Hay una generación de escritores rusos inmediatamente anterior a la Revolución de 1917 a los que la dictadura soviética no fue capaz de encajar en su estricto ideario político. Intelectuales de vanguardia que habían puesto en valor la poesía rusa en toda Europa y que, en su mayoría, también apoyaron los ideales comunistas de la Revolución. Son los integrantes de la llamada Edad de Plata rusa, poetas que vieron con dolor cómo la intransigencia del nuevo régimen los relegó a la ignominia y la miseria.
Dentro de este grupo al que pertenecen autores como Borís Pasternak, Ósip Mandelshtam, Mijaíl Bulgákov e incluso el "Poeta de la Revolución", Vladímir Mayakovski; hubo dos mujeres capaces de sublimar la poesía de su tiempo y a las que el régimen soviético quiso hacer olvidar por todos los medios: Anna Ajmátova (Odessa, 1889 - Moscú, 1966) y Marina Tsvetáieva (Moscú, 1892 - Yelábuga, 1941). Ambas marcadas por una trayectoria poética común, condicionadas por matrimonios infelices y una desgarradora persecución política que las llevó al límite. Vidas paralelas que apenas llegaron a cruzarse durante dos tardes de junio en 1941, meses antes de que Marina se quitara la vida dejando huérfana su prometedora relación.
Esta es la historia que la catedrática de Literatura Española en la Universidad de Barcelona y crítica literaria, Ana Rodríguez Fischer, ha desempolvado con Antes de que llegue el olvido (Siruela), libro que le ha valido el Premio de Novela Café Gijón 2023. Sirviéndose de la voz de Ajmátova, Rodríguez Fischer compone una elegía con trasfondo de soliloquio en el que imagina uno de esos encuentros imposibles entre dos de las poetas rusas más destacadas de los años 30.
La escritora asturiana imagina este hipotético encuentro frustrado por el suicidio de Tsvetáieva en una especie de correspondencia a la posteridad en la que ofrece un repaso sobre la soledad y el amor, los ideales románticos de la juventud, el desencanto, la represión y el acoso, y, por supuesto sobre su obra poética. "Lo que me movió a escribir esta historia fue fundamentalmente ese encuentro imposible en el que podían sentirse muy próximas, dialogar y escribirse de una forma confidencial", explica la autora en una conversación con El Independiente.
Anna Ajmátova y Marina Tsvetáieva, vidas paralelas
Anna Ajmátova y Marina Tsvetáieva son las dos únicas poetas de esa generación y, aparte de compartir amistades, círculos e intereses, ambas estuvieron muy marcadas por sus complicadas relaciones amorosas. En el caso de Ajmátova tuvo hasta tres maridos diferentes y entre sus amantes resalta el que mantuvo en 1911 con el pintor italiano Amadeo Mogidiliani. Su primer marido, el escritor Nikolái Gumiliov, padre de su hijo Lev, fue fusilado por conspiración. Igual que el marido de Tsvetáieva, Serguéi Efron, quien había luchado con el Ejército Blanco, obligando a ambos a vivir en el exilio.
"Tuvieron matrimonios infelices o desgraciados, cada una de ellas por motivos muy distintos, -cuenta Rodríguez Fischer- Marina se casó con Serguéi Efrón, de una manera muy impulsiva a los 18 años, cuando él tenía 17, cuando acababa de suicidarse la madre en un pensión de París. Entonces ella, de alguna manera, quiso salvarlo de la muerte atrayéndolo hacia sí y casándose con él. Luego, en los años del exilio, le pesó mucho y se arrepintió".
Ambas tuvieron que luchar contra las consecuencias de la represión estalinista en sus propias carnes y también dentro de sus propias familias. A Anna, por ejemplo, la manera de castigarla fue a través de su hijo, al que recluyeron en la prisión de Leningrado.
"Eran ingobernables y no se sometían. Además, formaban parte del territorio que es el de la libertad y la creación, que no deja de ser un territorio inmaterial, que no puedes aplastar con unas botas ni puedes disparar con una pistola. Eran gente que no había ingresado en el partido y no se había sometido a las órdenes, a la disciplina y a las consignas, eso era lo que preocupaba a Stalin", responde la autora.
Rusia, condena y necesidad
Sin embargo, a pesar de que en Rusia no eran bienvenidas, cada una de ellas vivió esta persecución a su manera, con la inevitable necesidad de regresar o pertenecer siempre a sus raíces.
Marina, desde el exilio, se arrepintió mucho de su decisión de acompañar a su marido. En 1920, al acabar la guerra civil rusa, Irina, su hija pequeña, muere de desnutrición en un asilo infantil y en julio se instala con su marido en Praga, para después volver a París, donde vivió a disgusto durante 14 años. "Todo el destino trágico de Marina tiene mucho que ver con esa sujeción, voluntaria inicialmente. No tarda mucho tiempo en percatarse de que ella no tiene nada que ver con el exilio blanco, con la aristocracia, la nobleza, etcétera. Al principio le dejan publicar en las revistas del exilio, sobre todo prosas, pero después ella se convierte en una figura absolutamente incómoda, marginal y poco a poco dejan de publicarle. Dice: 'En Rusia no me publican, pero me leen y aquí ni me leen ni me publican más', refiriéndose a Francia", relata Rodríguez Fischer.
Anna Ajmátova también pasó por París, allí se empapó de las vanguardias europeas y vivió una breve historia con Mogdiliani, pero después acabó regresando a Rusia, donde acabaría estableciéndose a pesar de sus problemas con el régimen. "Ella tenía más problemas de salud, era una mujer con un temperamento más tímido, más inseguro y tenía a su hijo. Pero también era consciente de que fuera de Rusia no podría respirar y, por tanto, escribir".
Dos estilos únicos
Por mucho que nos empeñemos en hablar de Ajmátova y Tsvetáieva en conjunto, en cuanto a su estilo literario cada una fue única a su manera. "La de Marina es una escritura, sobre todo en prosa, muy astillada, con separaciones y pausas muy particulares, usaba los guiones en lugar de los puntos y las comas. Una prosa más seca, imagino que porque toda esa obra en prosa la hizo en los últimos años y a una velocidad tremenda. En cambio, los poemas de Ajmatova tienden más a la narración. De hecho, hay poemas que a mí me han servido para construir escenas. Los de Marina tienden más a la abstracción a la condensación de una imagen", explica la catedrática.
Ajmatova fue integrante del llamado acmeísmo, una forma de respuesta a la ambigüedad del simbolismo. Un estilo poético que defiende la claridad, la sobriedad y lo concreto. Gracias a esta capacidad para hacer palpable lo ultramundano, su obra poética siempre será recordada como uno de los testimonios más valiosos sobre la Gran Purga.
En concreto, su poema más conocido, Réquiem, es una suerte de Guernica capaz de poner en palabras las consecuencias de un sufrimiento inhumano. Precisamente por esa incapacidad de callar frente a la injusticia su obra fue prácticamente desconocida hasta el fin de la Unión Soviética. Réquiem se publicó por primera vez en ruso fuera de sus fronteras, en Alemania en 1963. Para poder verlo publicado en la URSS hubo que esperar hasta 1987.
Un legado aún por conocer
La obra de estas dos poetas capaces de crear belleza en los años más complejos de la Europa del siglo pasado permanecen aún como un tesoro por conocer para muchos lectores. Su obra, traducida al español, se está rescatando poco a poco por algunas editoriales y, se espera que dentro de poco aparezcan nuevas publicaciones suyas.
Ya en 2018 Galaxia Gutenberg editó una antología poética de ambas en El canto y la ceniza, coincidiendo con la publicación de He leído que no mueren las almas, de Anna Ajmatóva en la colección Poesía portátil de Random House. Hace apenas un mes, Anagrama ha rescatado unos ensayos de Marina Tsvietáieva titulados El poeta y el tiempo y se espera que la editorial Pretextos, que ya el año pasado publicó el poemario de La amiga, saque otro titulado Mi hermana.
Un legado que por fortuna sobrevivió al olvido y hoy, después de tanto sufrimiento y dificultad, continúa conmoviendo a cada lector que descubre estas dos grandes poetas de la Edad de Plata de la poesía rusa.
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