De todas las artes, puede que sea la poesía la que más se le parezca a la vida. Ambas son refugio de lo inexplicable, almacenes infinitos de sensaciones contradictorias donde caben tantos significados como miradas se posen sobre su superficie. Artefactos a punto de explotar donde cada palabra, momento y silencio tienen sentido por sí mismos. La poesía es capaz de acercarse tanto a la vida porque no requiere nada más que una necesidad de expresión pura y total, aquella que sublima cualquier concepción de lo bueno y lo malo, lo feo y lo bello, lo real y lo imaginario.
Thierry Metz (París, 1956 - Burdeos, 1997) entendió mejor que nadie que el verdadero poeta no precisa nada más que esta pulsión para empezar a escribir. De origen humilde y formación autodidacta, este poeta francés repartió su tiempo en trabajos precarios en fábricas, mataderos y en la construcción para ganarse la vida, con períodos de desempleo durante los cuales llegó a escribir catorce poemarios.
Ahora, la poesía de este referente de la literatura proletaria se publica por primera vez en castellano con Diario de un peón (Periférica), una crónica personal sobre el mundo interior que se esconde tras los andamios de una obra.
Diario de un peón sigue el trabajo de reconversión de una antigua fábrica de zapatos en un edificio de viviendas de lujo. Durante seis meses el peón-poeta se emplea en este libro a base de hormigón y palabras que se amontonan y ordenan en un proceso aparentemente simple y rutinario, pero que entraña la complejidad de una sensibilidad sincera.
Metz sueña, imagina y construye por medio de una inspiración pura, sin intelectualización ni discurso, utilizando términos sencillos e imágenes sugerentes, casi aleatorias y no necesariamente conectadas, cuya plasticidad recrea y emociona.
Los días se suceden, los compañeros vienen y van, el exterior es un decorado vivo que muta a través de la observación y la asimilación. La meditación de Metz nace de los momentos de pausa, como una epifanía intrascendente, sin búsqueda ni obsesión. El estilo del poeta francés juega a desafiar la monotonía gracias a un mundo interior sin pulir. No es intimismo, aunque la mirada parte de su individualidad, no trata de explicarse a sí mismo, simplemente recopila las pruebas de su humanidad gracias a la demostración de su sensibilidad.
En esta dualidad entre el mundo de dentro y el de fuera, surgen destellos de luz, pensamientos fugaces y devaneos que no van a ninguna parte. Pues la realidad también pesa, el trabajo, la faena, los compañeros y la frustración de no encontrar un sentido a tanto esfuerzo. Entre medias, el silencio, los pájaros, las nubes, el arco iris y la omnipresencia de la palabra.
Escribir un poema es como estar solo en una calle tan estrecha que sólo se puede encontrar tu sombra
La tragedia tras la obra de Thierry Metz
Diario de un peón fue escrito en 1990, pero dos años antes los versos de Thierry Metz ya habían llamado la atención en los círculos poéticos franceses llegando a ganar el Premio Voronca con su debut literario Sur la table inventée (1988). La vida y su macabro guion quisieron que ese mismo año su hijo más joven, Vincent, muriese atropellado por un coche cuando tenía ocho años, marcando para siempre la vida y la obra del poeta.
A partir de ahí, su obra toma un cariz más filosófico y existencialista, transmitiendo esa calma melancólica que impregna sus meditaciones de una contención emocional casi críptica.
Y es que la tragedia ahogó a Metz en el alcoholismo, llevándolo a ingresar en dos ocasiones en una clínica psiquiátrica en Burdeos. Fue allí donde escribió sus últimas páginas, enfrentando sus fantasmas en el diario L'Homme qui penche (1997). Su último escrito está fechado 31 de enero de 1997, dos meses y medio antes de quitarse a la vida a los cuarenta y un años, el 16 de abril de 1997.
Thierry Metz se despidió de la poesía y de la vida casi de forma simultánea, poniendo fin a una obra única, donde el instinto y la expresión siempre pesaron más que la técnica y el discurso. En su historia no hay ningún ejemplo de superación, pues lo realmente valioso de su legado es que no necesitó ser nadie excepcional para dejar un testimonio universal. Simplemente un modesto trabajador que fue capaz de encontrar poesía entre tanto escombro.
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