Suele decirse que la derecha, vencedora en la Guerra Civil, acabó perdiendo los manuales de la literatura. Durante mucho tiempo, ha circulado la idea de que los escritores importantes de aquella época -en especial los poetas- eran gente de izquierdas. Nombres como Luis Rosales, Manuel Machado o Leopoldo Panero han quedado relegados durante muchos años a un papel secundario en favor de aquellos que defendieron al bando perdedor.
Especialmente llamativo resulta el caso de este último, hombre de izquierdas y republicano convencido, el levantamiento le pilló por sorpresa en su Astorga natal y sobrevivió a un fusilamiento casi seguro gracias a los lazos de su familia materna con Carmen Polo, esposa del caudillo. Las circunstancias lo comprometieron de tal manera que acabó abandonado su condición de "rojo", para convertirse más tarde en "el poeta del franquismo".
Leopoldo Panero escribió algunos de los mejores versos de su generación, a pesar de una prematura muerte que lo privó de alcanzar mayor reconocimiento que el que un régimen dictatorial como el de Franco fue capaz de brindarle. Un infarto en un caluroso 27 de agosto de 1962 se lo llevó a los 53 años, sin haber podido culminar su obra y sin tiempo para que una evolución hacia otra posición menos comprometida lo redimiera de esa imagen de poeta oficial del régimen.
Hoy en día, se le recuerda más por la imagen blanquinegra que se desprende de él en aquel icónico documental sobre su familia, El desencanto (Jaime Chávarri, 1976), que por la relevancia de su obra. Las premisas que lo definen como un poeta franquista, estéticamente reaccionario, que definió la poesía como “vecindad de la palabra con el alma” y cuyas continuas referencias religiosas lo acercan a una literatura de corte místico, hacen de Panero un escritor propenso a prejuicios que ahondan en su marginación.
Más allá de las razones extraliterarias que han contribuido a esta reputación, una de las voces más prestigiosas de la crítica española, el filólogo y escritor Dámaso Alonso, llegó a decir de Panero que se trataba de un poeta “con una autenticidad entrañada y una hondura rezumante como quizá no la haya en toda la poesía española de los treinta últimos años” (la referencia es de 1949, por lo que incluye también a la Generación del 27). Alonso se atrevió a calificar su obra como “la poesía de mayor ternura humana que ha producido la literatura española moderna”. También el poeta zamorano Claudio Rodríguez habla de sus poemas como “tocados por la mano de un ángel”.
La publicación de su obra, más allá de algunas colaboraciones en revistas literarias, llegó de manera algo tardía con La estancia vacía y Versos al Guadarrama, ambos publicados en 1945, aunque con un orden inverso en cuanto a su concepción. Precisamente, Versos al Guadarrama, contiene poemas de su primera época, más vanguardistas e imaginativos, menos personales, aunque igualmente propios.
“Cada día creo más sinceramente que sólo la poesía esencial cuenta a la larga y que es enormemente difícil hacer poemas esenciales, dar una expresión y una unidad última a nuestra intimidad espiritual”
carta de Leopoldo Panero a Dionisio Ridruejo en 1944.
Sin embargo, en La estancia vacía, se empieza a percibir esa intimidad que muestra a un Panero melancólico, emotivo y sincero, evocador de escenarios de infancia y fantasmas de familiares muertos, como el de su hermano Juan, también poeta, cuya ausencia marcó profundamente a Leopoldo.
Poco tiempo después, en 1949, publicó Escrito a cada instante, considerado el mejor ejemplo de madurez creativa en su obra. En sus versos se vislumbra a un gran poeta, de admirable lucidez técnica y artística, preciso y sutil en su expresión, muy cercano a la poesía esencial que tanto anhelaba alcanzar.
La poesía de Leopoldo refleja una intimidad conmovedora, la compleja nitidez de las emociones y los sentimientos que ahondan en el dolor, la soledad, el vacío que dejan los que se fueron, el recuerdo de la infancia y la nostalgia del pasado.
Es una lástima que lo más recordado de su obra haya sido el polémico Canto personal. Unos versos en los que Leopoldo Panero demuestra el dolor y el resentimiento que le provocaron las acusaciones que a él y a sus amigos se les hacían desde posiciones de izquierda, por considerarlos aliados y soporte cultural de la dictadura. En concreto, esta publicación responde al Canto general de Neruda, a pesar de que el chileno no lo interpela directamente a él.
El carácter predicador, propagandístico y revanchista del Canto personal enturbiaron su concepto de poesía esencial, anulando cualquier hito desdeñable de este poema que acabó dilapidando su carrera con la etiqueta de "poeta oficial del régimen".
Tal y como explica el catedrático Javier Huerta Calvo, «lo que quiso ser una sincera y valiente epístola se transformó pronto en un baldón casi ignominioso en la trayectoria del poeta, y no sólo para los adversarios del régimen franquista sino también, y esto es lo más paradójico, para aquellos a los que el poeta había tratado de defender y que, a la altura del año 1953, comenzaban a soltar amarras de aquel».
Soy el que tiene frío de sí mismo. El que viene cargado con el peso de todo lo que quiso."
Fraagmento de El Templo vacío (Escrito a cada Instante)
La explicación es compleja, no había necesidad real de rebelarse contra uno de sus maestros por este asunto (Panero colaboró en el primer número de Caballo verde para la poesía, la revista madrileña dirigida por Pablo Neruda). Probablemente, aunque no pudiera confesárselo ni a sí mismo, algo dentro de él le reconcomía, haciéndole respirar por la herida, admitiendo que estar del lado de una dictadura no es la posición más valiente para un hombre de letras.
Después vino aquel documental, El desencanto, en el que los Panero quedan constituidos como el modelo de familia maldita, cuyos hijos escritores vivieron condicionados por la figura castradora y represora de un padre franquista. Nadie duda de que esa faceta del poeta astorgano existió, pero no deja de ser una visión estigmatizada por las circunstancias que envuelven algunos sucesos de su vida.
Hace tiempo ya que el apellido Panero se perdió con la muerte de sus tres hijos sin descendencia. El único legado que realmente queda del padre se encuentra en su obra y es ahí donde es posible encontrar la "ternura humana" de la que hablaba Dámaso Alonso. La dolorosa e íntima sensibilidad de poemas como El templo vacío, el amor fraternal que tanto lo unía a su hermano en Adolescente en sombra, o la admiración cariñosa hacia la infancia de su prole en Hijo mío.
"La poesía debe volver a unirnos. La poesía debe reconstruir los vínculos rotos, restablecer la amistad y elevar universalmente nuestro canto"
Pablo Neruda en una carta a la poetisa española Ángela Figuera Aymerich,
Nadie permanece ajeno a la peor de las guerras, aquella que hace correr la sangre entre hermanos. La amistad se quiebra, la fraternidad se pierde, la esperanza se posterga y el amor se enturbia. Después, una vez el fuego de la batalla se ha consumido, solo quedan las cenizas, expandiéndose como un manto en blanco y negro sobre un dolor encallado en el silencio. Aquella guerra provocó una división tan radical en el conjunto del pueblo español, que aún resuenan los ecos de tan profunda herida.
60 años después de la muerte del poeta, el estigma que lo acompaña desde entonces sigue dificultando, de alguna manera, la tarea de reconocer en su obra a uno de nuestros mejores líricos del siglo pasado. Pablo Neruda, uno de los agraviados en esta historia, le dijo en una ocasión a la poetisa Ángela Figuera que "la poesía debe reconstruir los vínculos rotos y restablecer la amistad". Muchas veces los aniversarios son la excusa perfecta para hacer examen de conciencia y reconciliarse. Ojalá esta ocasión sea una de ellas y seamos capaces de aludir al nombre de Leopoldo Panero como algo más que "el poeta oficial del franquismo".
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