Nueva York, la eterna ciudad de los rascacielos que nunca duerme. Por sus calles, Sarah Jessica Parker corre tras un taxi que no logra alcanzar, Peter Parker lanza telarañas bajo la careta del hombre araña y Kevin se encuentra con Donald Trump tras quedarse, unas navidades más, solo en casa. También, Audrey Hepburn pasea, cruasán y café en mano, por delante de la joyería Tiffanny's, escaparate de sus sueños. Pero, a pesar de que Desayuno con Diamantes fue un éxito sin precedentes, Truman Capote (1924-1984) detestó la adaptación al cine que se hizo de su novela y que le hizo definitivamente famoso.

Homosexual glamuroso en la década de los cincuenta, Capote era el dueño de la ciudad. Su presencia iluminaba todas las fiestas a las que acudía y su mente despierta, experta en difundir y crear chismorreos, le abrió camino hasta los corazones de todas las ricas y famosas que querían la amistad del tan reconocido autor. Ellas eran sus cisnes, mariliendres de la época en version sofisicada. Ellas se abrían con él, le contaban todos sus secretos. Encontraban consuelo y el atormentado autor obtenía lo que más ansiaba, además de material para sus historias y sus cotilleos: la aceptación. Formar parte de algo.

Afeminado y provocativo, Capote se pavoneaba por la ciudad que tanto le dio y tanto le quitó. Su carrera estuvo definida por la búsqueda de un estilo único, y su vida por el lujo, el alcohol y las drogas. El delirio de grandeza de uno de los grandes cuya ambición jamás se vio agotada. Él mismo lo decía en una entrevista apenas dos meses antes de morir, cuando esa sociedad que tanto amaba le había dado la espalda: "Nunca hubo nadie como yo, y no habrá nadie como yo cuando me vaya". Tenía razón.

Se cumplen cien años del nacimiento de Truman Capote y la editorial Anagrama recupera la obra de un personaje más conocido por sus andanzas mundanas, ya fuera en Nueva York, en Italia o en Tánger, que por la literatura que le costó sangre, sudor y lágrimas destilar.

Relatos tempranos

El 30 de septiembre de 1924 nacía en Nueva Orleans Truman Streckfus Persons. Abandonado por su padre y desdeñado por su madre, el pequeño Ícaro no tardó en fantasear sobre una vida que pudiese darle todo aquello que ansiaba. Buscaba el éxito, una vía de escape ante una infancia en la que, si bien no le faltó de nada, no tenía lo que de verdad quería.

Con su madre vivió en Monroeville, Alabama. Tildado de chico raro, Truman no se avergonzaba de ser homosexual; al contrario, lo abanderaba con orgullo. Fue en ese pueblo retrógrado dónde el genio encontró una luz, una vía de escape ante el aislamiento que vivía: la escritura fue su salvavidas. También Harper Lee, una chica dos años menor que él y que le acompañaba en todas sus aventuras. Lee escribiría años más tarde Matar a un ruiseñor, una novela que rememoraba esos veranos con su amigo de la infancia y con la que ganó el Pulitzer.

Cuando la oportunidad llama a tu puerta, que menos que abrirla, y eso Truman lo tenía muy claro. José García Capote, un empresario nacido en las Islas Canarias, se enamoró profundamente de la madre del chiquillo, casándose en segundas nupcias. El empresario hizo mucho por su nuevo hijito: le prestó su apellido y le concedió su deseo de irse a vivir a la ciudad que nunca duerme. La familia se instaló en Brooklyn y Truman, ya Capote, comenzó su proyecto de futuro.

Plegarias atendidas

A los diecisiete años era ya el aprendiz más joven de la célebre revista New Yorker, empezando a hacer pinitos en un mundo que le fascinaba. La literatura le había absorbido por completo, escribía todo aquello que veía. Sus relatos, publicados en distintas revistas literarias, le hicieron ganarse el reconocimiento del público. Con tan sólo 24 años publicó su primera novela, Otras voces, otros ámbitos (1948), una de las primeras en las que se plantea de forma abierta la homosexualidad. Capote, al fin, acariciaba la fama que tanto ansiaba.

Una vorágine de sentimientos y palabras empezaron a bullir en su interior. Novelas, relatos, entrevistas, guiones de cine... Escribir, escribir y escribir. Capote buscaba un estilo único, transgresor, que no fuese comparable con nada de lo que se había escrito hasta el momento. Odiaba la literatura de su época: nadie lo hacía como él. En sus textos buscaba a la persona que hay tras el personaje, diluyendo la delgada línea que separa la ficción de la realidad: la conversación mutua (un "arte agonizante") que nunca tuvo, la infancia que le fue arrebatada, el amor que siempre buscó... Era un tiempo de enormes egos.

Truman Capote y la editora del 'Washington Post', Katharine Graham, en el Black & White Ball organizado por el escritor en el Hotel Plaza de Nueva York en 1966.
Truman Capote y la editora del 'Washington Post', Katharine Graham, en el Black & White Ball organizado por el escritor en el Hotel Plaza de Nueva York en 1966. | Mel Finkelstein / Library of Congress

No se perdía ninguna fiesta, organizó unas cuantas, como su famoso Black & White Ball, fue como un Gran Gatsby de los 50 y los 60. Bailó con Marilyn Monroe (a quien describiría como "una adorable criatura"), se codeó con Marlon Brando, despreció la escritura de Joyce Carol Oates... Escandalizó al mundo con sus borracheras e incomodó a su pareja (y a sus numerosos amantes), Jack Dunphy, con su amor por la cocaína. Dunphy llegó a decir que se alegraba de la autonomía que le daba vivir separados, así "me ahorraba la angustia de verlo beber y drogarse". Todo era una falsa máscara de noches ostentosas y espectaculares con la que ocultar una triste verdad: Truman Capote se sentía profundamente solo. Trataba de aferrarse al éxito como el náufrago a la madera que flota.

Escribir a sangre fría

"Un rico agricultor de trigo, su esposa y sus dos hijos pequeños han sido encontrados hoy muertos a tiros en su casa. Habían sido asesinados con disparos de escopeta a corta distancia después de haber sido atados y amordazados". Así aparecía en noviembre de 1959 en The New York Times la noticia que cambiaría la vida de Capote para siempre.

Con su eterna amiga Harper Lee como acompañante, Capote se dirigió a Holcomb, Kansas, a investigar el horrible crimen. Su ambición le puso delante un nuevo objetivo: quería ser el primero en escribir una novela de no-ficción (aunque Rodolfo Walsh ya se le había adelantado con Operación Masacre). El autor estuvo más de seis años yendo y viniendo de Kansas, estudiando informes, entrevistando a los testigos y, tras la detención de los dos asesinos de los Clutter, Perry Smith y Richard Hickock, hablando con ellos en prisión.

A sangre fría se cometió el asesinato. A sangre fría se les juzgó en sociedad. A sangre fría se tituló la obra que catapultó a tan atormentado escritor a la cima de la literatura. Un clásico instantáneo, cuya investigación terminó cuando los criminales fueron ejecutados en la horca en abril de 1965.

Fue un ejercicio extremo de escritura pero, sobre todo, fue un ejercicio extremo de mimetización con el mal, que puso a prueba la salud y el temperamento del escritor. Capote se ganó la amistad de ambos prisioneros, viendo el reflejo de sí mismo en Perry. "Es como si él y yo hubiéramos crecido en la misma casa y un día él hubiera salido por la puerta de atrás y yo por la de delante", llegó a admitir.

El camaleón se confiesa

Capote se retiró a la Costa Brava para escribir A Sangre Fría en la más austera soledad. Leila Guerriero, tras los pasos de esta soledad, hace su propio ejercicio literario con La dificultad del fantasma (Anagrama, 2024). Viviendo la vida que Capote vivió en España, Guerriero intenta descubrir, con su propia investigación, qué hizo tan complicada la vuelta del autor al continente americano.

Nueva York, con sus luces y sombras, todo lo traga y todo lo escupe. Capote se había convertido en un personaje, en una caricatura de sí mismo. Cuando atacó a sus cisnes con aquel vitriólico artículo publicado en Esquire, Le Cote Basque, en 1975, la sociedad que le había encumbrado le dio la espalda. Aquello se suponía que era el adelanto de su siguiente libro, Plegarias atendidas, que él aseguraba estar a punto de terminar pero que en realidad se publicó incompleto en 1986, dos años después de su muerte. Todo ello lo contó ha contado vistosamente Ryan Murphy en su serie Feud: Capote vs. The Swans.

Drogado y borracho, intentando dejarlo sin éxito cada dos por tres, intentó arrastrarse hacia aquello que en su día fue su salvación. Recopiló sus textos en Música para camaleones, y se sinceró con ellos.

La obra termina con él mismo haciéndose el amor y entrevistándose tras el coito. Él tiene claro quién es: "Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio". Él tiene claro lo que le da miedo: los "sapos verdaderos en jardines imaginarios". Él tiene claro su deseo: "Despertarme una mañana y sentir que al fin soy una persona madura, vacía de resentimientos, ideas vengativas y otras emociones infantiles e inútiles. En otras palabras, descubrirme a mí mismo como adulto". ¿Por qué nadie me ve cómo lo hago yo? Truman Capote es irrepetible.