Entre los siglos XI y XVII en la península ibérica, grandes viajeros se dirigieron a oriente con un solo propósito, el de llegar a La Meca y cumplir así con el quinto precepto del islam, la peregrinación, y dejaron por escrito sus viajes y vivencias. Historias poco conocidas, y ahora rescatadas por la Sociedad Geográfica Española y el Consorcio Español Alta Velocidad La Meca-Medina, en un libro disponible en castellano, árabe e inglés.
Ha llegado el momento de trasladarnos a una España que aún no llevaba ese nombre, una tierra y una población que, a partir del año 730, formó parte de la provincia norteafricana del Califato Omeya y que abarcó desde la Punta de Tarifa hasta los bordes de la Cordillera Cantábrica y los Pirineos.
Durante más de siete siglos, en los que se dieron periodos de enfrentamientos y otros de paz, nuestra península vivió una etapa fascinante en la que la mezcla de culturas, religiones y razas dio lugar al nacimiento de una civilización en la que florecieron las artes y las ciencias. El territorio islamizado, tanto en los momentos de mayor poderío y extensión como en los cercanos ya a su fin, en 1492, se llamó siempre al-Andalus.
Mezquita Al-Azahar
¿Quiénes son estos peregrinos? En El Independiente hemos hablado con Ana Puértolas, coordinadora del libro Peregrinos hispano-musulmanes a La Meca, y ella nos ha contado, que hasta allí "les llevó su devoción. Algunos de ellos no fueron una sola vez, sino que la visitaron en muchos momentos. Otros se quedaron durante meses. Su deseo era cumplir con ese preceptos, porque eran personas especialmente devotas con recursos económicos altos".
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Alberto Pasini
Los que llegaban allí "nos cuentan los ritos religiosos que se practicaban en La Meca, donde todos iban vestidos iguales porque así eran iguales ante Alá", explica Puértolas. Es por ello que todos los fieles iban ataviados con paños blancos, sin distinción alguna.
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El faro de Alejandría s.XVII
"Dejar por escrito su vida fue una gran aportación, ya que algunos de ellos redactaron la llamada rihla, el libro de su viaje a La Meca, donde indicaban el medio de transporte en el que viajaba o la ruta que seguían". Muchos de ellos iban de Ceuta a Alejandría, aunque otros se decantaban por Marruecos para visitar Fez, que era un gran centro cultural. "Eran viajes que no tenían fechas fijas y de los que nos cuentan sus costumbres. Coincidían con personas con conocimiento de medicina y otras ciencias y, a medida que avanzaban en su recorrido, se especializaban".
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Ybn Arabi miniatura persa
Estos viajeros iban con sus discípulos de camino a La Meca, aunque no acababan juntos su trayecto: "Hubo uno que se quedó estudiando las pirámides de Egipto", por ejemplo. Está el caso de Ibn Arabi, considerado como uno de los más importantes maestros. Otros se convirtieron en sabios historiadores, matemáticos o poetas. "La profesión de poeta era una manera de relacionarse incluso con Alá", cuenta la coordinadora.
Patio de casa en El Cairo
Al-Sahili fue un hombre que cuando llegó a La Meca conoció al sultán del África Central, aunque no le reconoció porque iban vestidos todos iguales. "Se conocieron como dos personas iguales que hablaron de arquitectura". Una vez concluida su estancia en La Meca, Al-Sahili se quedó en El Cairo, donde conoció a Mansa Musa, sultán de la antigua Mali, y que propuso al arquitecto "que hiciera una gran mezquita". Y así fue como construyó la mezquita de Djingareyeber en Tombuctú.
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Mezquita Sata Catalina
Había muchas barreras en su viaje, y normalmente viajaban en barcos "que sufrían tempestades y naufragios. Algunos se quedaban en Sicilia". Por suerte, si hoy el idioma universal es el inglés, en esta época dominaba el árabe, por lo que "podrían pedir ayuda". También tenían que enfrentarse a bandidos y piratas que "los esperaban a las puertas de El Cairo para asaltarles". Y, como si no tuvieran poco con los problemas de la ida "luego había que volver", sentencia la coordinadora.
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