Desde ese lugar donde más cómodo se siente, su despacho en Toronto, ha atendido John Irving (Exeter, New Hampshire, 1942) a la prensa en la presentación telemática de su última gran novela, El último telesilla (Tusquets). Este libro es una gran novela en todos los sentidos, por su significado, por el planteamiento y, sobre todo, por su extensión. Más de mil páginas en las que el estadounidense construye la historia personal de Adam Brewster, hijo bastardo de una madre lesbiana que se empareja con una mujer trans.
Adam crece en la heterodoxia de una familia en la que el pasado se dibuja con interrogantes y, a sus ochenta años, regresa al lugar donde fue concebido para reencontrarse con los fantasmas de su pasado. A partir de esta historia, Irving construye una ambiciosa novela donde concurren temas como la ausencia paterna, el amor en los márgenes sociales, la literatura de Melville y Dickens, el esquí o la lucha, todo ello dentro de un decorado social en el que se puede experimentar la evolución social durante las últimas ocho décadas en los Estados Unidos, desde la Guerra Fría hasta Donald Trump.
La novela más larga de su carrera
John Irving se mantiene fiel a su estilo, rebuscando en esos personajes poco convencionales que viven fuera de la norma, la forma de emocionar al lector para que deje atrás los prejuicios y entienda que no somos tan diferentes como nos creemos.
"Es la más larga, pero no ha sido la más difícil", reconoce el escritor estadounidense. "Solo he necesitado seis años para escribirla porque no había nada fuera de mi experiencia personal, no tuve que viajar a ningún sitio ni aprender nada nuevo para escribirla". A pesar de llevar en su contenido tantos temas políticos, Irving insiste en que El último telesilla no es su novela más reivindicativa ni tampoco la más polémica, como sí lo fue Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra (1985), novela que fue llevada al cine como Las normas de la casa de la sidra y con la que ganó el Oscar a mejor guion adaptado.
"El argumento no es un tema político-sexual, es una novela desde el único punto de vista de un personaje heterosexual en una familia completamente homosexual, que recuerda que fue amado como en cualquier familia", explica el autor.
Retroceso en la política sexual
Respecto a esa política sexual que, aunque no ocupa un lugar central en la novela, siempre ha estado muy presente en su obra, Irving se quita la etiqueta de vanguardista. "La política sexual está tan atrasada que mis novelas pueden parecer proféticas. Estamos retrocediendo mucho, especialmente en Estados Unidos, por eso el atraso de mi país me hace parecer más avanzado e inteligente de lo que soy. Pero realmente siempre he sido muy malo prediciendo el futuro, por eso hago novelas históricas, se me da mejor mirar hacia atrás".
De hecho, el estadounidense es un orgulloso conservador literario que solo admira a los clásicos novelistas del XIX y rechaza la modernidad experimental a la hora de construir sus historias. "He sido sorprendentemente exitoso siguiendo el camino de escritores muertos hace más de un siglo, si hubiese tenido que imitar a los Hemingway o Fitzgerald, que les gustaban a mis colegas, seguramente no hubiese sido novelista".
La historia personal del escritor estadounidense ha sido fundamental en su interés por los derechos de las mujeres y de la comunidad LGTBIQ+. Tal y como ha relatado él mismo durante la presentación, gracias al trabajo de su madre como asistente social estuvo muy cerca del testimonio de mujeres jóvenes embarazadas en situaciones de exclusión. También, tuvo mucha influencia el hecho de que sus dos hermanos fueran homosexuales y una frase que escuchó de pequeño en la televisión: "Si los hombres pueden tratar a los mujeres como si fuesen una minoría sexual, qué le puede esperar a las minorías queer". "Me convertí en un aliado porque es la manera en la que crecí", reflexiona.
"No sentí que fui abusado de niño hasta que tuve hijos"
Irving ha querido aclarar, a razón de una de las escenas más polémicas del libro, la historia que muchas veces se le recuerda. Y es que él mismo contó que cuando tenía 11 años y sufrió un abuso sexual por parte de una mujer adulta. "No entiendo la gravedad que se le da a esta historia, a veces las cosas que dices no son tanto mal informadas como mal interpretadas. En aquel momento no me sentí abusado ni asediado, solo fui consciente cuando tuve hijos y llegaron a la edad que yo tenía cuando eso me ocurrió. Pensé que si eso le llega a pasar a mis hijos me habría preocupado y enfurecido mucho. Pero yo le tenía mucho cariño a esta mujer y la hubiese defendido si le hubieran acusado de abuso".
"Estados Unidos está mucho más polarizado hoy que en los años del Vietnam"
Irving insiste en que no es un politólogo ni un profeta, pero eso no le impide reconocer que " el fascismo está de vuelta en el escenario". Recuerda aquel viejo dicho de que el hombre como ese animal que no aprende las lecciones de la historia y tropieza dos veces con la misma piedra. "Estados Unidos está mucho más polarizado hoy que en los años del Vietnam. Es fácil señalar con el dedo a un mentiroso tan terrible, fraudulento e histriónico como Trump, pero no se le puede dar tanto crédito, las personas que lo apoyan existían desde mucho antes, siempre han estado ahí esperando a un demagogo xenófobo e imbécil como Trump. Ahora tienen un portavoz que los representa". No es nada nuevo, se le ha vuelto a dar una voz, la posibilidad de expresarse de nuevo".
Y en esa deriva ultra y reaccionaria, el escritor de El mundo según Garp (1976) pone el foco en "las personas que están más al margen de la comunidad LGTBIQ+, las personas trans" como los más señalados por quienes odian la diversidad sexual.
El último telesilla no es una despedida
Por mucho que suene a despedida esto de la publicación de su último gran libro, Irving aún tiene tinta para, al menos, "dos o tres novelas más". De hecho, la razón por la que dejó de escribir guiones es precisamente para centrarse en los próximos libros.
"El último telesilla no es una novela de despedida en absoluto, de hecho ya he escrito 14 capítulos de la próxima. No sé cuántas de estas escribiré pero trabajo cada día y no he dicho adiós a nadie. Es una despedida de la última novela larga, son ellas de las que me despido. Pero tengo toda la esperanza y toda la intención de seguir escribiendo. La alternativa a morir es ser viejo y a mí me gusta mucho hacerme viejo, me siento muy afortunado por no estar muerto".
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