revista. Publicada en alemán y neerlandés, esta publicación subversiva se burlaba de la propaganda nazi, comentaba la actualidad de la guerra y ofrecía perspectivas personales sobre la situación en la que vivían los perseguidos y excluidos como él.
Y tan rudimentaria como podía ser su elaboración, lo era también su distribución. Al estar escrita a mano y con medios tan básicos, la tirada era de un solo ejemplar y la compartía con sus convivientes, la familia que lo protegía y, posiblemente, con aliados externos y otros judíos refugiados en la clandestinidad. Se estima que pudo haber sido leída por hasta 20 o 30 personas, gracias a una cuidada organización que incluía mensajeros, que llevaban comida, pero que también se encargaba de mover la revista entre los demás.
El Cabaret Submarino
El nombre de la revista aludía a un programa de radio alemán que se retransmitía en las ondas neerlandesas durante la ocupación: El Cabaret de la Tarde del Domingo. En contraposición, El Cabaret Submarino surgía del término holandés "onderduiken", que significa "sumergirse", pero también "escapar de la vista pública". Una persona escondida o sumergida, de hecho, era un "onderduiker".
Uno de sus objetivos recurrentes era el ministro de propaganda nazi, Joseph Goebbels. De hecho, en su poema "El camino hacia la verdad", por ejemplo, ofrece algunos consejos para desmentir las falsedades de Goebbels: Si escribe derecho, léelo torcido. Si escribe torcido, léelo derecho. Solo dale la vuelta a sus textos. En la eficacia de sus palabras, se encuentra el daño.
El tiempo puede pasar muy despacio cuando la diferencia entre la muerte y la vida es tan pequeña, y cualquier entretenimiento, por simple o tonto que pueda parecer, funciona como un bálsamo para aquellos que sufren. En este sentido, la cultura judía siempre ha tenido en muy alta estima la capacidad para reírse y hacer reír. Por ello, seguramente, este humilde fanzine casero pudo significar un verdadero alivio para sus lectores.
Un valioso testimonio desconocido durante 80 años
Aunque Bloch sobrevivió, su madre, sus hermanas y la mayoría de su familia murió en Alemania durante la guerra. Después de la liberación de los Países Bajos, conoció a Ruth Kan, superviviente de varios campos de concentración, incluido Auschwitz. Se casaron en 1946, tuvieron un hijo, Stephen, y se mudaron a Nueva York en 1948, donde más tarde abrieron un negocio que vendía antigüedades europeas y tuvieron a Simone en 1959.
La prueba de que este fanzine significó para su autor mucho más que un mero entretenimiento es que, después de sobrevivir, recopiló todos sus ejemplares y se los llevó a casa. Y no solo eso, sino que fueron parte de su equipaje una vez decidió hacer las maletas y emigrar a Nueva York. Allí, permanecieron cogiendo polvo en estanterías, las creaciones desconocidas de un hombre que ni era poeta ni artista, sino abogado. Su hija, Simone Bloch, que actualmente tiene 64 años, recuerda ver las revistas en la casa familiar cuando era niña. "Un par de veces leyó alguna de ellas en fiestas", explicó en una entrevista para The New York Times, "pero no entendía alemán en ese entonces". La difícil relación con su padre y una repentina muerte de Curt por fallo hepático cuando su hija apenas tenía 15 años sepultó cualquier posibilidad de acercamiento con su preciado tesoro.
Como una de esas reliquias familiares que no terminan de valorarse como se presupone que deberían, permanecieron en el olvido hasta que la siguiente generación llegó para desempolvarla. Lucy, hija de Simone, fue la primera en interesarse por estas revistas, no solo como recuerdos familiares sino como testimonios históricos. Lucy consiguió una beca de investigación para viajar a Alemania, donde pudo estudiar más sobre la historia de su abuelo, lo que provocó que tanto ella como Simone, indagasen en su legado.
Ahora, ocho décadas después, la publicación en Países Bajos a principios de este año de un libro en que se reúnen las creaciones contraculturales de Bloch, titulado "El Cabaret Submarino: La Resistencia Satírica de Curt Bloch", (Gerard Groeneveld) y la exposición Mis versos son como dinamita, que se estrenará en febrero en el Museo Judío de Berlín, recuperan la figura de este desconocido y humilde artista de la resistencia.
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