La madrugada del 6 de noviembre de 1936, un grupo de hombres se presentaron en la cárcel Modelo de Madrid y reclamaron al preso Luis Calamita Ruy-Wamba, director del diario Heraldo de Zamora, para trasladarlo a la cárcel de Chinchilla en Albacete. Apenas pisaron la calle lo ejecutaron contra el muro de ladrillo que rodeaba el edificio en cuyo espacio, durante el franquismo, se construiría el Cuartel General del Ejército del Aire y del Espacio. Otro muro de ladrillo, tres años después, el 9 de agosto de 1939, será el lugar de ejecución de Vicente Rueda, acusado de matar a Calamita. Mismo procedimiento, pero en el bando contrario de la Guerra Civil. Acusado y ejecutado tras un juicio sin garantías.
María Castro ha rescatado del olvido la historia de Vicente Rueda en el libro Es tan fuerte la noticia (Editorial Tres Hermanas), uno más de los miles de personas vinculadas, en mayor o menor medida, con la República que fueron eliminados por los golpistas tras su victoria. Para escribir su historia la periodista e investigadora se ha adentrado en el laberinto institucional e ideológico que custodia y -muchas veces- entorpece la preservación de nuestro pasado.
“No eran juicios para esclarecer ningún tipo de verdad, sino para reprimir cualquier oposición al régimen. Se trató de exterminar a todos aquellos que podían presentar oposición y ser un peligro para el nuevo régimen”, explica María Castro junto a la tapia del Cementerio de La Almudena en Madrid donde fue ajusticiado Rueda y donde se acumulan memoriales improvisados y oficiales de víctimas de la represión. “El juicio de Vicente es un claro ejemplo. Eran juicios inquisitoriales, sin ningún tipo de garantía jurídica, sin ningún tipo de posibilidad de defensa en los que se aceptaban los cargos”, añade.
En el caso de Vicente, Castro se ha encontrado con la cruda realidad de estos juicios de los que ha podido aprender sobre su pobreza y arbitrariedad procedimental. “Luego he tenido la suerte de que al contar con las cartas de la familia y ver por dentro cómo era estar en la cárcel, cómo vivían estos hombres los juicios y cómo ellos no sabían lo que les estaba pasando. Preguntan a sus familiares a ver si se pueden enterar de cómo va lo suyo, de qué está pasando. No saben cuánto les han condenado. Por ejemplo, el hermano de Vicente , Gonzalo [también preso], no se entera hasta septiembre de que a su hermano le mandaron a fusilar el 9 de agosto. Vicente escribe una última carta a su familia el día 5 de agosto y no sabe que el día 9 lo van a fusilar”, relata.
¿Fue Vicente el asesino de Calamita?
Vicente defendió su inocencia en todo momento y según la autora no está demostrado, en ningún caso, que fuera él quien disparó a Luis Calamita. “En cualquier caso estábamos en guerra y si lo hizo cumplía órdenes”, comenta Castro. No obstante, para la autora no es lo importante si era culpable o no, porque no lo podemos saber, lo que sabemos es que no tuvo un juicio con garantías.
Este es uno de los problemas que, según Castro, padecemos los españoles para abordar nuestro pasado. “Los que nos dedicamos a trabajar temas de memoria nos encontramos con dos problemas. Por un lado, la derecha de este país considera que esto es remover el pasado. La historia se escribió de una única manera, de una única visión y se ocultó. Nuestra democracia se ha levantado sobre una sola parte de la historia. El resto está oculto en esas todas esas fosas y todos esos asesinatos que se cometieron”, explica.
Pero en los obstáculos ideológicos que nos impiden hacer memoria la izquierda también tiene responsabilidad. “En la izquierda me he encontrado en ciertos casos con la insistencia en que los fusilados eran inocentes, cuando de lo que se trata es de que esos juicios eran ilegales, que eran pura represión. Lo que intentaban era levantar una verdad, no la verdad, sino su verdad”, asegura.
Al contar con las cartas de la familia pude ver por dentro cómo era estar en la cárcel, cómo vivían estos hombres los juicios y cómo ellos no sabían lo que les estaba pasando
María Castro
Desmemoria institucional
El caso de Rueda sirve a María Castro para trazar un viaje por nuestra memoria o desmemoria institucional. En su libro se adentra en la maltratada capacidad de nuestro país para preservar la memoria sin sangrar o echar bilis. Su investigación además de sufrir las limitaciones de muchos archivos y la falta de recursos que hacen que la información se esté destruyendo poco a poco, se vio entorpecida por la pandemia y las restricciones.
Pero el paso del tiempo no sólo afecta a los documentos físicos que se han preservado y que contienen la información de la Guerra Civil y el franquismo: los testigos directos están desapareciendo. “Nosotros somos la generación bisagra, somos los últimos que todavía podemos recoger testimonios directos o indirectos cercanos a lo sucedido. Se están muriendo casi todos los testigos y nuestra obligación es recoger la mayor cantidad posible de testimonios antes de que desaparezcan los testigos”, asegura.
Un problema que afecta a las propias organizaciones de memoria histórica. “Hasta ahora lo que activaba, por ejemplo, la apertura de fosas, etcétera son los propios familiares, que esto es como están muriendo. Qué va a ocurrir a partir de ahora hay que cambiar la mentalidad para que no sean los familiares, sino que seamos todos, como sociedad, todos los interesados en que esto se active”, concluye.
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