"Escribir sobre el París de los años 20 ha sido una obsesión durante mucho tiempo, era algo que quería hacer para 'empadronarme' en esta ciudad", dice un Máximo Huerta (Utiel, Valencia, 1971) alegre y orgulloso mientras observa el inconfundible skyline de París desde las escaleras de la Basílica del Sacre Coeur. Allí en Montmartre, cuna de la bohème parisina, el escritor se ofrece a hacer de guía a unos cuantos periodistas que hemos viajado con él para conocer los lugares y ambientes en los que se ha inspirado para su último libro, París despertaba tarde (Planeta).

Huerta se ha servido de la literatura para viajar a una época y un lugar que mira con una mezcla de admiración y nostalgia hacia el París de 1924. Una ciudad de las luces que, como dijo Henry Miller, se había convertido en el ombligo del mundo. Todo lo que hervía en sus calles merecía ser contado, sus cafés y bistrós acogían celebraciones y conspiraciones, y en sus pensiones y buhardillas flotaban las ideas de aquellos que soñaban con cambiar el mundo.

Es en este contexto en el que el autor sitúa a las protagonistas de la novela, Alice Humbert, uno de sus personajes de ficción más queridos (Una tienda en París, 2012), junto a otro personaje real cuya vida parece sacada de la ficción, Kiki de Montparnasse. A través de estas dos chicas de origen humilde, Huerta construye en París despertaba tarde un relato de amor y amistad, de dolor y perdón pero, sobre todo, un canto a la vida y a la juventud. Una "última fiesta" en la que el futuro no existe y todo es posible.

Cuenta el escritor que la idea de esta novela le vino como una especie de epifanía al fijarse que, en una de las bóvedas del Sacre Coeur se podía ver a dos mujeres vestidas de valencianas, teniendo una de ellas un perfil aguileño muy parecido al de Kiki de Montparnasse. A partir de ahí, surge la oportunidad de investigar sobre los vestidos que usaron las modelos e imaginar una historia en la que la moda juega un papel esencial.

La idea de la novela le vino como una especie de epifanía al fijarse que, en una de las bóvedas del Sacre Coeur, se podía ver a dos mujeres vestidas de valencianas. Una de ellas tenía un perfil aguileño muy parecido al de Kiki de Montparnasse

El París de Máximo Huerta es aquel en el que aún sigue repicando el sonido de las copas, un reflejo de lo que fue su época dorada. La eterna musa de tantos artistas que han venido y lo siguen haciendo como peregrinos de inspiración. Esta fue la ciudad de la que el valenciano se enamoró a primera vista en 1988 y a la que regresó años después, en 2016, para vivir su propio sueño parisino.

Bajando por el barrio de los impresionistas, Máximo se cuida de evitar las calles más turísticas, en una especie de obsesión imposible por evitar el cliché en una ciudad que es un cliché en sí misma. Pasando por delante de una coqueta cafetería llamada Le Progres, nos cuenta que aquí solía venir a escribir.

Máximo Huerta posa en lo alto de Montmartre. | Javier Ocaña

Nos descubre callejones secretos tras la Place des Vosges, atravesamos los pasajes de la Rue Saint Paul, o nos cuela con picardía en los antiguos talleres de artistas en la Rue Campagne Première, a tan solo unos pasos del mítico hotel Istria. "Bonjour", saluda al entrar en Le Dôme, centro de reuniones y fiestas en Montparnasse, donde coincidían las mentes más brillantes y alocadas del París de los años 20. Y con ese aire de anfitrión satisfecho de sí mismo, nos invita a pasar a restaurantes centenarios que huelen a trufa y a boletus, como el Chez Julien o Le Procope, fundado en 1682 (el más antiguo del mundo, con permiso del Casa Botín de Madrid).

Ataviado con abrigo de paño, jersey de cuello vuelto y gafas de doble puente, Máximo bien podría presentarse como un parisino más, y no tiene ningún reparo en hacerlo. En medio de este viaje a través de 'su París', entre parada y parada, el periodista, escritor, librero y ex ministro de Cultura atiende a El Independiente en una entrevista con el mismo desparpajo y soltura con la que se mueve por las calle de la ciudad.

Pregunta.- ¿Qué significa París para ti?

Respuesta.- A mí no me gusta tanto París por lo que tiene, sino por cómo me siento yo en la ciudad. Me siento muy bien y esa es la principal razón por la que me gusta tanto este lugar. Luego también ha sido siempre un ejemplo cultural, de moda, de arquitectura... todo eso es importante, pero para mi emoción es algo secundario. Yo aquí me siento más Max que en ningún lugar.

P.- ¿Fue amor a primera vista?

R.- Amor a primera vista desde el año 88. Es la única relación duradera que he tenido (ríe). Esta ciudad es como un amante, a veces te enfadas, pero luego viene con flores y te conquista. Siempre tienes ganas de volver, quieres quedarte, de pronto dices: "Mañana volveremos". Es una relación apasionada. Vuelvo casi todos los meses. Me gusta mucho cómo se mueve aquí el cine, la cantidad de exposiciones que hay, salir... Tiene otro ritmo, ahora en España lo llamamos tardear, pero aquí ya existía eso de tomarte el vino por la tarde. La vida aquí me gusta.

Máximo Huerta en la Basílica del Sacre Coeur. | Javier Ocaña

P.- La cultura del 'picnic': coger una botella de vino y un queso e irte a tomártelo a cualquier lado.

R.- Eso es algo que he hecho por imitación y ha acabado siendo mi mejor plan de ocio. Mis amigos franceses no hacen botellón, hacen pique-nique.

P.- Ya has comentado antes que París despertaba tarde ha sido un proyecto que te ha llevado una década de preparación. ¿Cómo ha sido volver a un tipo de ficción más desapegada después de una novela tan personal como Adiós, pequeño?

R.- Ha sido muy divertido, esta novela la he escrito muy al estilo de Mendoza, para divertirme, creo que es una novela para disfrutarla como lector y como escritor. Es una historia disfrutona en la que viajas, conoces, te enamoras. Esta novela es un viaje.

P.- Es una novela muy vitalista.

R.- Es que es alegría de vivir, es la última fiesta. Dejar de pensar en lo que pasará mañana y celebrarlo siempre como si nunca más pudieras hacerlos.

P.- En ese sentido, también es un relato de juventud.

R.- Claro, es una foto de cómo estaban los jóvenes en esa época, los que quedaron después de la guerra y cómo se tuvieron que enfrentar al dolor y a un país con un espíritu conservador. Pero le dieron la vuelta y dijeron: "Vamos a olvidarnos de todo y vamos a vivir, por si acaso".

P.- Y en ese París de los años 20, que es el centro de todo.

R.- Es el único momento histórico en el que París es la ciudad más cosmopolita del mundo. De pronto la ciudad es refugio, paraíso y concentración de artistas de todo el mundo. Porque, todo lo que está pasando, está pasando aquí. Además, el arte no pertenece al talento nacional, sino a los que vienen de fuera. La vida no se medía por metros, sino por sillas.

P.- Es una historia que se ha contado muchas veces, pero no tanto desde la perspectiva de estas mujeres de las que se rodeaban los artistas, que casi siempre se las representa como meras figurantes.

R.- Eran el complemento. Yo he puesto la mirada en las mujeres porque fueron las que se quedaron solas en la guerra, tuvieron que coger las riendas de su vida, y se transformaron y lo transformaron todo. Ellas cambiaron la ciudad y fueron el elemento motor de la vida de manera autónoma, libre y feliz.

P.- El personaje de Kiki lo plasma muy bien.

R.- Es que fue alguien que existió y que representa, como dijo Hemingway, los años 20. Ella es el ejemplo de lo que fue aquello: la vida hoy, ahora, a vivirla.

P.- No escondes en ningún momento tu querencia por la nostalgia.

R.- Para mí la nostalgia no es amarga, la nostalgia es dulzona. Se trata de pensar en los recuerdos que quedan, las sensaciones. Creo que la memoria, la melancolía y la nostalgia son un ejercicio disfrutón y sabroso.

P.- Te has preocupado mucho de intentar contar un París que no esté muy estereotipado. ¿Cómo ha sido la elección de lugares?

R.-Era muy fácil caer en los tópicos. Pero me he documentando leyendo mucho libro francés, biografías de todos los que participaron en esos años, para ver de verdad qué lugares frecuentaban, qué personajes aparecían, por quién gritaban, por quién brindaban. He querido ser muy fiel al momento exacto, en lo deportivo, con los Juegos Olímpicos, y por supuesto en la moda.

P.- ¿Qué otras referencias te han servido para inspirarte?

R.- Mucha fotografía, de Atyet y de otros, mucho documental en blanco y negro. La fotografía me ayudó mucho a ver el entorno y luego las biografías de los personajes en primera persona narran perfectamente algo que parece que sucedió ayer. Fue tanta la fiesta que yo creo que todavía sigue sonando el ruido de las copas.

Máximo Huerta paseando por París. | Javier Ocaña

P.- Antes dijiste que este libro lo has escrito para empadronarte en París, cómo de parisino te sientes.

R.- Como los personajes sobre los que escribo. En aquel momento no eran franceses, pero se sentían parisinos. Pues yo igual, no soy francés, pero me siento parisino. Y mi única manera de empadronarme era escribir esta novela.

P.- Hay una frase en el libro que dice: "Bastó la Primera Guerra Mundial para cambiarlo todo, para hacernos entender todo. Y la olvidamos, esa fue la clave para vivir".

R.- La clave para vivir es el olvido.

P.- Es inevitable establecer paralelismos con aquella época post-traumática, ahora hemos vivido hace poco algo parecido con la pandemia.

R.- Y la hemos olvidado. Porque uno no puede vivir sin olvidar, de hecho no puedes ni siquiera enamorarte, o empezar algo de nuevo. Lo primero es el olvido. Creo que tenemos mucha facilidad para olvidar, las sociedades, los países. Es algo innato.

Esto era un refugio de vida, de libertad y de libertinaje. Negros, homosexuales, travestis, aquí estaba todo bien visto

P.- Aparte, ese período de entreguerras también fue el caldo de cultivo para lo que vino después: extremismos, otra guerra peor...

R.- Mientras se estaba disfrutando aquí, en Estados Unidos había una oleada de conservadurismo con la ley seca o el racismo, en Italia Mussolini, en Alemania Hitler. Había una ola alrededor de París conservadora y de moralidad que ya estaba hirviendo. Y eso sucedía mientras, por ejemplo, algunos negros aquí estaban viviendo como estrellas del swing. Esto era un refugio de vida, de libertad y de libertinaje. Negros, homosexuales, travestis, aquí estaba todo bien visto. Pero ya eran conscientes de eso, no es que lo hayamos mitificado ahora, sino que ellos ya estaban siendo conscientes de que estaban viviendo una cumbre cultural y social. En ese momento ya estaban mitificados. Lo sé por cómo lo cuentan.

P.- Por volver al paralelismo con nuestra época actual, ¿qué análisis haces del papel de la cultura en un ambiente social parecido?

R.- Ahora nada nos sorprende, estamos culturalmente anestesiados, como si ya lo hubiéramos visto todo. Hay que volver a comportarse como un crío, o como un parisino de los años 20 y volver a sorprenderse por todo. A jugar, tener menos miedos, menos prejuicios y, otra vez, subirse a la mesa y brindar.

P.- La semana pasada, en el Teatro de La Abadía, Vox convocó una manifestación para que no se representase una función. ¿Qué opinas del regreso de esta ola reaccionaria y censuradora?

R.- Bueno, mira la ola reaccionaria con Victor Margueritte y la novela de La Garçonne, que hizo que se vendieran 700.000 libros de golpe. A veces la prohibición acaba alimentando el atractivo. A veces le puede salir el tiro por la culata a quien se empeña en prohibir.

P.- ¿No crees que esté en peligro la cultura?

R.- La cultura es lo único que nos sobrevive. Nos moriremos todos y la cultura que haya generado esa época se mantendrá por encima de todos nosotros.

P.- Hablando de vender libros, ¿qué tal te va en tu nueva faceta como librero?

R.- Pues muy tranquilo y muy contento. Estoy muy satisfecho. Me he equivocado en muchas cosas de todo tipo, pero abrir una librería ha sido uno de los grandes aciertos de mi vida. Se ha convertido en el epicentro cultural y en el motor de la vida de mi pueblo.

P.- ¿Qué has aprendido de esta experiencia?

R.- Pues me ha demostrado que todo depende cómo lo cuentes y cómo lo hagas, puedes revolucionar un entorno, un barrio o un pueblo. Trabajar en la librería también me ha enseñado la cantidad de gustos y lo diferentes que somos todos, eso es algo que me parece maravilloso.