El escritor francés Thomas B. Reverdy tras su novela-crónica sobre los años del tacherismo El invierno del descontento regresa con Clímax (AdN) una historia ambientada en Noruega donde el mundo tal y como lo conocemos empieza a desmoronarse. El calentamiento global da muestras de su irreversibilidad en una pequeña localidad noruega que vive de la pesca y de las petroleras. Allí unos amigos de la infancia se reencuentran justo en el momento en el que todo empieza a cambiar.
Thomas B. Reverdy lleva el inicio del fin del mundo al epicentro del cambio climático, el Ártico, el lugar que desaparece paulatinamente ante nuestros ojos con un hielo que cada vez tiene menos extensión y con el que desaparecen especies como el oso polar. “El Ártico y la banquisa están en el origen de nuestra comprensión del cambio climático”, afirma el escritor.
P: ¿Por qué Noruega?
R: Porque Noruega vive y mantiene su nivel de vida, gracias a un fondo soberano alimentado por la explotación del petróleo. Al mismo tiempo, los noruegos son gente amable y cercana a la naturaleza, que han incluido en su constitución el derecho al senderismo.
Esto encarna nuestros actuales sentimientos esquizofrénicos, queremos disfrutar de nuestro estilo de vida, de nuestras tecnologías y de todo lo que hace nuestro confort moderno y al mismo tiempo, nos urge y nos incita a preocuparnos por el cambio climático y la destrucción de nuestros ecosistemas.
P: ¿Se han convertido el Ártico y la banquisa en un símbolo del cambio climático?
R: El Ártico y la banquisa están en el origen de nuestra comprensión del cambio climático. Es en los hielos del Ártico donde encontramos, allá por los años setenta, la prueba que vinculaba indudablemente el cambio climático a la presencia de CO2 en la atmósfera, y por tanto a la contaminación.
Además, el Ártico y la banquisa son un entorno en el que se pueden ver mejor los efectos del cambio climático, con los propios ojos, año tras año: ¡Dios, se derrite!
Debo añadir que para un novelista como yo, el Ártico es aunque la ocasión para entender el camino que va. Es un entorno bastante sencillo. Hay un número limitado de especies, y cada una de ellas está muy especializada, porque es una tarea difícil sobrevivir allí. En cuanto el cambio climático amenaza a las más pequeñas, como el zooplancton más microscópico, se ve el impacto en todo el ecosistema.
P: El mundo empresarial de los combustibles fósiles no falta en su novela. ¿Qué papel juega en Clímax?
R: Cuando estaba escribiendo y documentando Clímax, esperaba que mi enemigo fuera probablemente el ecoescéptico. Pero me encontré con un pueblo más villano: el eco-cínico. El que ha entendido muy bien el cambio, y cuya reacción es simplemente : "Bueno, un nuevo mundo trae nuevas oportunidades. ¿Se derrite? ¡Perforemos! Las compañías petroleras estiman que el 30% del petróleo y del gas disponible en la tierra está escondido, bloqueado en algún lugar bajo la banquisa. La economía fósil no está a punto de desaparecer, esta gente tiene un interés objetivo en el calentamiento global. Harán todo lo posible para que llegue el desastre. Son realmente los supervillanos de nuestro tiempo.
P: Combinar el entretenimiento con el compromiso, ¿tiene algún efecto?
R: Nómbralo y existe. La literatura siempre tiene un efecto. Es mágica.
No lo hago para desmoralizar a la gente, sino al contrario, para inspirarla. Inspirar su conciencia, su lucha. Eso es lo que hace el arte. Necesitaremos el arte, la belleza, la imaginación si queremos resistir el desastre.
P: ¿Estamos viviendo el fin del mundo tal y como lo conocemos?
R: Todos los hechos que utilizo para construir la novela ya son reales. El derrumbe de icebergs en la Antártida o en Canadá, el levantamiento de una ola digna de un tsunami, la explosión de una estación de extracción de petróleo en el golfo de México, etc. Si puedo juntarlos y montar una historia con ellos, significa que ya está ahí, en el aire, está a punto de llegar. La banquisa se derrite, incluso en los Alpes los glaciares se derriten, el agua crece y también los huracanes y los gigantescos incendios, los terremotos y las catástrofes son cada vez más terribles. Los eventos extremos son cada vez más frecuentes. Tanto en cuestiones climáticas como en las financieras se utilizan las mismas matemáticas para describirlas. Llevamos unas décadas metidos en un mundo de matemáticas, números y máquinas. Por supuesto, el mundo de mi infancia ya no existe.
La cuestión no es si podemos evitarlo sino qué hacemos con él. ¿Qué haremos con los pobres que no sobrevivirán al cambio climático en el lugar donde viven? ¿Qué tipo de nuevas solidaridades vamos a construir entre las naciones para hacer frente a este problema planetario? No necesitaremos números. Necesitaremos inspiración, imaginación, necesitaremos personas, sus voluntades y sus deseos. Este es el sentido de mi novela.
P: ¿Eres optimista o pesimista sobre nuestro futuro?
R: Lo que pasa con el futuro es que no se puede saber. Quizá ser pesimista sobre el presente sea una buena manera de ser optimista sobre el futuro. Por supuesto que lo conseguiremos. Es nuestro futuro. No es que tengamos la posibilidad de elegir.
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