En una era donde se desconfía por sistema de los premios literarios, y con razón, aún quedan algunos galardones que salvaguardan el buen nombre de la literatura y apuestan por obras y autores que realmente merecen subir al pódium de los laureados. El Premio Nacional de la Crítica es uno de ellos y en su categoría de narrativa catalana suelen destacar novelas de calidad extraordinaria. No en vano, en el pasado premiaron a titanes como Josep Pla y Mercè Rodoreda y, más recientemente, a figuras en auge como Sergi Pàmies, Jordi Coca o Maria Guasch.
Este año 2021, la distinción ha recaído en La gran ola (en el original en catalán, Tsunami), escrita por Albert Pijuan (Calafell, 1985), un escritor, dramaturgo y traductor que ya había conseguido dos premios por Tsunami (el Ciudad de Tarragona y el Finestres), pero al cual el Premio Nacional de la Crítica le permite dar un salto al público en castellano (la novela acaba de ser publicada por Sexto Piso con traducción de Rubén Martín Giráldez).
La novela es una propuesta arriesgada, tanto formal como estéticamente. Es una historia de corrupción moral y familiar en donde, a través de tres momentos temporales diferentes y lugares distintos (en el 2004 en Sri Lanka, en el 2017 en México y en un futuro 2024), explica la degradación personal, una auténtica bajada a los infiernos dantesca de tres primos, los Serrahima, unos auténticos pijos insoportables, insolentes e inconscientes, que van a aprender rápidamente que hay decisiones y acciones en la vida que te persiguen para siempre, da igual lo lejos que huyas o el tiempo que transcurra. La novela es un torbellino de sexo, drogas, violencia, sangre, opulencia, turismo, explotación capitalista, venganzas y catástrofes naturales que, a través de las peripecias de los herederos de un grupo turístico mundial, explica las consecuencias devastadoras que tuvo la ola más grande de la historia moderna: una ola que arrastró países y destruyó vidas y, que en esta novela, también sirve de metáfora a algo más profundo, más devastador aún que un simple fenómeno natural.
Una novela extrema
La gran ola es una novela extrema, un libro que pasa de la euforia desatinada al dramatismo más crudo y descarnado, todo ello envuelto en frases largas, sin puntos, que envuelven como si fueran olas pero que se leen como martillazos. “¿Te costó escribirla?”, le pregunto a Albert Pijuan por teléfono. “Sí, la verdad es que me costó, porque tenía que mantener el ritmo”, reconoce. Me explica que el libro surgió por casualidad (“No hubo un momento de eureka”), pero un día de verano le vinieron varias imágenes a la cabeza y, al sobreponerlas, surgió un puzzle que acabó teniendo sentido. Él, que es de Calafell, sitio de turismo masificado, y que durante muchos años trabajó de camarero para turistas, tenía ya el trasfondo perfecto para crear la trama. El resto fue apareciendo. “Era verano, con mucho sol, el oleaje, estaba rodeado de resorts, y entonces pensé en todos estos elementos y acabé por dar forma al libro”.
El elemento climático era importante. Albert Pijuan había escrito en el 2014 la novela en catalán El franctirador (editorial Angle), donde todo sucedía en el gélido invierno de la Polonia postcomunista. En La gran ola quería todo lo contrario: verano, calor asfixiante. “Resorts, playas, calor.. Para muchos eso significaría vacaciones infinitas, pero yo quería centrarme en el calor opresor, casi claustrofóbico, como si fuera una pesadilla”.
Radical y osada
Luego vino el estilo de la novela, con estas frases que comienzan siendo pequeñas, pero que van creciendo y van acechando y se van acercando peligrosamente, como una gran sombra que avisa de una trampa de la cual es posible escapar, como si presagiasen esa gran venganza final que se desenlaza al final del libro. Son frases duras, tajantes, sin titubeos ni matices, pero con un ritmo embriagador que hacen que no puedas soltar el libro. “Lo comencé en un día inspirado”, explica. “Me salió intuitivamente, pero implicó mucho trabajo. A veces tenía que dejar la escritura a media frase. Además, quise que cada parte del libro fuese independiente de la anterior. Pensaba que me gustaría, pero fue una trampa, porque implicó mucho esfuerzo. Cuando ya lo tenía planificado descubrí que me había tendido una trampa a mí mismo”.
En las manos de cualquier otro autor, una historia de este estilo hubiese caído en topicazos innombrables, de costumbrismo asfixiante y un kitsch insufrible
Puede ser, pienso yo, pero el resultado es exquisito, con una innovación estilística radical y osada, el tipo de narrativa que muchos intentan pero a pocos les sale bien. Hay una gran ambición en este libro y también una voluntad consciente de salir de los lugares comunes. En las manos de cualquier otro autor, una historia de este estilo —unos abuelos que regentan una pensión en Salou, unas generaciones que crean un imperio, otras generaciones que lo arrasan todo— hubiese caído en topicazos innombrables, de un costumbrismo asfixiante y un kitsch insufrible, con una trama poco creíble y unos personajes que son una caricatura histriónica. Pero aquí todos estos supuestos defectos resultan los principales alicientes. Es como si Pijuán hubiese elevado una película de serie B a algo sublime.
La comparativa no es casual. Pijuán me explica que está muy influenciado por la narrativa anglosajona más rupturista y ácida. “Soy traductor del inglés [ha traducido, entre otros, a Evelyn Waugh, Dalton Trumbo, H. G. Wells o Robert W. Chambers], por lo que estoy muy al día de este tipo de obras. Mis influencias literarias son claramente norteamericanas, mucho más que francesas. Me gustan autores como A. M. Holmes o George Saunders”. De la estadounidense (nacida en Washington, pero afincada en Nueva York) A. M. Holmes me dice que le gusta “su prosa corrosiva, destructiva, con un humor salvaje” y la verdad es que La gran ola recuerda mucho en ambición y espíritu a El fin de Alice, esa novela desgarradora, perturbadora y controvertida, a medio camino entre Lolita y El silencio de los corderos, que dejó a medio Estados Unidos escandalizado.
Pijuán me habla también de su admiración por George Saunders, sobre todo de “su capacidad para analizar el momento presente”. Me cita en concreto a Pastoralia, la colección de cuentos cortos donde el escritor diseccionó la vida de unos personajes perdidos y desilusionados que están condenados a subsistir en trabajos misérrimos, inanes y absolutamente desesperantes. “Viven en un parque temático”, me subraya Pijuán, una imagen que a él le ayudó a situar su novela en un resort. La gran ola también debe mucho a Lincoln en el Bardo, la novela que le valió al escritor de Texas el prestigioso y codiciado premio Booker. En ambos hay mucho de imaginación y de inventiva narrativa, de dejar fluir la prosa para dar forma a una historia tan fantasiosa como inteligente como llena de elementos simbólicos y espirituales. En Lincoln hay fantasmas y en La gran ola hay animales con la que se identifica cada personaje, como si fueran tótems sagrados. En los dos casos, hay una barrera muy difuminada entre el mundo esotérico y real y también continuas referencias a la religión.
Seguimos hablando de autores que le han influenciado: Pijuán me nombra a Thomas Bernhard (“sobre todo a nivel estilístico”) y a Virginia Woolf (“por los continuos cambios de narrador”). También me explica su fascinación por el cine asiático, “sobre todo por el coreano”. “Desde que hice una asignatura en la carrera de cine y cultura coreanas descubrí un mundo fascinante”, comenta. “En el cine coreano, las historias de venganza son a menudo extremas, muy desproporcionadas, van hasta el fondo. Aquí este tipo de historias nos parecerían muy de serie B, pero allí son técnicamente más sublimes”.
El papel de la naturaleza
Hablamos de la estructura del libro. La gran ola está dividida en tres partes. “En una obra anterior que escribí, Seguiràs el ritme del fantasma jamaicà”, me explica Pijuan, “dividí el libro en nueve cuentos, todos diferentes”. La intención aquí era la misma: explicar tres momentos que están interconectados, pero que existen literariamente por separado. La primera parte transcurre en Sri Lanka en el 2004, cuando el tsunami del océano Índico mató a una gran cantidad de personas en el sur y sudeste de Asia, incluyendo partes de Indonesia, Malasia, India, Tailandia y Sri Lanka. “Lo que muy poca gente recuerda”, me comenta Pijuán, “es que en Sri Lanka había entonces una guerra civil, con dos bandos claramente opuestos. El tsunami supuso la devastación de una gran parte del país, pero también paró la guerra. Poco después llegó el tratado de paz que consiguió pacificar la isla, pero justo entonces comenzó la explotación turística. Comenzaron a abrirse muchos hoteles”.
“Ese tsunami parece perseguir a los protagonistas allá donde vayan”, subraya Pijuan. En la segunda parte del libro, los tenemos en México. En el año 2017 hubo un gran terremoto en Chiapas y, poco después del movimiento, el Centro de Alerta de Tsunamis del Pacífico emitió una alerta de tsunamis para México y otros países de América Latina. Llegaron a haber olas de tres metros frente a las costas de Chiapas y de más de un metro en Oaxaca.
De cómo los humanos se creen los amos de todo, pero tienen frente a sí, como antagonista, a la naturaleza"
ALBERT PIJUAN
“Me gustaba este elemento de los hombres contra la naturaleza”, me dice Pijuan. “De cómo los humanos se creen los amos de todo, pero tienen frente a sí, como antagonista, a la naturaleza. En el fondo, es una idea que ya vemos en las tragedias griegas, pero antes eran los dioses los que ajustaban cuentas por acciones de los mortales, mientras que ahora quien imparte justicia es la naturaleza”.
El eclipse de cierta burguesía catalana
El tema de la naturaleza como elemento vivo, cuyas fuerzas creemos erróneamente poder controlar, está muy presente en el libro. Es un elemento que tiene mucho de zeitgeist. “Para mucha gente”, explica Pijuan, “lo de proteger el clima se basa en pequeñas acciones, como reciclar y ya está. Pero para la gente joven es algo mucho más profundo. Lo viven plenamente, genuinamente. El planeta es como una hermana enferma, algo por lo que están seriamente preocupados”. Reconoce que no es optimista respecto a lo que va a pasar. “En la novela hay un elemento catastrofista que recoge el espíritu del momento”.
También está la lucha entre los países que dependen del turismo para sobrevivir frente a nuestra propia actitud como turistas
La gran ola no solamente está conectada con la defensa del planeta. El libro también es una crítica al capitalismo más depredador y salvaje, pero no cae en tópicos al uso. “No sólo están las industrias depredadoras, que se instalan en los países y los explotan”, comenta el autor, “sino también está la lucha entre los países que dependen del turismo para sobrevivir frente a nuestra propia actitud como turistas. Nosotros también somos turistas. Somos lo que hemos visto”.
El libro se puede leer además como el ocaso de una clase social típicamente catalana. “Estaban los indianos, la imagen mítica de los catalanes que se van afuera, al extranjero, a hacer dinero”. Al mismo tiempo, “estamos delante del fin de siglo de esa burguesía catalana basada en la producción y, a veces, la explotación. Ahora hay una nueva economía especulativa, basada en el comercio de números, de información, de elementos que no tienen una realidad física, productiva, detrás. Hay empresas grandes que están cayendo absorbidas por grandes mastodontes, por tsunamis económicos. Ahora, aquellos grandes productores del siglo XIX son súbditos de una nueva clase”.
¿Una nueva generación?
Con todos estos elementos, La gran ola se lee como un libro ambicioso y, gracias a él, el nombre de Albert Pijuan viene a engrosar la larga lista de escritores catalanes que no sólo están siendo traducidos al castellano, sino que están apostando por narrativas diferentes, muy arriesgadas, como Irene Solà (Canto yo y la montaña baila consiguió el Premio Anagrama de Novela Catalana), Eva Baltasar (con su aclamado Permafrost) o Llucia Ramis (Las posesiones).
“Ya me gustaría formar parte”, asegura, muy modestamente, cuando le pregunto qué le parece pertenecer a semejante elenco. Pijuan me explica que cree que todos estos escritores “están probando cosas distintas. Hay nuevas propuestas formales y temáticas”. No cree que haya “un elemento común generacional, más allá de hacer propuestas personales y singulares”. Y subraya: “Hay mucho riesgo personal en estos escritores”.
Su libro La gran ola es una de las mejores pruebas.
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