La mañana del 9 de enero de 1875, hace 150 años, atracó en el puerto de Barcelona el buque Navas de Tolosa, un vapor de la Armada española que había partido del puerto francés de Tolón cuatro días antes. Traía a bordo a Alfonso de Borbón, el hijo de Isabel II que en septiembre de 1868, con solo once años, había marchado al exilio con su madre, depuesta tras el triunfo de la Revolución Gloriosa. Algo más de seis años después, tras los muchos avatares que había atravesado el país –el breve reinado de Amadeo, la problemática Primera República–, Alfonso XII era recibido en loor de multitud en la capital industrial del país. Un rey deseado que, al contrario del que mereció ese sobrenombre tras la guerra de Independencia, su abuelo el felón Fernando VII, cumplió las expectativas sembradas. Fue el rey liberal que prometieron él y su mentor, Antonio Cánovas del Castillo, y no decepcionó al pueblo que le aclamó en su retorno a España.

Según las crónicas de la época, desde primera hora de aquel 9 de enero una multitud entusiasta se agolpaba en la dársena del puerto viejo de la Ciudad Condal, engalanada con banderas y arcos triunfales para recibir al joven monarca de 17 años. Su llegada representaba la culminación de la restauración de la monarquía y el comienzo de un régimen que, no exento de problemas, se prolongará durante casi cincuenta años bajo su breve reinado de apenas un decenio –falleció en 1885 en El Pardo aquejado de tuberculosis– y el más largo de su hijo, el controvertido Alfonso XIII.

Alfonso XII retratado por Carlos Ruiz de Ribera el año de su proclamación. | Colección Banco de España

El pronunciamiento de Sagunto, como fruta madura

El 29 de diciembre de 1874, en un campo de olivos de Sagunto, el general Arsenio Martínez Campos había proclamado rey de España al príncipe Alfonso de Borbón. No fue el fruto de una poderosa conspiración militar acaudillada por un espadón prestigioso. Al contrario, Martínez Campos carecía del ascendiente de otros compañeros de armas y no estaba al frente de una fuerza relevante. Pero su gesto fue recibido con entusiasmo por las guarniciones locales y se extendió por el resto de regiones del país.

Para entonces, la Primera República estaba muy debilitada. El presidente Serrano carecía de respaldo para oponerse al movimiento restauracionista, lo que facilitó el cambio de régimen. La república agonizaba por las divisiones internas y las insurrecciones cantonales. Desde 1872, la tercera guerra carlista enfrentaba una vez más a los liberales y constitucionalistas (que apoyaban a Alfonso XII) contra los absolutistas que respaldaban a Carlos VII, el pretendiente legitimista. Cuando Alfonso llegó a Barcelona, las fuerzas carlistas todavía controlaban buena parte de Cataluña, el País Vasco y Navarra.

Alfonso XII, un proyecto de Cánovas

El pronunciamiento de Martínez Campos fue una relativa y desagradable sorpresa para el hombre que venía sembrando pacientemente para lograr la restauración de la monarquía casi desde el mismo momento en que triunfó la Gloriosa. Antonio Cánovas del Castillo, político liberal conservador e ideólogo del retorno de los Borbones, no quería construir el nuevo régimen sobre la base de un pronunciamiento militar. Él apostaba por un proceso legalista y ordenado, de la ley a la ley, y no por otra asonada que perpetuara la cultura de la intervención castrense en la vida política nacional. Pero la debilidad de la república y la adhesión natural del ejército y la sociedad a la proclamación de Sagunto hicieron que Cánovas aceptara los hechos consumados y consintiera que Alfonso, la criatura que venía moldeando desde hacía años, viajara a España a tomar posesión de la corona.

Cánovas había trabajado arduamente dentro y fuera del país para llevar a buen término la restauración dinástica. En la escena política doméstica a través del Partido Liberal-Conservador, y codo codo con la corona que guardaba exilio en París. Isabel y su hijo se instalaron en el palacio Basilewski de la capital francesa, luego rebautizado como Palacio de Castilla –el rey consorte, Francisco de Asís, se retiró a su propio exilio personal en el castillo de Epinay-sur-Meuse con su amigo entrañable Antonio Ramos Reneses, separándose definitivamente de su esposa–. El 25 de junio de 1870, persuadida por sus partidarios, Isabel II renunció a sus derechos y abdicó en su único hijo varón en una solemne ceremonia celebrada en el Palacio de Castilla.

Cánovas se volcó desde entonces en la educación de Alfonso como un rey liberal, moderno y de consenso, que fuera capaz de poner de acuerdo a todas las facciones políticas del país mediante la implantación de una monarquía parlamentaria. Para ello, el político contaba con el respaldo de buena parte de la clase política española, de la burguesía industrial deseosa de la estabilidad que facilitara el florecimiento de sus negocios y, por supuesto, de la mayoría del ejército.

Un cadete liberal en Sandhurst

Un hito clave en la estrategia de Cánovas fue la redacción del conocido como Manifiesto de Sandhurst, firmado por Alfonso el 1 de diciembre de 1874 en la academia británica donde recibía formación militar como respuesta a las felicitaciones por su 17 cumpleaños. En aquel documento dirigido al pueblo español, redactado por Cánovas y negociado con Isabel II y sus seguidores, el príncipe se presentó dispuesto a gobernar bajo los principios de un régimen constitucional, respetando las libertades y buscando la reconciliación nacional.

El manifiesto fue ampliamente difundido dentro y fuera de España como parte de la labor de proselitismo del partido alfonsino para allanar el camino hacia la restauración. La estrategia de Cánovas se vio acelerada por el pronunciamiento de Sagunto, pero el trabajo previo del prócer por excelencia del régimen por venir fue clave para que la llegada de Alfonso no fuera vista como la consecuencia estricta y directa de aquel golpe sino como un nuevo comienzo integrador para España.

El 30 de diciembre, menos de un mes después de la operación manifiesto, el joven príncipe recibía la noticia de los hechos de Sagunto en el Palacio de Castilla, donde se encontraba pasando las vacaciones navideñas. Inmediatamente, tras intercambiar comunicaciones con Cánovas, comenzaron los preparativos para el regreso de Alfonso a España.

Un recibimiento por todo lo alto

El recibimiento iba a ser la primera gran prueba de su capacidad para ganarse el apoyo del pueblo y de las fuerzas vivas que habían avalado su retorno. De su éxito, y de la oportuna difusión del mismo en la prensa nacional, dependía que aquella restauración empezara con buen pie y pasara a escribirse con mayúscula inicial para dar nombre a un régimen de medio siglo.

Tras descender del Navas de Tolosa aquella mañana de enero de hace 150 años, el rey fue recibido por las principales autoridades locales y militares y comenzó un recorrido por las calles más emblemáticas de Barcelona engalanadas para la ocasión. Al paso de la comitiva real las bandas de música de la ciudad tocaban marchas e himnos patrióticos y la gente aclamaba al nuevo monarca. También se acuñaron medallas conmemorativas del feliz acontecimiento. "El recibimiento que me ha hecho Barcelona excede mis esperanzas y excedería tus deseos", escribió posteriormente Alfonso a su madre.

En la recepción del Ayuntamiento de Barcelona, Alfonso pronunció un discurso breve pero simbólico, en el que reiteró su compromiso con la estabilidad del país y la reconciliación nacional. Agradeció el apoyo del pueblo catalán y, en general, de toda la nación, y subrayó que su objetivo era la consolidación de un régimen constitucional de paz y orden, lejos de los conflictos que habían marcado la historia reciente del país. También se comprometió a gobernar con justicia y sin distinción entre regiones, buscando la armonía entre todos los españoles, independientemente de su ideología o procedencia. En cada palabra que pronunciaba, el joven Borbón cumplía escrupulosamente con el plan establecido por Cánovas y los suyos.

"A las mujeres les agradó mucho"

Alfonso XII emprendió su viaje hacia Madrid y en el trayecto siguió cosechando las manifestaciones de afecto y esperanza del pueblo. Acompañado de una comitiva de autoridades y tropas, el rey recorrió la carretera real que unía la Ciudad Condal con la capital de España, haciendo de cada parada en pueblos y ciudades, convenientemente engalanadas para la ocasión, un acto de legitimación.

El 11 de enero, se le brindó un recibimiento apoteósico en Zaragoza, donde reiteró su mensaje de unidad nacional y compromiso constitucional. Las celebraciones se repitieron en lugares como Guadalajara y Alcalá de Henares, parada simbólica en la cuna de Cervantes.

Finalmente, el 14 de enero de 1875, Alfonso XII hizo su entrada triunfal en Madrid. Lo describe brevemente Galdós en Cánovas, el último de sus Episodios Nacionales: "Entró el Rey a caballo. Vestía traje militar de campaña, y ros en mano", el tocado militar característico de la época, "saludaba a la multitud. Su semblante juvenil, su sonrisa graciosa y su aire modesto le captaron la simpatía del público. En general, a los hombres les pareció bien; a las mujeres les agradó mucho. Al subir don Alfonso por la calle de Alcalá, el palmoteo y los vivas arreciaron, y en los balcones aleteaban los pañuelos de un modo formidable".

'La vuelta a la patria el día 9 de enero de 1875', pintura de Antonio Caula que representa la entrada del vapor Navas de Tolosa en el puerto de Barcelona. | Museo Nacional del Prado

El rey fue aclamado en el Palacio Real, donde fue recibido por las autoridades y el cuerpo diplomático. Se organizaron banquetes y desfiles militares para celebrar el retorno de la monarquía. En los días siguientes, Alfonso XII fue al Congreso y participó en ceremonias religiosas. Una y otra vez se comprometió a gobernar constitucionalmente y a respetar los derechos del pueblo. Poco más de un año después, la última carlista había terminado –con participación directa y valerosa del propio rey–. En 1876 se promulgó la nueva constitución, que estaría vigente hasta el golpe de Primo de Rivera de 1923. Comenzaba la obra –y el mito– de la Restauración.