La raza equina más antigua de Europa, y la única que sigue viviendo en libertad de forma salvaje, es española. Concretamente de Doñana, donde a día de hoy continúa viviendo. Pero hace siglos los conquistadores españoles se llevaron algunos ejemplares a América, y allí se extendieron rápidamente de norte a sur del continente. En EEUU los sucesores de los caballos españoles son a día de hoy todo un icono. Y en España un grupo de ganaderos está tratando de dar marcha atrás en el tiempo para encontrar el linaje original.

El caballo originario de Doñana era más bien bajito y de un marrón muy oscuro, que casi rozaba el negro. Pero estaba bastante alejado de la elegancia del pura raza española. A cambio, era un animal muy fuerte y resistente, que aguantaba todo tipo de condiciones y se alimentaba de lo que había. Por eso de adaptó tan bien a América cuando llegó. Aunque lo cierto es que no estaba en los planes iniciales que esta raza fuera enviada al Nuevo Mundo.

"¿Tú conoces la picaresca andaluza, no?", bromea Antonio Márquez, que en 2020 estrenó un documental en el que narraba esta historia: Mesteño el caballo de las marismas que conquistó América. Según relata, lo que sucedió fue que los conquistadores españoles se dieron cuenta de que los caballos les facilitarían la vida al otro lado del charco, pero en América estos animales estaban extinguidos desde el pleistoceno. Por eso decidieron mandar algunos desde España. La idea era enviar una raza de caballos con buena planta, estéticamente bonita y, por lo tanto, cara. Pero en el último momento los comerciantes dieron el 'cambiazo'. Y mandaron en su lugar al caballo de Doñana, que era mucho más barato.

"Por suerte estos caballos habían vivido siempre en el campo y aguantaron muy bien el viaje, que era muy duro. Y cuando llegaron a América se adaptaron muy rápido, porque estaban acostumbrados a pasar hambre, a todo tipo de climatología e incluso a transitar por el campo con el agua a la altura de su cintura", resume Márquez. Algunos ejemplares se acabaron escapando de sus dueños. Y se aprobaron leyes que, en ocasiones, obligaron a los propietarios a deshacerse de ellos. Así que muchos quedaron en libertad y formaron auténticas manadas, que se expandieron por todo el continente.

En California llegó a haber tantos que cuando quisieron crear una bandera para representar al estado, ya en el siglo XX, pensaron en ponerle un caballo. Aunque finalmente acabaron decantándose por un oso grizzly. Sin embargo, el éxito del caballo español en tierras americanas no puede entenderse sin los indios, que no tardaron en comprobar que con ellos era más fácil cazar búfalos y comenzaron a robarlos. En ese punto Santa Fe (la capital del estado de Nuevo México) se convirtió en un punto de distribución clave. Allí dos esclavos se cambiaban por un caballo.

Con el tiempo la raza española acabó mezclándose con la alemana, más robusta, y con la inglesa, más alta y esbelta. Y de esa mezcla acabó surgiendo el famoso mustang americano, que conserva, eso sí, la misma genética que sus antepasados españoles. De hecho, su nombre proviene de la palabra española 'mesteño', que era como se nombraba en nuestro país a aquellos caballos sin dueño que pertenecían a la comunidad.

Las vastas llanuras estadounidenses se convirtieron en su hogar. Y para finales del siglo XVII había cinco millones de mustangs en libertad. Luego, con la industrialización, su importancia fue disminuyendo paulatinamente. Hasta que llegó el siglo XX, cuando se produjo un auténtico "exterminio" de estos animales, que se usaban para crear pienso destinado a gatos, perros y pollos. A finales de la década de 1960 tan sólo quedaban unos 17.000 ejemplares. Pero en ese momento el gobierno estadounidense reaccionó y aprobó una ley para protegerlos.

En la actualidad el animal se ha convertido en todo un icono del país americano. Allí es muy querido, y se le relaciona mucho con la libertad y la vida salvaje. Quizás por eso Ford quiso ponerle el nombre de mustang a su gama de automóviles deportivos. "En EEUU tienen un gran sistema de protección para que esta raza no se pierda, y hay muchas asociaciones trabajando también para ello. Han intentado mantenerlos tal y cómo les llegaron desde España. Nosotros fuimos a las montañas de Oregón, y nos costó mucho trabajo poder grabar a los que están en libertad, porque en cuanto te ven se alejan. Pero cada cuatro años el tamaño de la manada se duplica, y ponen algunos a la venta. Se pueden comprar por 125 dólares", explica Márquez.

El documental del realizador andaluz recalca la importancia de Doñana como la "cantera ganadera del Nuevo Mundo", porque desde allí también se enviaron a América vacas mostrencas y borregos marismeños. E incluso los cowboys norteamericanos beben de los jinetes andaluces. En el vídeo los estadounidenses entrevistados por Márquez no rehúyen la historia, y se muestran orgullosos de que unos caballos españoles les ayudaran a sembrar sus cosechas y librar unas batallas que acabaron dando forma a su país.

Las dos razas españolas

En todo ese tiempo en nuestro país el caballo de Doñana también vivió cambios importantes. Y es que se ha divido en dos razas. La primera es el caballo marismeño, que pertenece a los ganaderos de la zona y se ha utilizado históricamente para tareas agrícolas, pero que se cruzó con otras razas para darle más fuerza y estatura. Y la segunda es el caballo de las Retuertas, que vive en las profundidades de la reserva biológica de Doñana, en una zona aislada y lejos del contacto humano. Es por lo tanto, más pura, y el CSIC se encarga de gestionarla. En el momento de grabar el reportaje de Márquez de la primera raza había unos 3.000 ejemplares. De la segunda se estima que hay cerca de 200.

"Los ganaderos se adelantaron y registraron oficialmente su raza. Y luego el CSIC hizo lo mismo. Genéticamente son el mismo caballo, pero lo que está pasando ahora es que los ganaderos quieren revertir la mezcla para volver a tener un caballo más parecido al primitivo. Así que están cruzando al caballo marismeño con el caballo de las retuertas", asegura Márquez.  

Históricamente los caballos de Doñana vivían en la reserva en invierno, y en verano eran transportando a dehesas cercanas para que pudieran pastar. Esa costumbre, con más de 1.000 años de antigüedad, fue el origen de lo que se conoce ahora como 'la saca y la recogida de las yeguas'. Cada 26 de junio los ganaderos agrupan a sus caballos marismeños, que son bendecidos, y los ponen a punto cortándoles las crines y las colas y desparasitándolos.

Luego son conducidos a una feria de ganado, donde se ponen a la venta. Los ganaderos se ven obligados a hacerlo porque el número de caballos que pueden vivir en Doñana está limitado por ley. Aunque muchas veces se acaban pagando precios irrisorios por estos animales, que no les resultan nada rentables. La mayoría de los compradores suelen ser gallegos o asturianos, y los adquieren para sacrificarlos y convertirlos en carne, según detalla Márquez, que lamenta el contraste entre la protección de la que gozan en EEUU y su situación en España.