En 2011, Martin Amis dejó Londres y se mudó a Nueva York. Se instaló con su mujer, la también escritora Isabel Fonseca, y sus dos hijas pequeñas en una bonita casa de cinco plantas en Cobble Hill, uno de los barrios más cotizados de Brooklyn. Y lo hizo en parte para estar cerca del escritor Christopher Hitchens, que padecía un agresivo cáncer de esófago. Amis confiaba en poder disfrutar unos años más de la compañía y la conversación de su mejor amigo, pero Hitchens murió en Houston en diciembre de ese mismo año.
Este pasado sábado, casi doce años después, Amis, uno de los autores británicos más relevantes del último medio siglo, ha fallecido en Florida víctima de la misma enfermedad. Una trágica coincidencia que no hace sino coser más estrechamente dos trayectorias complementarias.
Ambos nacieron en 1949. Al contrario que Amis, Hitchens se dedicó desde el principio de su carrera al periodismo y el ensayo. El autor de Cartas a un joven disidente fue durante su periodo de plenitud uno de los escritores anglosajones más abrasivos, poseedor de un rigor crítico que aplicó de manera inflexible incluso a una santa contemporánea objeto de unánime admiración como Teresa de Calcuta –«no es amiga de los pobres, sino de la pobreza»–, cuya figura desmontó en un libro memorable, The Missionary Possition, inédito en castellano.
La estupidez del novelista
«Christopher era demasiado inteligente para ser novelista», declaró Amis a la revista Slate pocos meses después de la muerte de su amigo. «Necesitas un poco de estupidez y de inocencia para escribir ficción. Si no, te cuestionarás cada frase y no saldrás de ahí. Por eso, si no empiezas a escribir pronto ficción, cuando eres joven, osado y un poco idiota, probablemente no lo harás nunca, porque tus objeciones se multiplicarán con la edad».
La muerte de Hitchens no solo le impuso, según sus propias palabras, «la obligación solemne de amar la vida tanto como él»; le inspiró en buena medida su último libro publicado, Desde dentro (2020), editado en España, como todos los suyos, por Anagrama, y en cuya portada ambos aparecen cómplices, literalmente codo con codo, en una fotografía juvenil.
Amis, que optó desde muy joven por una ficción más o menos contaminada de realidad, fue deslizándose poco a poco, probablemente tras la estela de su amigo, hacia el ensayo crítico, la historia y la política, con obras como Koba el temible, su singular aproximación al legado criminal y genocida del estalinismo. Una obra de madurez que junto con Experiencia, su extraordinario primer libro de memorias, marcó un punto de inflexión en su trayectoria como escritor.
Los nuevos airados
Amis y Hitchens habían formado parte, con otros como Julian Barnes, de la misma hornada de escritores reunidos en los años 70 en torno a la revista de izquierdas New Statesman y llamados a protagonizar una nueva edad de oro de las letras británicas. Amis aterrizó en aquella redacción en 1975, y un año después, con solo 27, se convirtió en su director literario.
Para entonces ya era una pequeña celebridad. Con su primera novela, la autobiográfica El libro de Rachel (1973), había ganado el premio Somerset Maugham a la mejor novela de un autor menor de 30 años, y acababa de publicar su segundo libro, Niños muertos. Su vocación provocadora y su prosa electrizante llamaron inmediatamente la atención de la crítica y el público de su país.
Pero existía un elemento diferencial que multiplicó la popularidad de aquel atractivo joven que se prodigaba en los clubes de Londres del brazo de algunas de las mujeres más guapas de la ciudad y era considerado por los tabloides como el Mick Jagger de la literatura: era hijo del también escritor Kingsley Amis, uno de los angry young men, los jóvenes airados que dos décadas atrás habían diseccionado sin piedad los valores y las convenciones de la sociedad británica.
El padre y el hijo
Martin repitió de alguna manera la operación crítica de Kingsley, pero con otros ingredientes. Entre ellos, una fuerte presencia autobiográfica en sus libros que sacaba de quicio a su progenitor, tal y como reveló en Experiencia. La estrecha y conflictiva relación de ambos marcó la vida y la obra de Amis hijo.
Significativamente, su carrera literaria no fue alentada por su padre sino por su madrastra, la también novelista Elizabeth Jane Howard. Según el propio Martin, hasta las 17 años había sido prácticamente un iletrado al que solo le interesaban los cómics. Fue ella quien le recomendó que leyera a Jane Austen, activando un voraz entusiasmo lector que le permitió ingresar en el Exeter College de Oxford y graduarse en Literatura con honores en 1971. Un año después entró a trabajar en The Times Literary Supplement, antes de dar el salto a New Statesman, donde conoció a Hitchens.
Evolución ideológica e intelectual
Amis se consagró definitivamente a ambos lados del Atlántico con su Trilogía de Londres –Dinero (1984), Campos de Londres (1989) y La información (1990)–. A través de su protagonista, el antihéroe John Self, satirizaba el thatcherismo. Con los años, sin embargo, matizaría parcialmente el ánimo ideológico detrás de aquellas novelas.
«Thatcher laminó los sindicatos y puso a la clase trabajadora en contra de sí misma, pero de aquello surgió una sociedad mejor», afirmó en una entrevista publicada en Financial Times en 2013. «Probablemente fue necesario» y puso la semilla para el surgimiento del Nuevo Laborismo, remachaba.
Por entonces ultimaba La zona de interés, una de las novelas, junto a La flecha del tiempo, que le permitieron explorar la tragedia del Holocausto. Y cuya versión cinematográfica, The zone of interest, dirigida por Jonathan Glazer, se presentó en Cannes el pasado sábado, el mismo día de la muerte de Amis.
Las preocupaciones y opiniones del Amis maduro ilustran su creciente compromiso público y su evolución ideológica. Ya no creía en la división entre izquierdas y derechas, sino entre quienes anhelan y quienes detestan las revoluciones. Él, por supuesto, se posicionaba entre los segundos. Emitió juicios muy contundentes contra el islamismo a raiz de los atentados del 11-S, lo cual le valió ser tachado de islamófobo.
No le importó. La mejor respuesta a esas y otras críticas son sus colecciones de ensayos, tan valiosos como sus mejores novelas: El segundo avión, El roce del tiempo o La guerra contra el cliché, un título que resume una actitud intelectual cultivada en la escuela de disidencia, de desafío de los lugares comunes y de indiferencia ante el asentimiento colectivo que formó con Hitchens. El único amigo con el que se sinceraba del todo, como llegó a confesar alguna vez.
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