Corre el año 1953, un joven Fernando Sánchez Dragó empieza el primer curso de Derecho en Madrid. Su facultad está en el corazón del barrio de Maravillas, actual Malasaña, él es un chico de 17 años que empieza a descubrir el mundo. “Este libro es la historia de una crisálida que rompe el capullo, una mariposa que soy yo. Salgo del capullo del ámbito familiar, del capullo del barrio de Salamanca y del Colegio del Pilar y me encuentro con el ancho mundo por delante y me pongo a volar”, cuenta Sánchez Dragó a El Independiente.
La juventud de Fernando Sánchez Dragó ocupa su nuevo volumen autobiográfico Galgo Corredor (Planeta) que cubre lo que en el subtítulo llama Los años guerreros (1953-64). Su idea es recoger toda su vida en diferentes volúmenes. “He hecho tal cantidad de cosas en mi vida que yo me asusto. Cuatro hijos de cuatro mujeres diferentes, uno de siete años y otro de sesenta, viajes por todos los lugares de la Tierra, guerras como la de Vietnam, cincuenta libros, siete mil piezas de periodismo”, repasa el octogenario autor.
En esta década aborda su despertar vital e intelectual en un Madrid emergente que ansía libertad mientras lidia con la dictadura. “Había una efervescencia cultural extraordinaria en aquella época en Madrid: revistas, funciones de teatro, teatro de cámara, cineclubs, debates por todas partes. El bar de la facultad de letras yo suelo decir, cargando un poco la suerte, que era como la Atenas bajo Pericles, allí confluimos los futuros miembros de la generación del 56 con grandes cineastas y grandes escritores, grandes compositores y al mismo tiempo los maestros. Yo fui discípulo de Dámaso Alonso y de José Luis Aranguren”.
Sanchez Dragó con carnet del PCE
Es el momento del primer deshielo del régimen que como cuenta Sánchez Drago “protagonizó mi tío Joaquín Ruiz-Giménez, que era ministro de Educación y recuperó como rector a Laín Entrialgo”. A su círculo de jóvenes inquietos se incorpora Jorge Semprún a quien Enrique Múgica conoce en San Sebastián. “Se une a ese círculo en el que también están Ramón Tamames, Julián Marcos, Sánchez Mazas y Javier Pradera y nos mete a casi todos en el Partido Comunista. Así que nosotros refundamos el Partido Comunista que no existía, en la Universidad de Madrid”. Y alrededor de aquello, sin darse cuenta, porque eran “unos críos”, entre partidas de mus y botellas de vino se llega hasta estallar el motín de febrero de 1956.
“Había mucha tensión política en las facultades en los primeros días de febrero en la facultad de Derecho, había una enorme escalinata con el yugo y las flechas dedicado a los caídos de la Guerra Civil y llegó allí a la facultad un grupo de Falange, falangistas del lumpen, que venían de los barrios obreros como Vallecas. Se presentaron allí y obligaron a los estudiantes a cantar el Cara al Sol. Normalmente la gente accedía con el brazo en alto, pero hubo uno que se negó y le atizaron un bofetón. Y aquel bofetón fue determinante, indignó a todo el mundo, así que al día siguiente convocamos a todos los estudiantes”.
Su relato de la intrahistoria del primer episodio antifranquista nacido de la universidad tiene más de sorpresa que de épica. “La facultad de Derecho [que entonces estaba en el Centro, en San Bernardo] estaba llena a rebosar, pero nadie se atrevía a salir porque la facultad estaba rodeada de estos falangistas que venían de barrios obreros. Alguien tuvo la genial idea de ponerse a cantar de repente triste y sola se queda Fonseca y al oír esta canción misteriosamente la gente se puso en marcha. Salimos todos a la calle, yo iba en cabeza. Y al llegar al llegar al Capitol pegué un salto para ver qué gente venía detrás de nosotros y había una marea humana que llegaba hasta la plaza España”, recuerda.
“Madre mía la que hemos liado”, decían los líderes de aquella movilización. Pero el lío llegó cuando hubo un disparo que hirió a un falangista en la cabeza y estuvo a punto de morir. Su nombre y el de sus colegas de partido pasaron, según asegura el escritor, a una lista negra que estaba destinada a terminar con ellos en un paseo acompañados de los camisas azules. Se tuvieron que ir de Madrid a la espera de que fueran detenidos, y así no caer en manos de los falangistas. El escritor relata que viajó a Ferrol de donde regresó para ser detenido. “Dos policías de la brigada político social me llevaron a la Dirección General de Seguridad en metro, ni esposado, ni nada. Así que terminé en la cárcel, fue mi primera detención con Mujica, con Tamames, y con Ruiz Gallardón [entre otros]”, recuerda el autor.
El Madrid de su juventud
La segunda parte de la autobiografía de Fernando Sánchez Dragó que ha titulado Galgo corredor (Planeta), tiene de telón de fondo el Madrid de sus años de juventud, entre los años 1953-1964. El Madrid de sus 17 años era “un Madrid muy denso, un Madrid viscoso, interesantísimo y contradictorio que salía de la Guerra Civil con sus cicatrices y heridas. Pero también es esa ciudad eterna con sus usos y costumbres; los bocadillos de calamares, los bares de toda índole, la vida menuda cotidiana de las calles, los cines de programa doble donde iban las putas a masturbar a los estudiantes que salían de la universidad... Todo aquel brujuleo extraordinario de un Madrid efervescente, vivo y que ahora cuesta mucho trabajo reconocer”.
“Yo tenía el deber moral de escribir este libro, porque sobre aquellos sucesos, sobre el proceso político de concienciación ideológica que se produjo en ese momento hay muchos libros escritos, hechos por analistas y profesores, pero no por gente que lo vivió directamente. La mayor parte de las personas que aparecen en este libro ya están muertas y los pocos que no están muertos pues están medio gagás. Yo no me he muerto ni estoy medio gagá, así que soy un poco la memoria de esa generación. Soy casi casi el único que puede dar testimonio”, asegura.
La segunda ocasión que estuvo preso Sánchez Dragó sumó once meses en prisión y acumuló importantes vivencias para abandonar el Partido Comunista. “Me di cuenta de lo que era la izquierda y dejé de tenerla idealizada, sobre todo lo que era el Partido Comunista, un partido absolutamente totalitario opuesto a las ideas que decía defender de democracia y libertad”.
En su libro recoge varios episodios de los que nace su desencanto. El principal fue el rechazo hacia un preso, también del PCE, por ser homosexual. “En la cárcel había un chiquito, de unos 17 años, que se metía a escuchar nuestras conversaciones, muy buena gente. Tenía admiración que la gente del pueblo llano tenía a las gentes de cultura. Se sentaba en un rinconcito nos escuchaba y se quedaba fascinado. La mitad de las cosas no las entendía. A los 15 o 20 días desde el Comité Central del Partido Comunista de la cárcel, porque dentro de la cárcel se reproducía un poco los esquemas que había fuera, nos dijeron que ese chico que era homosexual teníamos que prohibirle que fuera a nuestra celda porque nos desacreditaba a nosotros frente al resto de la población reclusa”. Según su relato la razón era su homosexualidad y tenían que echarle y decirle el motivo. “Acatamos, es la única vileza de la que yo soy consciente haber cometido. Aquel chico desapareció”.
Puente entre el pasado y el presente
El volumen autobiográfico de Sánchez Dragó está repleto de viajes desde el pasado al presente. Pero ¿cómo se imagina él mismo de joven en 2020? “Yo tengo fama de ser una persona muy versátil que ha cambiado de ideas, que ha cambiado mujeres, oficios. He cambiado todo, pero yo releo lo que escribí entonces y me doy cuenta que ya decía entonces muchas cosas que escribiría ahora. Ortega decía yo soy yo y mis circunstancias, yo también soy yo y mis circunstancias y, evidentemente, las circunstancias van modificando tu manera de enfrentarte a tus semejantes y a la sociedad. Pero quitando esas variaciones mi carácter permanece siempre, qué haría yo ahora, pues lo mismo que haría entonces”.
Siguiendo su reflexión orteguiana y el aterrizaje en el presente le preguntamos cómo está el país que retrató Ortega en La España invertebrada. “Si en la época de Ortega y Gasset España estaba invertebrada ahora es que está ya desguazada, está despiezada como un cordero en una carnicería. Nosotros, los de entonces, aquella generación, todos los que nos opusimos por primera vez desde el ámbito de la universidad al franquismo y sembramos eso que hoy llamamos democracia, si hubiéramos sabido que la democracia por la que estábamos luchando era esto, eran estas cloacas, nos lo hubiéramos pensado dos veces”, afirma.
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