En esta época de retórica decolonial, en la que cualquier atisbo de orgullo patriótico es juzgado con severidad, celebrar a los descubridores es visto como una extravagancia reaccionaria. La misma palabra, descubridor, ha sido puesta en solfa: ¿quién descubrió a quién? Hoy, la Exposición Universal de Sevilla que Álex de la Iglesia acaba de satirizar con su habitual talento en la serie 1992 sería imposible. Y probablemente la Expo de Lisboa que en 1998 conmemoró el primer viaje a la India de Vasco da Gama, también.
Pero la historia está ahí, y la llegada a Calicut del navegante de Sines, fallecido hoy hace 500 años, revolucionó las relaciones comerciales y culturales entre Europa y Asia y creó uno de los principales antecedentes de la globalización. Primer europeo en llegar a la India por vía marítima directa después de franquear el cabo de Buena Esperanza, Vasco de Gama contribuyó a ampliar los límites de Occidente. Los logros de la navegación portuguesa, junto al extraordinario proyecto americano de la corona de Castilla, dieron el pistoletazo de salida a la expansión global europea.
A finales del siglo XV, Portugal se había consolidado como una potencia naval de primer orden gracias a su posición geográfica y a la visión de estadistas como el infante Don Enrique el Navegante (1394-21460) o el rey Juan II (1455-1495). Su apoyo de las nuevas rutas, las innovaciones cartográficas y el fomento de las relaciones con puertos del África occidental hicieron del pequeño reino peninsular un actor clave en la pugna por el control de las rutas comerciales y el acceso a las especias y propició un periodo de exploración y conquista sin precedentes. Exploradores como Bartolomeu Dias ya habían abierto el camino al doblar el Cabo de Buena Esperanza en 1488, demostrando que era posible alcanzar el Océano Índico por mar. El sueño de establecer una ruta directa hacia la India aún estaba por cumplirse, pero no tardaría en llegar. Apenas diez años, de la mano de un joven e intrépido marino.
Joven pero sobradamente preparado
Vasco da Gama nació en torno a 1469 en la villa marinera de Sines, de la que su padre Estêvão era gobernador. Su familia, vinculada a las órdenes militares de Santiago y de Cristo, facilitó su acceso a la élite de la navegación portuguesa. Ya bajo el reinado de Juan II demostró su capacidad de liderazgo de arriesgadas misiones navales, interceptando barcos franceses en la costa africana que Portugal aspiraba a controlar. La combinación de experiencia y juventud le convirtieron en la persona ideal para liderar la expedición hacia la India que había diseñado minuciosamente Juan II y que finalmente promovió su hijo y sucesor, Manuel I.
En julio de 1497, Vasco da Gama partió de la costa de Lisboa –en el área aproximada que hoy se corresponde con el frente marino del Monasterio de los Jerónimos y donde se encuentra el Monumento a los Descubrimentos de Belem–, al mando de cuatro navíos, las naos São Gabriel y São Rafael, la carabela Bérrio y un barco de suministros. La travesía incluyó técnicas avanzadas de navegación, como la volta do mar, que consistía en apartarse de la costa y desviarse hacia el Atlántico para aprovechar vientos favorables antes de dirigirse hacia el sur. Después de doblar el Cabo de Buena Esperanza en noviembre de 1497, la flota exploró la costa oriental africana, estableciendo contactos en Mozambique y Melinde.
Con la ayuda de un piloto local, alcanzaron Calicut (actual Kozhikode), un importante puerto comercial en la costa suroeste de la India, el 20 mayo de 1498. Vasco da Gama entabló negociaciones con el zamorín, el gobernante local. Pero la cordialidad inicial se vio enturbiada por la hostilidad de los comerciantes árabes que controlaban las rutas locales y el desinterés por las mercancías que traían los europeos.
Pese a todo, la expedición regresó a Portugal con un importante cargamento de especias. El camino de vuelta fue penoso, y buena parte de la tripulación pereció a causa de enfermedades como el escorbuto. Vasco de Gama arribó a Lisboa en julio de 1499, dos años después de su partida, con solo 55 de los 170 hombres que se habían enrolado inicialmente. Pese a las adversidades, el valor de las mercancías obtenidas multiplicaba por 60 el coste de la empresa. Era la prueba evidente de que la ruta marítima hacia la India era viable y lucrativa. Este éxito marcó el inicio del dominio portugués en el comercio de especias.
El declive de Venecia, daño colateral
El descubrimiento de la ruta directa hacia la India y el dominio del comercio de especias por parte de Portugal tuvo graves y profundas consecuencias para potencias mediterráneas como Génova y, sobre todo, Venecia. La Serenísima República había sido hasta entonces la reina de las transacciones con Oriente a través del Mediterráneo y de las caravanas terrestres de intermediarios árabes y otomanos. El abaratamiento de costes de la importación de especias como el clavo y la canela que propició la ruta portuguesa hundió la competitividad de las mercancías de Venecia, que se vio obligada a diversificar su economía y apostar por manufacturas como los textiles y el vidrio. Un reciclaje que no pudo evitar el desplazamiento del eje del poder del Mediterráneo hacia el Atlántico, con nuevos actores como Portugal, España, Inglaterra y los Países Bajos, y la consiguiente (y hermosísima) decadencia de Venecia.
Un año después de la primera expedición de Vasco da Gama, Manuel I organizó una segunda expedición, esta vez mucho más numerosa, a cargo de Pedro Álvares Cabral. Se trataba de consolidar las posiciones portuguesas en la región y explorar nuevas rutas. Partieron 13 barcos y unos 1.200 hombres. Los vientos desviaron la expedición hasta Brasil, donde Cabral tomó posesión de los territorios en nombre de la corona y en virtud del Tratado de Tordesillas de 1494, que bajo consentimiento papal permitió el reparto del orbe entre Castilla y Portugal. Después, Cabral y los suyos retomaron el derrotero inicial y lograron llegar a Calicut, donde encontraron más hostilidad de la esperada. En respuesta al ataque contra la factoría portuguesa en la costa india, su comandante ordenó el bombardeo del puerto. Portugal adoptó desde entonces una forma de conquista más agresiva. Decidió militarizar su incursión en la India.
Vasco, virrey de la India
Ese fue el espíritu de la segunda expedición que capitaneó Vasco da Gama en 1502. Su objetivo era consolidar el control portugués sobre las rutas comerciales y establecer puertos en la costa india. Este viaje estuvo marcado por enfrentamientos violentos con comerciantes árabes y locales. Se construyeron enclaves fortificados en puertos como Cochín y Cananor para proteger los intereses portugueses. En 1505, Francisco de Almeida fue nombrado primer virrey de la India portuguesa. Su mandato consolidó la presencia estable de Portugal en la región, pero los enfrentamientos con las potencias locales y rivales europeos como los otomanos y los mamelucos no cesaron.
Para tratar de poner orden de una vez por todas, en 1524 el joven rey Juan III, que había accedido al trono tres años antes con apenas 19 años, decidió nombrar a Vasco da Gama virrey de la India para reforzar el dominio portugués. La apuesta por el héroe que dos decenios atrás había sembrado la semilla de la prosperidad portuguesa parecía segura. Sin embargo, su gestión fue breve: falleció en Cochín el 24 de diciembre de ese mismo año después de contraer la malaria. Sus restos fueron trasladados a Portugal en 1539 y con el tiempo fueron sepultados en el Monasterio de los Jerónimos de Belem, en Lisboa, mausoleo real y símbolo de los triunfos marítimos de Portugal.
Portugal, potencia marítima
El hombre murió, pero el héroe y su legado perduraron. La apertura de una ruta marítima directa entre Europa y Asia tuvo consecuencias profundas. Portugal aseguró el control de los lucrativos mercados de especias y dio lugar a una temprana globalización. La influencia de Vasco da Gama también se extendió a lo geopolítico. Portugal se consolidó como una potencia marítima y estableció enclaves estratégicos en Goa, Malaca y Macao, que sirvieron como puntos clave para su imperio comercial.
A lo largo de los siglos, la figura de Vasco da Gama ha sido inmortalizada en la literatura, el arte y la arquitectura. En Los Lusiadas (1572), la gran obra literaria en portugués, Luís de Camões celebra sus hazañas como parte del esplendor nacional. Monumentos como el Monasterio de los Jerónimos y el Monumento a los Descubrimentos en Lisboa son testigos tangibles de su impacto. También el enorme puente colgante inaugurado para la Expo 98 que cruza el Tajo y lleva su nombre. Justos reconocimientos hacia una figura central en la historia de la exploración y el comercio mundiales. Sus viajes no solo abrieron nuevas rutas marítimas, sino que también inauguraron una era de interconexión global que dio forma al mundo moderno.
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