Son dos almas desgarradas que se curan en la mesa, sobre el mantel de lino y al calor de un fuego lento que brota y sana. Lo hace a base sabores, olores y texturas, mediante mensajes de amor cruzados con la delicadeza de un manjar y el cariño de un buen guiso. Mantenido al secreto de una vieja receta capaz de unir a amantes situados en mundos lejanos, el salón del duque y el refugio subterráneo de la cocinera.
Miradas y paladares que se encuentran cada día y se consuelan en una España herida por intrigas, ambiciones y venganzas en la corte del Rey. Un juego entre condimentos y miradas en la sofisticada corte de Felipe V a comienzos del siglo XVIII, en el que se desarrolla la historia de don Diego, el Duque de Castamar, viudo y triste desde hace diez años, y su cocinera, Clara Belmonte, huérfana tras la guerra de Sucesión que le arrebató a su padre y la sumió en la agorafobia. Temor a los espacios abiertos que sólo se diluye entre las cuatro paredes de su cocina y de la que sólo el amor la liberará.
La cocinera de Castamar, una de las principales apuestas de Planeta para este año, muestra una gran historia de amor en una corte necesitada de él, sumida en vanidades y envidias, y corazones rotos. En la obra de Fernando J. Muñez aparecen un crisol de personajes con los que dibuja la España de 1.720, el Madrid de Felipe V, con la gastronomía como eje vertebrador.
Es la historia de dos almas desgarradas que se curan entre plastos y recetas en una corte sumida en envidias, venganzas y luchas de poder
La primera novela publicada de Múñez, se desarrolla en la España decaída y con una corte dispuesta a todo para conservar sus privilegios ante la llegada de los Borbón. A lo largo de sus 760 páginas describe la relación entre un duque y una cocinera en un periodo en el que los privilegios de clase empiezan a resquebrajarse a la misma velocidad que la ilustración se abre camino en un mundo anquilosado. Un tiempo en el que la mujer deja de callar ante el patriarcado y los esclavos de obedecer.
Lances de espada y alcoba
Es ahí donde se sitúa el cruce de amores secretos e imposibles, que se relatan en La cocinera de Castamar y sobre el que gira la gran historia de Clara Belmonte y Diego de Castamar. Una novela entre “lances de espada y lances de alcoba” que a través de la gastronomía, de la cocina y de regalos en forma de recetarios entre amantes cuenta la relación de un duque destrozado por la muerte de su mujer a manos de Enrique de Arcona, enamorado de ella y dispuesto a todo para acabar con el duque, y su cocinera.
La tristeza del duque, su disposición a enfrentarse a convenciones sociales, a no creer en habladurías se cruzan con Clara, la cocinera culta que sabía leer latín y era políglota pero que tras la muerte de su padre en la guerra lo perdió todo por las leyes de mecenazgo que la arrinconaron en la miseria junto a su madre. Las brillantes manos para la cocina salvan a los dos en una suerte de cruce epistolar plato a plato.
“La gastronomía funciona muy bien en la historia que quiero contar, cumple un objetivo funcional. Se trata de un lenguaje por el que ambos se comunican, Clara y el señor de la casa, don Diego. Es un lenguaje casi codificado entre ellos, oculto, en aromas, sabores y que permite mantener el fuego vivo”, asegura Fernando J. Muñez. Señala que lo que ha procurado no es en ningún caso escribir “una historia de amor edulcorada, no es una novela romántica” sino un amor “que duele, que no está idealizado y que tiene muchas aristas”.
Han sido cuatro años de trabajo y documentación, en especial gastronómica sobre la mesa y cocina del siglo XVIII
Una historia en la que aparecen otros personajes, otros modos de enfrentarse al amor y que asegura sorprendido que es uno de los que más ha conectado con los lectores: “Me ha sorprendido descubrir que la historia del ama de llaves ha enganchado con muchos lectores. Es un personaje duro, dolido con la vida, una mujer que nunca ha podido dar ni recibir amor y que cuando se lo encuentra no sabe gestionarlo”.
Recurrir a la gastronomía fue una cuestión que siempre tuvo clara. “Recorre toda la novela, todas las cosas importantes que suceden tienen el trasfondo de la cocina”. Permite además, recuerda Múñez, ser un indicador de los escalafones sociales de aquel tiempo: “Es importante conocer la cocina que se servía, el modo en que se hacía, dónde se servía y quién lo hacía. No era igual la mesa de la servidumbre, con verduras, legumbres y quizá pan de cereales o centeno, que la mesa de un noble o un burgués con cinco platos principales. Era el día y la noche”.
Para poder escribir la novela y convertir el elemento gastronómico en eje vertebrador de la historia de amor de ‘La cocinera de Castamar’, el autor se ha tenido que documentar profusamente sobre cómo eran las mesas de los nobles en el siglo XVIII y los recetarios de esa época y anteriores: “He acudido a gente que sabe mucho del tema, como María Ángeles Samper, catedrática de historia con libros documentados sobre la cocina del siglo XVII y XVIII. Me he documentado sobre recetarios desde tiempos de los romanos hasta el siglo XVIII”.
El 'imaginario' Castamar
Han sido cuatro años de trabajo, dos para escribir la novela y casi otros dos para resumirla y retocarla, “comencé a escribir y la extensión fue mucho mayor de la que finalmente tiene la novela” -760 paginas-. No hay historias reales, ni referentes concretos en ella, simplemente la inspiración de otras obras, otros personajes y su bagaje de lecturas, “todo ello hacía que de algún modo ya tuviera el imaginario de lo que era Castamar”, asegura Múñez.
Todo comenzó por una conversación escuchada un buen día sobre la vida de una cocinera cuyo único mundo eras las cuatro paredes de su cocina. Una cocinera que padecía de agorafobia. Fue la chispa que comenzó a construir la historia que su madre le había pedido que escribiera. “Fue el punto de inflexión. Un día mi madre me dijo que hiciera algo que aludiera a ella, que le interpelara como lectora”. Era el empuje que faltaba para dedicar los próximos cuatro años a la que ha sido su primera obra publicada, al margen de los cuentos infantiles y libros juveniles a los que se dedica profesionalmente.
Me gusta desde niño la novela fantástica. También me marcó La regenta, volvía del colegio para leerla. Descubrí un mundo maravilloso"
Múñez, filósofo de formación y de convencimiento, contaba no sólo con el imaginario de Castamar en su cabeza, también en su hemeroteca de lecturas devoradas desde niño: “De joven me gustaba, y aún hoy me gusta, la novela fantástica, pero sin duda ‘La regenta’ me ha marcado mucho. Recuerdo que llegaba del colegio para leerla y era descubrir un mundo maravilloso”. A ello sumaba la mano experta en la cocina de su madre y que logró convertirle “en cocinillas”: “No soy ningún maestro de la cocina, pero es un mundo que me ha atraído siempre”.
Asegura aún hoy en ocasiones su mente continúa paseando por los pasillos de la mansión de Castamar, “el lazo después de tanto tiempo no se rompe tan fácil, de alguna manera aún sigo ahí”. Por eso aún no ha pensado si habrá otra novela y menos aún sobre la historia que pudiera contar, “ideas tengo muchas, pero aún es pronto”. Por ahora disfruta del momento, de la buena acogida que ha tenido la obra y de la gran apuesta que el Grupo Planeta ha hecho por ella.
Insiste en que el fin de la obra son sus lectores, nada más, y que es a ellos a los que primero hay que convencer. Ya hay quien especula con hacer de La cocinera de Castamar una serie, una apuesta a lo Downton abbey en la España del XVIII entre señores y servidumbre. Fernando, quien también acumula experiencia como director de cine, guionista y asesor en el ámbito de la publicidad al que se dedica su padre, reconoce que podría ser una novela “seriable”, pero que por el momento ni siquiera está planteada, “no, que yo sepa”.
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