Gustav Kleinmann sobrevivió a la Primera Guerra Mundial con honores. Por eso cuando el odio crecía contra los judíos en la Viena de los años 30, no pensó que pudiera afectar a alguien tan patriota como él. Menos aún, en la que se consideraba la ciudad más civilizada de Europa: la vanguardista y ordenada Viena. Pero la ola del III Reich llegó a su vida y a la de su familia y arrasó con todo. La humillación, la persecución y la muerte. No la suya, él pudo sobrevivir a cinco campos de concentración junto con su hijo y una poderosa arma secreta: un bloc de notas y un lápiz. En unas pequeñas hojas de papel Gustav redactó un insólito y único diario con el que pudo vencer, sobreviviendo, al exterminio organizado de los judíos, industrializado y ejecutado por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial en Europa.
“Gustav podía esconder el bloc en su ropa y no podía ser detectado. Las razones que le llevaron a hacer este diario no están claras. Él no lo explica en ningún momento, no es un cuaderno que tenga la intención de ser la base para un trabajo literario, ni tampoco es un registro de sus experiencias. Creo que este pequeño bloc de notas era para mantener su salud mental, como un lugar en el que reflejaba su determinación por sobrevivir, que le llevaba a mantener la esperanza y, por lo tanto, a la salud mental”, explica a El Independiente Jeremy Dronfield, autor de El chico que siguió a su padre hasta Auschwitz (Planeta).
Dronfield se ha basado en las anotaciones de Gustav Kleinmann para elaborar una documentada novela sobre la peripecia que vivió la familia Kleinmann desde la anexión de Austria al III Reich. Su hijo Fritz y él comparten el horror de pasar por cinco campos de concentración. Incluso cuando su padre es separado de él y enviado a una muerte más que probable en Auschwitz, Fritz hace lo imposible por ser trasladado con su progenitor. “Quiero estar con mi padre, pase lo que pase. No puedo seguir viviendo sin él”, dice en la historia novelada.
Pero más allá de la épica de Gustav y su hijo, el libro de Dronfield está cargado de lecciones para el presente y sirve para ilustrar cómo funciona el negacionismo. En la escisión de la familia Kleinmann, Tini, su esposa, y Herta, una de sus hijas, fueron enviadas al campo de concentración en Minsk, donde fueron asesinadas. Llegaron al campo bielorruso en un tren con mil judíos y, entre el día de la llegada y el día de su asesinato, hay una discrepancia de fechas. “Los negacionistas toman esta discrepancia como prueba de que lo que ocurrió allí es falso y de que, realmente, no ocurrió una matanza”.
Dronfield ha conseguido averiguar que el tren llegó a Minsk un sábado y en aquellos días “los trabajadores del ferrocarril alemanes acababan de lograr el derecho a no trabajar durante los fines de semana, con lo cual el tren llegó con mil judíos a su destino y se quedó allí inmovilizado sin que salieran del tren hasta el lunes, por eso hay una discrepancia en las fechas. Los negacionistas utilizan estas pequeñas anomalías o discrepancias para negar que aquello ocurriera de verdad”.
Contra esta actitud de los negacionistas “lo único que se puede hacer es educar, todo lo posible, a las personas racionales para no dar ninguna oportunidad a los negacionistas, para que ellos puedan acceder a una población ignorante”.
Jeremy Dronfield, autor de varios libros de historia de la II Segunda Guerra Mundial, considera que el “conocimiento y la información sobre el holocausto no es tan detallado ni tan extendido como debería ser hoy en día. Creo que también es importante que se sepa cómo llegamos a esta situación, cómo surgió y creció el fascismo y esto es lo que yo trato de plasmar en este libro contando la historia de toda la familia Kleinmann, para que se vea cómo el fascismo creció en Austria y cuáles fueron las experiencias y las vidas de los demás miembros de la familia”.
Hay muchos paralelismos entre cómo se trató en aquella época a los refugiados judíos en EEUU y cómo estamos tratando a los refugiados en Europa
En este sentido la experiencia de otros dos miembros de la familia, Edith y Kurt, que consiguieron terminar como refugiados en Estados Unidos e Inglaterra, nos muestran otra cara de la tragedia de una guerra: el de los refugiados. “Hay muchos paralelismos, muchas similitudes entre cómo se trató en aquella época a los refugiados judíos en Estados Unidos y cómo estamos tratando nosotros a los refugiados en Europa. La hostilidad es la misma, la sospecha, el odio es algo que me preocupa mucho y, en este sentido, parece que no hemos aprendido de lo que ocurrió realmente durante el holocausto y de cómo llegamos a esa situación”, asegura el autor.
La gran lección que Dronfield extrae de esta historia es “la importancia del amor y la lealtad tanto de Gustav como de Fritz. Estuvieron muy cerca de la muerte en incontables ocasiones, por hambre, abusos, frío, tortura, pero consiguieron salir adelante”. Una parte de esa supervivencia está relacionada con la suerte y, otra parte, con la ayuda que recibieron de la red de resistencia que surgió en los campos. Su victoria radica en que “los supervivientes de la familia han terminado formando familias que han crecido. Los Kleinmann son una gran familia, tanto en Austria como en Estados Unidos y, en ese sentido, han vencido a todos aquellos que querían acabar con ellos”, concluye Dronfield.
El Centro Sefard-Israel acoge una pequeña exposición bajo el título El chico que siguió a su padre hasta Auschwitz en la que repasa en fotografías la historia de la familia Kleinmann.
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