Descansando en una modesta cuna de madera, un recién nacido observa curioso todo lo que se encuentra a su alrededor. A su lado, su joven madre reza en agradecimiento por la vida que ha salido de su interior. Los espectadores son tres: una mula, un buey y el padre adoptivo, pero pronto serán más, pues tres adultos desconocidos siguen el rastro de una estrella para dar la bienvenida al neonato con regalos de oro, incienso y mirra. Es una estampa estática, en miniatura y efímera: el tradicional belén de Navidad no estará montado más de un mes.
Es innegable el lugar que el belenismo ocupa entre las tradiciones navideñas, digno de situarse junto a otras más globalizadas, como puede ser decorar un árbol interior con adornos navideños o escuchar villancicos para acompañar las actividades festivas. Los aficionados aprovechan para, cada año, incluir una o varias figuritas adicionales a sus maquetas, ya sean pastorcillos, edificios o ínfimos objetos decorativos. Pero, ¿de dónde procede esta tradición?
Los belenes vivientes del siglo V
Para contar la historia del belén, debemos remontarnos al siglo V después de Cristo cuando, tras un viaje a la Tierra Santa, el papa Sixto III trajo a Roma fragmentos que aseguraba habían formado parte de la Santa Cuna en la ciudad palestina de Belén. Estos se expusieron en la iglesia de Santa Maria ad Praesepe (ahora conocida como la Basílica de Santa María la Mayor) y el papa comenzó a realizar representaciones con las que interpretar el nacimiento del hijo de Dios.
Si bien esto está considerado como la piedra inicial en la historia de la tradición belenística, a principios del siglo II ya habían aparecido las primeras representaciones pictóricas del episodio del Nacimiento en las catacumbas de Priscila en la Vía Salaria de Roma, que mostraban a la Virgen María estrechando entre sus brazos al pequeño Niño Jesús.
Sin embargo, todas estas representaciones eclesiásticas se encontraban muy alejadas del modelo costumbrista de hoy en día. En el año 320 se adoptó que el día 25 de diciembre sería la fecha oficial del nacimiento de Cristo, para coincidir con la festividad romana del Sol Invictus que conmemoraba el solsticio de invierno. Cuatro siglos más tarde, tanto el nacimiento como la resurrección de Jesús empezaron a representarse en las plazas públicas de la Ciudad Eterna, adquiriendo una gran popularidad pese a ser criticadas por el papa Inocencio III.
El belén napolitano: de símbolo eclesiástico a tradición popular
El germen de los belenes contemporáneos empezó a gestarse siglos después gracias a San Francisco de Asís. En 1223, el santo se trasladó a Greccio (en la región italiana de Lacio) tras un viaje a Belén y, con la autorización del papa Honorio III, montó el primer belén en una cueva cercana a la ermita de la ciudad, pero con una peculiaridad: no había ni figuritas ni personas. Sólo un pesebre, un buey y una mula reales con los que acompañar esta atípica misa de Nochebuena.
La semilla de la tradición se había plantado. A partir del siglo XVI, san Cayetano de Thiene popularizó el montaje de belenes en las iglesias italianas durante las fechas cercanas a la Navidad, con figuras, ahora sí, de terracota, cartón piedra y madera, que escondían en su interior un mecanismo de alambre con el que mover sus articulaciones.
Durante el Barroco, los hogares más humildes empezaron a imitar a los señores en esta tradición con la que dar muestra de su fe. Nacieron así los belenes napolitanos que, durante el siglo XVIII, adquirieron una inmensa popularidad al salirse del modelo establecido de Niño Jesús, Virgen María y los tres Reyes Magos, para ampliar el horizonte e incluir a pastorcillos, pueblecitos cercanos o incluso personajes populares que, por entonces, habitaban la ciudad. Así, la tradición pasó de ser eclesiástica a aristocrática para, finalmente, ser popular. Fue entonces cuando llegó a España.
Tradición belenística en España
Apasionado de los belenes, Carlos III fue el monarca que introdujo la tradición belenística en España. Junto a su esposa, María Amalia de Sajonia, el que fue también rey de Nápoles (bajo el nombre de Carlos VII) construyó en el palacio del Buen Retiro una sala conocida como Belén del Príncipe, para montar un típico belén napolitano que representara las costumbres y vestimentas locales de la época.
La sala no tardó en trasladarse al lugar que, todavía a día de hoy, es su hogar: el Palacio Real de Madrid. Este belén monárquico se abre al público durante un mes entre diciembre y enero, con alguna particularidad que lo hace único cada año. Este 2024, por ejemplo, el belén conmemora el 300 aniversario de la inauguración del Palacio Real de La Granja de San Ildefonso, incorporando elementos emblemáticos de este Real Sitio, como la fuente de Los Baños de Diana o el laberinto que trazó el arquitecto francés Dezallier d’Argenville para sus jardines.
La tradición estaba ya implantada por completo en todos los hogares españoles. A mediados del siglo XIX empezaron a fabricarse en masa figuras de belén en fábricas andaluzas y catalanas. Producidas en barro y pintadas con colores muy vivos, aquellas figuritas podían comprarse en tiendas religiosas o en los típicos mercadillos navideños que ya empezaban a aflorar por toda Europa.
Ahora, casi 20 siglos después de la primera piedra con la que se construyó esta tradición, el belén navideño está más vivo que nunca, adaptándose a las nuevas costumbres y lugares en dónde representarse, necesitando de un espacio cada vez más grande para llevarse a cabo. Al final, todos quieren presenciar el nacimiento del Salvador.
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