La segunda parte de la autobiografía de Fernando Sánchez Dragó que ha titulado Galgo corredor (Planeta), tiene de telón de fondo el Madrid de sus años de juventud, entre los años 1953-1964. “Aquel era un Madrid como el de las novelas de Baroja”, evoca el escritor que asegura que la facultad de derecho a la que asiste entonces es como en la habían ejercido docencia Unamuno, Ortega y Gasset. Aquello se conservaba. Responde a las preguntas de El Independiente desde su casa en el barrio de Malasaña, que entonces era el barrio de Maravillas.
El Madrid de sus 17 años era “un Madrid muy denso, un Madrid viscoso, interesantísimo y contradictorio que salía de la Guerra Civil con sus cicatrices y heridas. Pero también es esa ciudad eterna con sus usos y costumbres; los bocadillos de calamares, los bares de toda índole, la vida menuda cotidiana de las calles, los cines de programa doble donde iban las putas a masturbar a los estudiantes que salían de la universidad... Todo aquel brujuleo extraordinario de un Madrid efervescente, vivo y que ahora cuesta mucho trabajo reconocer”.
Aquel joven estudiante que apenas acababa de salir de su barrio de Salamanca y empezaba a descubrir el mundo quedó atrapado por la vida cultural de la capital. “Tenía 18 años y me codeaba en el Café Gijón o en el Café Comercial con Buero Vallejo, con Torrente Ballester y con Cela. Con todos los grandes nombres de la literatura española porque estábamos todos mezclados".
En aquel Madrid que recoge en su libro se “debatía absolutamente todo con bastante libertad. Había una gran libertad de usos y costumbres, no había libertades políticas, no había libertad de asociación ni de partido y si te metías en política pues te metían en la cárcel, pero si no te metías en política la libertad en absoluta. Nadie decía absolutamente nada. Aquel Madrid era un Madrid por cuyas calles yo salía a las 12:00 de la noche y de paseo por las calles veías a Hemingway, Orson Welles, Ava Gardner, Frank Sinatra, gente así como Lola Flores y los grandes cantaores. La Gran Vía era un esplendor, había 13 cines con grandes películas y grandes cartelones. Todo eso se ha ido al diablo”, asegura el escritor.
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