Levanta la baldosa.
Mastica la tierra.
Lee el mar.
Mira
hasta que arda.

Vivimos el fin de la paciencia. Inmersos en un mundo vertiginoso, donde nos movemos por las redes virtuales casi sin consistencia, en las que la “inmediatez, la velocidad y la fluidez nos impiden contar con puntos de asentamiento”. Es el mundo de lo efímero donde cada vez es más difícil pulsar el botón de pausa y detenerse sin más.

Esta reflexión es la que ha llevado a Viviana Paletta (Buenos Aires, 1967) a sus Arquitecturas fugaces (Colección EME —Escritura de Mujeres en Español—, La Palma, 2018). “Vivimos en un mundo en el que lo que habitamos y nos habita se desmigaja, se desintegra sin apenas tener noción de ello”, afirma la autora, que busca con sus poemas “poderse detener, aunque más no sea que un instante, para reconocer y asimilar el tránsito”.

Porque Arquitecturas fugaces es un canto a la existencia, en el sentido de la experiencia particular “sentida en profundidad, desmenuzada, asimilada antes de que se evapore. Para que lo efímero no se oponga a lo que cala en el ser y lo transforma, le deje huella, permanezca”, como dice la propia autora.

Lleva a una niña.
Sueña llevar a una niña
de la mano a chapotear
por los charcos en flor.

'Arquitecturas fugaces'

La “aparición de una niña que entra en los poemas como en una casa encantada”, como dice el poeta Óscar Pirot, es otra de las tónicas de Arquitecturas fugaces, donde se mezclan memoria, infancia, tiempo, lenguaje, ciudad y muerte.

Los poemas se suceden en la nueva obra de Paletta con la “arquitectura” como único hilo conductor. “La capacidad del ser humano de erigir, de crear, de sostener haciendo frente a la vorágine de inestabilidad y disolución que nos arrastra”, explica la poeta.

La obra anterior de Paletta fue Las naciones hechizadas —un poemario sobre la guerra, bajo todas sus formas, en distintos escenarios y con diferentes voces, en especial la de sus víctimas—, en la que subyace un gran trabajo de documentación. En cambio, este libro lo construyó justamente al contrario: “Evité cualquier tipo de intermediación para enfrentarme solamente al lenguaje, para depurar la experiencia, y como la he vivido yo, de lo transitorio y de la pérdida”.

Son poemas cortos, donde según observa la poeta Nuria Ruiz de Viñaspre, “también la arquitectura del verso es lógica, la disposición en el encuadre de la página tiene su porqué. Todo tiene su porqué en esta casa del lenguaje, ya que tras los versos viviánicos hay un gran análisis textual con mucha penetración mental de los signos, los símbolos, de los códigos”.

El verano se aparece como la época perfecta para disfrutar de estos versos, que requieren de la calma cada vez más difícil de encontrar antes de abrir un libro. O quizás, quien no lo espera lo consiga abriéndolo.