La mañana del sábado 2 de marzo de 1974, hace 50 años, Salvador Puig Antich fue ejecutado por garrote vil en la sala de paquetería de la Cárcel Modelo de Barcelona. Miembro del denominado Movimiento Ibérico de Liberación (MIL), había sido condenado a muerte menos de dos meses antes por el asesinato del subinspector Francisco Anguas Barragán el 25 de septiembre de 1973, durante un enfrentamiento con la policía cuando iba a ser detenido. Pese a las peticiones de clemencia llegadas de todo el mundo, el régimen decidió cumplir aquella sentencia. Después del asesinato de Carrero Blanco, la dictadura no estaba para indultos.
Aquella ejecución, a la que se quiso quitar hierro político haciéndola coincidir con la de Heinz Chez, un ciudadano de la RDA que en 1972 había matado con una escopeta a un guardia civil en un camping de Tarragona, se convirtió en un símbolo para el antifranquismo e hizo de Puig Antich un mártir por las libertades. Ahora, medio siglo después, el escritor y periodista Manuel Calderón ha vuelto sobre el caso. Hijo de la inmigración llegado con sus padres a Cataluña desde Córdoba en 1970, Calderón era entonces un estudiante del instituto Torras i Bages de Hospitalet de Llobregat. Recuerda con tristeza las jornadas previas a la ejecución y la conmoción posterior. Pero si ha escrito Hasta el último aliento, premio Comillas de Historia, Biografía y Memorias 2024 de Tusquets, no ha sido por razones nostálgicas o para añadir nuevas orlas al mito.
Muy al contrario, Calderón ha querido desmontarlo para encontrar lo que hay detrás: un grupo militante residual formado por niños bien armados y politizados campando a sus anchas por la Barcelona del tardofranquismo. Un desafortunado lance en el que uno de ellos asesina a uno de los policías que pretendían detenerle. Un contexto político que propició una condena a muerte y su ejecución. Y una serie de víctimas silenciadas por el relato heroico creado a continuación. Entre ellos aquel policía, Francisco Anguas, sevillano de 24 años destinado en la Brigada Criminal de Barcelona y que encontró la muerte en acto de servicio a manos de un joven de su misma edad.
Pregunta.- Asegura que la parte política del caso Puig Antich no tiene demasiado interés. Que ni siquiera estaba seguro de querer escribir sobre ello. ¿Por qué se ha ocupado finalmente de ello?
Respuesta.- Yo tenía 16 años cuando sucedió, y siempre lo he recordado con sincera tristeza. Pero hubo algo que me incitó a escribir este libro, y es que aquello empezara a utilizarse para ajustar cuentas políticas actuales. Se ha utilizado a los muertos para asentar posiciones ideológicas. He descubierto verdaderas falsedades disfrazadas de memoria histórica. Por ello decidí volver a contar esta historia 50 años después lo más cercana posible a la verdad de los hechos. Y sacando a los personajes del papel que se les había otorgado, el joven revolucionario ajusticiado injustamente frente al policía del aparato represor de la dictadura. El caso Puig Antich y la historia del MIL ha estado llena de falsedades. Muchas veces la memoria sirve para expiar pecados propios y colectivos. Y en este caso ha habido una cierta mitificación para calmar la mala conciencia de cierta izquierda que no hizo nada por Puig Antich.
P.- ¿Cuáles han sido sus fuentes?
Todo está en el sumario. Es el relato del caso, su cuaderno de bitácora. Algunos dirán que fue falseado, pero incluso los miembros del MIL aceptan que lo que hay en él es básicamente lo que sucedió. He hablado con los testigos. Los que practicaban la lucha armada, los abogados y el auditor militar. Para mí también era muy importante recuperar la voz del policía asesinado, que quedó como alguien fallecido en un accidente laboral. Y no hubiera podido completar este libro sin contar con el testimonio de la viuda de Melquíades Flores, que perdió la vista en el primer atentado del MIL en el que hubo heridos.
"Nos destrozó la vida"
Fue el 2 de marzo de 1973, cuando el grupo de Puig Antich atracó una sucursal del Banco Hispano Americano en el popular distrito de Nou Barris de Barcelona. Melquíades Flores, jefe de contabilidad, recibió dos disparos de uno de los miembros del MIL, Jordi Solé. Un proyectil impactó en su cabeza y le dejó ciego de por vida. Manuel Calderón buscó su testimonio, pero llegó tarde: Flores murió en abril de 2023. Sí pudo hablar con su viuda, María Rodríguez, que le describió la triste existencia de la familia desde aquella mañana fatídica. Cuando Calderón le contó que había hablado con el hombre que disparó a su marido, ella le dijo: "Si alguna vez vuelve a hablar con él, dígale que nos destrozó la vida"
"Son víctimas a las que no se ha tenido en cuenta. Pero este hombre tenía 36 años, dos hijos muy pequeños cuando perdió el ojo. Entró de repente y para siempre en una vida a oscuras mientras otras personas eran objeto de mitificación. A mí esto me produce un cierto vacío y me da pena. Creo que la pena y la compasión hacia las personas son motores para poder hacer cosas como escribir este libro. Al estar delante de aquella mujer lo entendí. Se ha cultivado un resentimiento muy nocivo en torno a la memoria histórica, pero hay otras personas, como ella, que han sido víctimas y no muestran ni un ápice de rencor. Me encontré con personas tranquilas, calmadas. No pedían nada. Y a mí eso me impresionó".
P.- ¿Ha descubierto algo relevante estudiando el sumario?
R.- El sumario es, ante todo, el mayor relato que existe sobre el MIL gracias a las declaraciones de algunos de sus miembros. Había personas muy jóvenes, a las que detuvieron con 16 años, que lo contaron todo. Además, tenían un órgano llamado la CIA, Conspiración Internacional Anarquista, del que sacaron dos números, y que era absolutamente delirante. En el número 1 hacen una cronología de todas sus acciones con nombres, apellidos, armamento y botín. Eso permitió a la Policía filtrar inmediatamente ese relato a la prensa después del asesinato de Anguas.
Revolucionarios y clasistas
El MIL surge "en un momento en que Barcelona era una burbuja contracultural", explica Calderón. "Ellos son hijos de Mayo del 68, procedían en su mayoría de familias de la alta burguesía. Pertenecían a un entorno muy característico, el del catalanismo católico, educados en colegios muy avanzados pedagógicamente. Se habían criado en un ambiente muy libre por su extracción social y cultural, y eso yo creo que les daba una visión errónea de la realidad. Tenían incluso cierta actitud clasista, extraña en un grupo revolucionario. Y actuaban con mucha osadía, como si la policía no fuera a hacer su trabajo. Algunos miembros del MIL me lo han confesado, que eran muy jóvenes y no eran conscientes de lo que era llevar armas, aunque sí del poder que les daba llevarlas".
P.- "Yo me metí en esto porque no quería trabajar y quería vivir al día", le dijo Jordi Solé, el hombre que disparó a Melquíades Flores. ¿Había cierta frivolidad en esa forma de entender la revolución?
R.- Quisieron mantener conexiones con los líderes obreros, convencerles de que eran el brazo armado de los trabajadores, como las Brigadas Rojas en Italia. Pero hay documentos que demuestran que dichos líderes les consideraban unos aventureros, unos niños burgueses. Los movimientos equivalentes en Italia o Alemania tenían una base social, pero el MIL era un apéndice muy minoritario. Con sus golpes consiguieron mucho dinero, pero solo sirvió para mantener su burbuja de pisos, armas y publicaciones. De ese dinero no llegó nada a las organizaciones obreras. Todo ello fue causando un aislamiento y una distorsión de su visión de la sociedad. España era una dictadura, pero los jóvenes ya estaban descubriendo la libertad. El desarrollo económico hizo que los hijos de los trabajadores pudieran ir por primera vez a la universidad. Es un cambio que hay que tener muy en cuenta. Y ellos no supieron interpretarlo.
P.- ¿Queda alguna incógnita por resolver de la muerte de Anguas en el forcejeo con Puig Antich en el portal de Girona 70?
R.- Las hermanas de Puig Antich sostienen que hubo fuego amigo de los otros policías presentes. En 2007 el Tribunal Supremo rechazó su recurso, aunque con dos votos discrepantes. Sus propios compañeros dicen que Salvador mató al policía. Yo soy de la misma opinión. Comprendo que las hermanas quieran defenderle. He hablado con ellas y dicen que Salvador no era un hombre violento. Dedico unas páginas a analizar su personalidad, Se estaba tratando con un psiquiatra y tenía dudas, la vida del revolucionario no le satisfacía. Sus propias lecturas, que he detallado en el texto, no eran las propias de un militante. Era un joven que leía a Proust en francés, algo que sorprendía a sus compañeros. Pero mató a Anguas. Probablemente fue una reacción instintiva al sentirse acorralado, pero lo mató.
P.- ¿Cómo interpreta el empeño del franquismo en ejecutar la sentencia, desoyendo las peticiones que llegaban incluso del seno del régimen?
R.- La clave es el asesinato de Carrero el 20 de diciembre. El 5 de enero, Franco, que no solía hablar en la Pascua Militar, habló –"Hay que contribuir a la lucha contra el terrorismo reforzando las virtudes militares en servicio a la patria", dijo entonces el Caudillo–. Y la jerarquía militar interpretó lo que dijo. Aunque desde el punto de vista de la auditoría militar eso no alteraba nada, y la instrucción fue hecha por la jurisdicción ordinaria, tres días después el consejo de guerra condenó a muerte Puig Antich. Por otro lado, el 24 de febrero el arzobispo de Bilbao, Antonio Añoveros, pronunció esa homilía bomba en la que decía que había que reconocer los derechos, el idioma y la cultura del pueblo vasco. Lo hizo dos meses después de que ETA asesinara a Carrero. Eso provocó una crisis tremenda entre la Iglesia y el régimen. El Gobierno quiso expulsar de España a Añoveros y la Conferencia Episcopal amenazó con excomulgar a quien firmara esa decisión. Franco entendió que no podía tener un presidente excomulgado. También que no podía ceder por segunda vez en tan poco tiempo. Historiadores como Paul Preston o Santos Juliá reconocen que esto fue importante.
Una sucesión de desgracias y equivocaciones llevaron a Puig Antich al cadalso en el peor momento posible para su suerte. "Tanto él como sus abogados y sus hermanas fueron conscientes de ello. ETA me ha matado, les dijo Salvador. Y no hubo una movilización a su favor equiparable a la que tuvo lugar con el proceso de Burgos" en 1970, que favoreció que el Gobierno conmutara las penas de muerte contra seis etarras. El aventurerismo y el aislamiento del MIL respecto al resto de la izquierda le pasó factura. Chivo expiatorio de las circunstancias, Puig Antich fue ejecutado por garrote vil, un método bárbaro que no volvió a utilizarse. Una "decisión administrativa, es decir, política" que, esa sí, nadie sabe quién tomó.
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