París, 1906. Los cabarés franceses son el entretenimiento nocturno por excelencia. Se repudia el erotismo y la teatralidad de los mismos y, sin embargo, todas las noches están a rebosar. Las actrices que danzan en el escenario son vistas como poco menos que prostitutas; vestidas de gitanas, gatos o incluso en taparrabos. En este espectáculo de music-hall, una de estas faranduleras no teme mostrar un pecho al aire. Su nombre empieza a dejarse oír por el mundo cultural y liberal de la Francia de comienzos de siglo. Además de actriz, es escritora. En sus novelas, los hombres son débiles, o muy jóvenes o muy despreciables, y sólo sirven para dar placer. Antes de Houellebecq, estaba Colette (1873-1954).
Novelista, guionista, periodista, actriz y bailarina... Colette tuvo muchas vidas. Amante de hombres y mujeres, publicó más de 40 obras, cada una con un objetivo mayor que la anterior: escandalizar a la sociedad parisina. Esta subversiva mujer estaba lejos de querer ser feminista. "Las sufragistas me asquean. ¿Sabe lo que se merecen? El látigo y el harén", demandó en una entrevista allá por 1910. A pesar de ello, el empoderamiento femenino destila en cada una de sus acciones.
La editorial Acantilado rescata hoy La gata, un breve relato de la autora publicado en 1933, con el que rompía con todos los esquemas del triángulo amoroso: la tercera en discordia es una tierna gatita, adorada por él y eterna rival para ella.
Colette en la escuela
Sidonie-Gabrielle Colette nació el 28 de enero de 1873 en la localidad francesa de Saint-Sauveur-en-Puisaye, en Borgoña. Menor de cuatro hermanos, la pequeña vivió su infancia entre libros. Antes de cumplir los 10 años había leído ya a Víctor Hugo, a Balzac, a Flaubert... ninguno de los grandes se escaparon de su voraz hambre literaria. Los capítulos aburridos, sencillamente, no los leía.
En la escuela era aplicada pero indomable. Disfrutaba de los juguetes asociados al género masculino y detestaba las ciencias. Introdujo entre sus compañeras la costumbre de referirse las unas a las otras por sus apellidos, como lo hacían los chicos. Sidonie-Gabrielle Colette pasó conocerse, entonces, por Colette. Simplemente Colette.
A los dieciséis años la francesita rebelde conoció al escritor Henry Gauthier-Villars, apodado Willy, quince años mayor que ella. Este era una celebridad que gozaba de un amplio respeto dentro del mundillo literario, aunque pocos sabían que Willy era en realidad un tramposo: encargaba a otros escribir sus libros para, más tarde, darle su toque y poder firmarlos como propios. Una trampa mordaz de la que no se libraría ni su esposa, porque sí, pese a la diferencia de edad, Colette y Willy se casaron al poquito de conocerse. Ella diría, más adelante, que su primer año de matrimonio sería uno de los "más desgraciados" de su vida.
Colette en París
Willy era infiel y no perdía el tiempo ocultándolo. En ocasiones, sus amantes se reunían en el apartamento de ambos y Colette, servicial, no dudaba en hacerse amiga suya. Si ella también lograba llevárselas a la cama, mejor. La libido de ambos era incansable, propia de toda historia de amor libertino francés. Sin embargo, los celos y el sentimiento de abandono bullían en el pecho de la mujer, suplicando salir y salpicando todo de vísceras y odio. La escritura era una evasión.
Colette escribió con 24 años Claudine en la escuela, una novela que a día de hoy se asume como autobiográfica: su protagonista, rebelde, malhablada, imprudente y desequilibrada en lo referente al sexo, se enfrenta a su último año en la escuela secundaria en un pequeño pueblo de la campiña francesa. Esperando que las influencias de su marido le permitieran publicar su texto, Colette acercó el manuscrito a Willy quien, pese a un breve lapsus de desconfianza, terminó por cumplir los deseos de su esposa. Y menos mal que lo hizo: Claudine en la escuela vendió 40.000 ejemplares en apenas dos meses, siendo el mayor éxito literario francés de la época. En la portada había un único autor: aquel que firmaba por Willy.
Durante los primeros seis años del siglo XX, Colette escribió poco menos que un libro al año, siguiendo las aventuras de su popular Claudine, ahora en París. Pero, pese a firmarlos su marido, era la venenosa pluma de Colette la que impregnaba de tinta las páginas de sus manuscritos. Willy llegó a encerrarla durante horas en una habitación, prohibiéndola salir hasta que hubiese escrito algo decente. En sus páginas, verdades y confesiones.
Willy alentaba las relaciones lésbicas de su mujer y, por aquel entonces, la pareja había incluido a una tercera en sus aventuras: la bella Georgie Raoul-Duval. Las dos mujeres vestían igual, llevaban el mismo corte de pelo, y dejaban al autor exhibirlas allá por donde fueran. Willy era el más gallito del gallinero, la fantasía del ménage-a-trois llevada al extremo. Colette reflejó esta experiencia en la tercera aventura de su popular personaje, Claudine casada. A Georgie le horrorizaba pensar que sus obscenos enredos pudieran ser leídos por cualquiera y trató de evitar que el libro saliera a la luz, pero no lo consiguió. En apenas dos meses el libro había vendido 60.000 ejemplares.
Colette quería crecer individualmente, como autora y como persona. En 1905 escribió Claudine se va, despidiéndose de ese alter-ego que todavía dependía de Willy, del que hace poco se había divorciado. La Belle Époque era sinónimo de cambio, y Colette había empezado una relación con la marquesa Mathilde de Morny, más conocida como Missy. Porque si eras rica y poderosa, el lesbianismo estaba de moda. Missy vestía trajes completos masculinos, llevaba el cabello corto, fumaba cigarrillos y tenía un gimnasio en casa; Colette era ahora actriz de music-hall, había roto su matrimonio, vivía con una mujer y estaba orgullosa de ello. No era un acto de rebelión, sino de autoafirmación. Por las noches, en el Moulin Rouge, actuaba con un pecho fuera.
Colette casada
En 1910, Colette gozaba ya de cierta notoriedad en el campo de la escritura, firmando un contrato como columnista en Le Matin. Sus artículos aparecían bajo el subtítulo de El diario de Colette. Fue en este periódico donde conoció a Henry de Jouvenel, con el que se acabaría casando y teniendo una hija. El matrimonio convirtió a Colette en baronesa y en madrastra de dos hijos.
Con la Primera Guerra Mundial como telón de fondo y su marido en el frente, Colette volvió a confundir la realidad con la ficción. Escribe Chéri, una novelita sobre una mujer mayor que empieza una relación con un joven veinteañero. El intimismo de su prosa se torna en amparo: Colette tenía miedo a envejecer. Le es infiel a su marido con su hijastro. Ella tenía 45 años; él 17. Poco tiempo después, Chéri contaba ya con 72 reediciones.
Al enterarse del affaire, Henry le pide el divorcio, pero a Colette no parece importarle, contaba con un salvavidas social: escribía en Le Journal y gozaba de cierto respeto en el sector cultural. Pese a ello, jamás fue rica. Trató de sacar adelante su vena empresarial con una línea de productos cosméticos que rezaban su nombre y con un pequeño salón de belleza que no terminó por cuajar. En realidad, Colette maquillaba fatal.
En 1907, Colette y Missy actuaron juntas en la pantomima Sueño de Egipto, representada en el Moulin Rouge en enero de ese mismo año. Colette hacía de momia mientras que Missy era el arqueólogo que la encontraba. La momia dejaba caer, poco a poco, sus vendas, en una danza sensual con su descubridor para, al final, fundirse en un erótico beso. Tras esto, la familia de Missy le retiró la palabra (y el dinero).
Es durante este intermedio y época de pausas cuando la autora escribió La gata, el librito que hoy se publica. Lo hizo tras Lo puro y lo impuro, una biografía de la poetisa inglesa y lesbiana Renée Vivien, que había escandalizado por completo a la sociedad parisina. La opinión pública estaba muy sesgada, y bajo esta mirada condicionada fue que la minina salió a jugar.
Colette se va
En 1935, Colette se casa con Maurice Goudeket, su tercer y último marido. Goudeket cuidó de su mujer durante sus últimos años: había engordado (aunque eso le daba igual), tenía artritis, cojera y dolores de cadera. Más tarde requeriría de una silla de ruedas. Hasta el final de sus días, Colette decía que su marido era "un santo".
Los orígenes judíos de Goudeket hicieron que la pareja tuviese que huir de París tras la invasión nazi en 1940, pero Colette sentía que una cuerda invisible la mantenía maniatada a la capital francesa, y acabaron por volver. Los nazis arrestaron a más de mil judíos, incluido su marido, pero la influencia de Colette permitió que este fuese liberado.
En 1945, Colette era ya toda una celebrity, miembro de la Real Academia de Bélgica y de la exclusiva Academia Goncourt. Las mujeres, los judíos y los poetas no podían acceder a ella: Colette fue la (segunda) excepción y la primera mujer en presidirla. Fue el culmen de la gloria, el cénit de su carrera. Era todavía presidenta cuando falleció.
Colette se había convertido en un espectro de alguien que en su día había sido: la artritis había empeorado, apenas podía oír, ver o moverse, y la memoria le empezaba a fallar. El 3 de agosto de 1934, París perdió a una rebelde guerrillera. La Iglesia Católica le negó un funeral, pero Francia le regaló uno de Estado, el primero en su historia dedicado a una mujer. A su funeral acudieron más de 6.000 personas, desfilando junto al féretro. Su mano exánime sostenía la de Goudeket. "Amo mi pasado. Amo mi presente. No me avergüenzo de lo que he tenido, y no estoy triste porque ya no lo tengo".
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