Las novelas de Santiago Roncagliolo (Lima, 1975) son como mirarse en un espejo donde la mirada perdida del ser humano siempre acaba topando con sus terrores más profundos. Un universo del suspense donde historia, política y religión se dan cita para hablar de aquello que tan difícil se nos hace de explicar: el miedo.
En su último libro, El año en que nació el demonio (Seix Barral), el escritor peruano afincado en Barcelona viaja al virreinato del Perú en pleno siglo XVII para adentrarse en una historia de brujería, demonios e inquisición donde las supersticiones y los prejuicios juegan un papel fundamental. "La novela se mete dentro de una atmósfera de odio al sexo y al cuerpo de este tiempo y esta cultura", explica el autor en un encuentro con prensa.
"Siempre trabajo tratando de explorar las figuras que nos dan miedo, los monstruos, los vampiros, los hombres-lobo, los fantasmas no están en el mundo paranormal, sino en la historia de los países y en el corazón de las personas. Todo monstruo es en realidad un chivo expiatorio, los creamos para culparlos de nuestros problemas y en esta ocasión me interesaba el concepto de la bruja", señala el escritor peruano. En concreto, El año en que nació el demonio aborda la dificultad que existía entonces para distinguir a una bruja de una santa.
Una mirada al pasado en clave de presente
Roncagliolo reconoce que el pulso de su escritura mira hacia el pasado en clave de presente, encontrando en lo que ocurría en el siglo XVII otra forma de hablar sobre lo que pasa en la actualidad. "Las cosas que destacas de entonces son las cosas que te impactan porque las lees desde este siglo. La inquisición, por ejemplo, no deja de parecerse mucho mucho a la cancelación, esa humillación pública del que piensa diferente, que ahora hasta es más variada, porque antes era una sola".
El autor utiliza un universo macabro para construir su historia a partir de un realismo mágico gótico. Gracias a una documentación exhaustiva, su relato histórico se sirve de hechos y personajes reales a los que ficciona para ir más allá y profundizar en lo que pensarían y sentirían entonces. "Lo que sí traté es que nadie dijera cosas que no habría dicho en el siglo XVII, no quería un personaje del siglo XXI en un decorado del siglo XVII".
Oscurantismo y religión
Después de tratar el tema de la religión en anteriores novelas como Abril rojo, con la que ganó el premio Alfaguara en 2006, o Y líbranos del mal, Roncagliolo vuelve a introducirse en el oscurantismo de los prejuicios que persiguen al diferente. "Hay un choque cultural muy fuerte, pues las religiones originarias, no solo las latinoamericanas, son la mayoría agrarias y valoran la fecundidad. Cuando llega la religión católica, que está obsesionada con impedir el sexo, su concepto de lo que son las mujeres es justamente lo opuesto, por eso es inevitable que esos inquisidores viesen brujas por todos lados. Pero lo único que veían realmente era gente diferente, gente a la que no podían entender".
Al escritor peruano "le interesan las historias perturbadoras e inquietantes", por eso piensa que es inevitable acabar topando con la religión. "La religión lidia con todas esas cosas, con la muerte, lo desconocido trata de componer una versión para reconfortarte con el hecho de que vas a morir y de que existe el mal. Y, a la vez, siempre me ha interesado la idea del poder como institución humana y la Iglesia siempre ha tenido mucho, un poder basado en la moral, no basado ni en elecciones ni en sistemas de gobierno".
Desmontando a la Santa Inquisición
Esta novela está escrita en primera persona como una carta que el alguacil Alonso Morales envía a sus superiores del Santo Oficio en España, elaborando un decálogo de cómo funcionaba la organización de la Inquisición, desde su escalafón más inferior. "Los alguaciles como Alonso eran unos pobres muertos de hambre, con poca preparación y que no cobraban por su trabajo. Empleados públicos que, en sus funciones rutinarias torturaban a la gente, pero es que los torturadores son mucho más grises de los que nos gustaría creer, no son genios del mal".
Roncagliolo también relata cómo, en sus investigaciones sobre los procesos a brujas, ha encontrado que las argumentaciones en uno u otro caso respondían básicamente a lo que decía el inquisidor, "era una burocracia caprichosa muy diferente a esta maquina del mal tan fría y bien engrasada que tenemos en mente".
Los conventos como "islas de mujeres libres"
Otro de los elementos clave en la novela es el papel de los conventos para mujeres, auténticas "islas de mujeres que eran más libres dentro de sus muros, que aquellas que vivían fuera". El autor de El año en que nació el demonio se ha inspirado en un monasterio real en Arquipa dedicado a Santa Catalina. Un lugar de culto que es como una ciudadela donde las monjas han creado una pequeña república de mujeres liberadas, que viven bajo sus propias normas.
"Había algunos conventos que dependían del obispo y otros que dependían de la congregación. En el caso de estos últimos, esas congregaciones estaban en Roma y en la práctica no dependían de nadie. Cualquier mujer que tuviese un plan diferente a ser esposa se iba al convento, y allí podía ser devota, pero también podía ser lesbiana, poliamorosa, escritora, cantante, correr toros... Es algo que se sabía en el caso de aquellos que tenían este régimen más liberal".
Las mujeres de la novela de Roncagliolo son, según el propio autor, más libres que sus coetáneas. "Rosa (inspirada en Santa Rosa de Lima) tuvo una vida libre, vivió como ella quería y no como le decían que debía vivir".
El perdón histórico de los españoles
En relación a la influencia de la Iglesia y el Estado español en las Américas y el perdón que le pueden deber los españoles sus colonias, el escritor peruano se ríe, recordando que este debate está, principalmente, al servicio de los políticos del presente, no de la verdad del pasado. "El que cree que los españoles de ahora tienen que pedir perdón me parece que tiene una visión completamente infantil, pero el político español que dice que allí eran todos medio caníbales también". Roncagliolo ha zanjado el tema asegurando que ambas partes alimentan sus propios prejuicios y no tienen ningún interés en la verdad histórica. "El simple hecho de verlo como un partido de fútbol entre España y el resto del mundo es una falta de respeto a una zona donde conviven tantas culturas".
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hace 1 año
Un poquito ignorante y con muchos prejuicios