Toda primera novela es, de alguna manera, un relato de iniciación. En primer lugar, de su autor, el novelista, que debuta con su primera narración. También lo es desde la perspectiva del género cuando el tema elegido es la crónica de una experiencia vital desde la adolescencia hasta la madurez, pasando por la incierta etapa de la juventud. Los alemanes, tan dados a las clasificaciones, impusieron en 1819 un término para identificar estos cuentos de tránsito entre las tres edades de la vida: Bildungsroman. Utilizado por primera vez por Johann Carl Simon Morgenstern, identifica los relatos de formación sentimental, e intelectual, de personajes que cuentan –o son contados a través de otros– la construcción de su personalidad. La forja de su carácter.

La historia de cómo una joven que crece en los bosques de Galicia se convierte en una comerciante de canela en las especiadas aguas de los mares del sur.

El patrón genérico, definido por los románticos alemanes, suele estructurar estas novelas en tres instantes: el aprendizaje, la peregrinación y la madurez de un personaje. La primera novela de Pilar Méndez Jiménez, Los mares de la canela (La Esfera de los libros), se nos presenta como un relato histórico con tres paisajes distintos –la España del siglo XIX, Filipinas y China– pero, en su interior, como si se tratara de un artefacto lleno de sorpresas, contiene a su vez dos narraciones –paralelas– que son verdaderos cuentos de iniciación. Uno de ellos se sitúa en Kulangsu, una isla del sur de China, donde tres niños que se aproximan a la adolescencia sueñan –cada uno de forma diferente– con ver mundo, triunfar y salir del lugar donde han nacido. Su devenir, como se cuenta en este libro, entremezclado con otras historias paralelas, será dispar; trágico en unos casos, feliz en otros, pero guiado en todo momento por esa ley exacta que enunciaron los clásicos y que dice que el carácter marca el destino, una frase atribuida al filósofo Heráclito.

Uno de ellos, Huang, coprotagonista de este relato, sueña con ver otros horizontes vitales y que descubrirá a través de la canela, la misteriosa especia oriental que nace de un árbol que se fecunda a sí mismo. El adolescente guarda en el bolsillo de su pantalón una rama de canela hasta que un día, en un prostíbulo, conoce a Vicente Syquia, un comerciante chino que cambiará su vida.

Su historia muestra que, en la vida, la virtud es más útil que la picaresca –el primo de Huang practica esta última, su personaje funciona como contrapunto– e ilustra sobre la importancia de encontrar un buen guía vital. Una situación análoga se describe en la segunda gran historia de esta novela: la evolución de Elba, una niña inteligente y sensible, nacida de un amor furtivo. Elba vivirá un proceso de iniciación cuya cicerone, en este caso, será una misteriosa curandera, experta en hierbas medicinales, lectora devocional, una mujer libre de pensamiento a la que, precisamente por miedo a su libertad, unos consideran una meiga, y cuyo nombre es Aureana.

Los mares de la canela, que entrelaza las peripecias de todos estos personajes, se nos presenta así como un hermoso homenaje a la libertad de los afectos, que no corresponden exactamente con las tradicionales relaciones de sangre. Vínculos afectivos voluntarios que nos mejoran y nos permiten encontrar nuestro destino.