Fue uno de los “grandes personajes de la Historia, al menos de la historia de occidente, junto con Alejandro Magno, Julio César, Augusto, Gengis Kanen el mundo oriental, y Napoleón”. El historiador José Luis Corral no duda en poner a Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico (1500-1558), en la cumbre de las personalidades más importantes de la Historia.
“Con Carlos V cambió el mundo, se conquistó América, se abrieron las puertas de Europa al Atlántico, se transformó el sentido de la apreciación de lo que era el mundo en sentido físico. Magallanes y Elcano dieron la vuelta primera al mundo y prácticamente testificaron que la tierra era una esfera, ese viaje que se hizo en la época de Carlos V. Por lo tanto es un personaje que vivió los cambios más trascendentales de los últimos mil años de la historia del mundo”, asegura Corral.
El historiador acaba de publicar El dueño del mundo (Planeta), el último de tres volúmenes sobre los Austrias en los que ayudado por una familia de médicos judíos conversos conduce al lector a la primera fila de la Historia. “Al ser médicos reales y estar cotidianamente a lado del rey y poder convivir con ellos y saber las relaciones más íntimas de los monarcas, me han servido muy bien para introducir elementos de ficción sin que dejen de ser verosímiles en la novela”, explica el autor.
Sus personajes acompañan en la saga a la familia real. En el caso de Carlos I, hasta el Monasterio de Yuste. Allí se presentó el dueño del mundo, el hombre más poderoso de la Tierra tras haber viajado por toda Europa: estuvo nueve veces en Alemania, siete en Italia, diez los Países Bajos, cuatro en Francia y dos en Inglaterra. Y eligió un humilde monasterio de monjes jerónimos en Cáceres para retirarse a morir.
“Una de las grandes incógnitas de la vida de Carlos V es por qué se retiró al Monasterio de Yuste, un sitio recóndito que está fuera de las principales vías de comunicación. Probablemente por dos razones - explica José Luis Corral- primero, porque el rey quiere ser humilde en el final de sus días y este es un monasterio pobre, un monasterio pequeño alejado de los centros de gobierno del mundo. Por otro lado, por sus enfermedades con aquellos achaques que tenía, al final de sus días, tan dolorosos. Aquí encuentra un lugar de paz, de descanso y de retiro”.
El monarca, temeroso de dios, vivió el último tramo de su vida obsesionado con alcanzar el reino de los cielos. Prueba de ello es el La Gloria el cuadro de Tiziano con el que llegó a Yuste. Una copia del cuadro se alza sobre el altar de la iglesia del Monasterio de Yuste. El original, en el Museo del Prado, fue un encargo del emperador al pintor que siguió indicaciones precisas de Carlos V sobre su composición. En el lienzo, los ángeles acompañan a miembros de la familia imperial a alcanzar la gloria eterna envueltos en sudarios, descalzos y en actitud suplicante y despojados de todos sus bienes terrenales. Carlos con la corona imperial junto a su fallecida esposa Isabel, y atrás sus hijos Felipe y Juana y sus hermanas Leonor y María.
Entre sus ajustes de cuentas con el pasado reconoció a Juan de Austria como hijo legítimo y a su madre, Bárbara de Blomberg, le asignó una pensión
No es el único cuadro importante que explique cómo fueron los últimos meses del emperador. En Yuste se encuentra un lienzo de Benito Morales -muy posterior al monarca, de 1862- en el que se representa el momento en el que Jeromín conoce Carlos V, un crío de doce años que desconocía que su padre era el emperador.
“Quizá el episodio más intenso emocionante de su vida en Yuste fue cuando recibió la visita de su último hijo, el pequeño de 12 años, Jeromín, el futuro Juan de Austria, al cual Carlos I no había reconocido. Era hijo de Bárbara de Blomberg, una de sus amantes y que aquí en Yuste le revela su paternidad”, explica José Luis Corral.
Entre sus ajustes de cuentas con el pasado, no sólo reconoció a Juan de Austria como hijo legítimo, sino que se a su madre, Bárbara de Blomberg, le asignó una pensión. Pero no fue la madre de Jeromín la mujer de su vida, esa fue Isabel de Portugal (1503-1539), con quien vivió un romance auténtico, algo poco habitual entre los matrimonios reales que eran considerados acuerdos políticos y estratégicos. El emperador se llevó a Yuste un retrato de Isabel de Portugal encargado a Tiziano que hoy se encuentra, también, en el Museo del Prado.
La humildad para alcanzar los cielos, tal y como era entendida por el hombre que gobernó los mayores territorios del planeta con sus comidas copiosas, su cerveza y rodeado de su corte (aunque reducida), fue la compañera final del emperador hasta su muerte. Una muerte que le llegó en Yuste por un mosquito que le transmitió paludismo y provocó unas fiebres contra las que no pudo su cuerpo mayor y enfermo de gota, entre otros achaques.
“Con Carlos V muere una forma de entender la vida que es el final de lo que llamamos el espíritu caballeresco. Carlos V es un caballero al estilo medieval, es el último gran caballero medieval vivo es Amadís de Gaula pero encarnado. En los torneos en los que participa por su forma de entender el amor con su mujer, con la forma de dirigirse a sus amantes y su forma de entender el gobierno de sus dominios. Esa idea de la caballería, del final de una época de la edad media es, quizá, una idea que va acompañar a Carlos V en los últimos años de su vida- explica el historiador José Luis Corral-. Con Carlos V acaba el último gran caballero medieval”.
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